Vermello e negro



Indo tras da poesía que segue sendo a saída prohibida
Carmen Blanco

Dende a libre unión en unión libre
Claudio Rodríguez Fer



Un dos propósitos fundacionais de Unión Libre era, segundo declaraba na súa presentación en 1996, cultivar a “memoria de persoas e pasaxes dignos de rescate, recuperación, honra, homenaxe ou agradecemento por ter sido obxecto de esquecemento, ocultación, represión, persecución ou exilio”. En efecto, o compromiso na memoria anima a revista con constancia indeclinable dende o seu mesmo nacemento. Sen circunscribirse en exclusiva á memoria da desfeita que seguiu ao 18 de xullo de 1936, a ela estivo dedicado un espazo senlleiro. Así o evidencian algúns monográficos, como os titulados “Memoria antifascista de Galicia”, “Vermellas” ou “A voz das vítimas do 36” que, en realidade, reafirman unha preocupación transversal e absolutamente imbricada nun proxecto integral que persigue “o rigor no estudio, a liberdade na creación” dende unha perspectiva de “avanzada radicalmente aberta, crítica, independente e libertaria”.

Do mesmo xeito que Unión Libre pódese considerar un proxecto inaugurado por Claudio Rodríguez Fer e Carmen Blanco antes da fundación da revista, durante os últimos catorce anos foron moitas as ocasións nas que se puxo de manifesto que estes Cadernos de vida e culturas constitúen unha empresa para o estudo, a investigación, a creación e a memoria que reborda o marco da publicación. Porque Unión Libre –título prestado dun poema de André Breton– é un proxecto poético, entendendo que a poesía, tal e como escribiu Rodríguez Fer, “non debe limitarse a reflectir a vida, senón ser a vida mesma”; Unión Libre é un proxecto de vida e poesía que asume plenamente o que significa, en palabras de Carmen Blanco, igualar “a vida, a verdade, a liberdade, o amor, a poesía, a arte e a beleza”.

Xermolo de Unión Libre, acaba de agromar Poemas polas vítimas do 36 en Galicia. Así o proclama explicitamente este libriño e así o quere corroborar o seu deseño e formato e “todo o vermello e o negro da profunda e auténtica paixón vital” que loce a súa cuberta. Foi repartido como agasallo entre os asistentes ao acto que honrou ás vítimas do franquismo o pasado 18 de xullo na Illa de San Simón. Reúne fragmentos de Ámote vermella e A loita continúa de Claudio Rodríguez Fer, de Atracción total de Carmen Blanco, de O antigo corazón do cíclope de Olga Novo e de O meu nome é María Casares de María Lopo.

Nunha nota limiar asinada por Unión Libre, preséntase a edición como o primeiro número dunha colección que nace dun fondo espírito libertario:

“Partindo de que a poesía segue a ser un xénero literario ao que aínda non accede a maioría das persoas, a colección POESÍA PARA TOD@S, de distribución gratuíta, pretende achegala a toda a xente a través dun proxecto que entenda a súa difusión en función da sociedade e non, como xeralmente ocorre, a sociedade en función da literatura (certames, premios, subvencións, institucionalizacións, etc.). Porque a poesía é como o verdadeiro amor: non se compra nin se vende. Libremente, dáse”.


O pasado 18 de xullo na Illa de San Simón, símbolo de cárcere e de morte polo designio franquista, retumbaron as voces poéticas de Carmen Blanco e Claudio Rodríguez Fer coa forza conmovedora da liberdade e a vida. San Simón converteuse en illa da memoria e da poesía. No barco de volta a Cesantes os pasaxeiros levaban consigo os versos escoitados e os versos impresos. Poemas polas vítimas do 36 en Galicia é a ponte vermella e negra que une a illa da liberdade, a vida, a memoria e a poesía co mundo.



Poemas polas vítimas do 36 Galicia, núm. 1 da colección POESÍA PARA TOD@S, foi editado pola Asociación para a Dignificación das Vítimas do Fascismo.
Exemplar gratuíto repartido entre os asistentes ao acto convocado por Iniciativa Galega pola Memoria o pasado día 18 de xullo.

No hay cafés; ya no hay ni eco


En una carta que Eugenio Granell fechó en Río Piedras el 6 de abril de 1952 y que remitió a su camarada del POUM Juan Andrade, se encuentra esta conmovedora descripción de la soledad del exiliado:

"Seguramente que Vd. sabe que aquí, en América, no hay cafés. Este hecho aparentemente inocuo desde un punto de vista histórico o teológico, tiene, sin embargo, la mayor importancia. Es muy posible que los cafés románticos sustituyeran a su tiempo la agonía de los talleres renacentistas, así como éstos cubrieron el vacío dejado por los conventos medievales ya en actividad, etc., etc. El hecho de que no haya cafés, aparte la teología y la Historia con mayúscula, es catastrófico. Los españoles que andamos –andamos, verdaderamente– por las Américas, lo comprobamos a cada rato. Ya no hablamos en voz tan alta como solíamos; ya no hablamos tanto como hablábamos, siquiera. A veces, ya ni hablamos. Es que no tenemos con quién hablar, y aún no nos queda el recurso de hablar con nosotros mismos, pues en la nueva arquitectura urbana ha quedado del todo eliminado el eco. Ya no hay ni eco. Por eso, cuando un español que desembarcó en Chile se encuentra en el Paraguay con otro español que desembarcó en Santo Domingo, dirigiéndose aquel para el Canadá y éste para la Argentina, se ponen a hablar al mismo tiempo –igual que hacían antes–, les va aumentando la intensidad de la voz –tal como antes la habían tenido–, y, lo que es verdaderamente sorprendente, tras haber hablado fuerte y largo a dos voces, al final resulta que se entendieron (lo que, esto sí, no solía ocurrir). Aunque esto es muy extraño, a mí no me extraña demasiado, pues algo así es lo que ocurre en los tribunales indígenas de Guatemala, en donde, habiendo dos millones y medio de indígenas puros, y siendo los indígenas tan parecidos a los gallegos en eso del peliteo judicial, ya puede Vd. Imaginarse cómo estará aquello lleno de tribunales. Pues en esos tribunales, el indio que acusa a otro, y el acusado, que a su vez acusa también, hablan rapidísimamente y juntos, al tiempo que el indio presidente del tribunal habla sobre el asunto, al mismo tiempo también, con sus colegas de mesa. Y tras haber hablado durante varias horas todas esas personas en conjunto, como si se tratase de un coro, todos resulta que se entendieron perfectamente y los indios apelantes acatan sin chistar la decisión suprema. A los españoles de América nos sucede algo muy semejante. Andamos de un lado para otro buscando a nuestros propios indios, para quejarnos de algo también. Nuestros indios somos nosotros mismos y nos quejamos casi nada más que de no poder hablar. Por eso aprovechamos toda feliz oportunidad para hacerlo. Antes, claro, nos quejábamos de lo difícil que es vivir, de lo que habíamos perdido en España (que eran tierras, castillos, títulos, acciones, fábricas, grados de general y otras bagatelas), de la rara psicología hispanoamericana, que es tan rara que es igual a la nuestra, del escaso valor adquisitivo de la moneda, del calor que hace o del que no hace, de lo incomprendido que solía ser nuestro excepcional talento y poco estimada que solía ser nuestra fenomenal virtud, de lo pequeñas y arrugadas que son las patatas aquí, y de la fantástica abundancia de recitadoras y poetas de sonetos. Pero ya nos hemos acostumbrado a todo esto, en vista de que no hay con quién hablar, y cuando dos españoles nos encontramos por fin, hablamos sólo de hablar, pues las otras cosas que tratamos son mera arqueología; cosas como si el alcalde de tal sitio de Asturias llegó a Coronel por influencias, o de lo exquisitas que eran las berenjenas en aquella trinchera de Aragón. Es posible que ocurra que, siendo tan enorme lo ocurrido, nos sea imposible captar su dimensión, y por eso nos andamos por las ramas, tal como el gato que no puede apreciar la calidad y belleza de un mantón de Manila, se limita a frotar sus bigotes con los flecos. En realidad, los españoles solemos andar por América de una manera muy parecida a como los gatos suelen andar por la casa. Sin un rincón fijo, saltando, maullando y… usando nuestras siete vidas”.

[Correspondencia con sus camaradas del P.O.U.M. (1936-1999). Correspondencia Eugenio Granell. Vol. 1. Ed. de Natalia Fernández Segarra. Santiago de Compostela, 2009, pp. 152-153]



Imagen: El arte de la conversación, por Eugenio Granell (1976).

Ejercicios de redacción periodística




En 1930 el presbítero gallego Manuel Graña publicó La Escuela de Periodismo. Programas y métodos. Se trataba de un manual de redacción periodística que decía recoger los métodos de enseñanza empleados en distintas universidades de Estados Unidos y aspiraba a trasladarlos, previa adaptación, a la escuela que había abierto tres años atrás el diario El Debate. En el capítulo dedicado al reportaje se puede leer: “Desde el primer día debe empezar el alumno sus prácticas de redacción a la manera de futuro periodista, es decir, partiendo siempre de noticias y hechos concretos. Con ello, además de ejercitar sus dotes de observación, puede iniciar ya su reportaje elemental. De su peso cae que toda composición o ejercicio literario que se haga en la Escuela de Periodismo ha de tener por asunto algo visto u observado directamente […]”. Graña sugería una batería de temas para que los jóvenes periodistas fuesen afinando sus dotes de observación y entrenando sus plumas. Estos eran los ochenta asuntos propuestos:

1. Día de mudanza.
2. Mi portera.
3. Mi primer dinero.
4. Interviú con la castañera.
5. El primer día de clase.
6. Visita a una rotativa.
7. Mi libro favorito.
8. En el circo de Price.
9. Romería de San Isidro.
10. Una verbena.
11. Día de elecciones.
12. Visita al parque zoológico.
13. El profesor que más me ha enseñado.
14. Cómo leo el periódico.
15. Un escaparate.
16. Una sesión de cine.
17. Una función de teatro.
18. Una novela que acaba de salir.
19. Visita a una colmena.
20. Visita a una huerta.
21. Visita a una escuela.
22. Visita a una iglesia.
23. Mi método de tomar notas.
24. Quiero ser periodista.
25. El libro de lance.
26. Lo que se aprende en la calle.
27. Accidente automovilístico.
28. Un reo ante los jueces.
29. Mi criada se intoxica.
30. El anciano del violín.
31. Buscando colocación.
32. Una panadería.
33. En Madrid falta agua.
34. Un partido de fútbol.
35. Una corrida.
36. Acentos regionales.
37. Por qué se leen los clásicos.
38. Impresiones sobre un artículo.
39. La mujer reportera.
40. Un banquete.
41. Impresiones de una conferencia.
42. Extracto periodístico de un discurso.
43. El relevo de la guardia palatina.
44. Carta a mi tío.
45. Mi calle.
46. El Retiro por la mañana.
47. En invierno.
48. En verano.
49. Las comadres de mi barrio.
50. Quiero ser alcalde.
51. ¡Si yo tuviera un millón!
52. Una exposición de trajes.
53. Una incubadora.
54. Una instalación de radio.
55. Nos cogió un chubasco.
56. El diplodocus.
57. Las conchas del Museo.
58. La extracción de una muela.
59. Mi criada se fuga.
60. La Rosaleda el 15 de julio.
61. Regalos de boda.
62. Mi primer pitillo.
63. Mi mejor amigo.
64. Cómo cuido mi jardín.
65. Mi perro.
66. Mi héroe favorito.
67. Me suspendieron.
68. Describir el funcionamiento de una máquina.
69. El monumento a Cánovas.
70. Sesión de Cortes.
71. La primera cura.
72. Mi biblioteca.
73. Excursión a la sierra.
74. El médico me visita.
75. Los primeros fríos.
76. Mis pequeños ahorros.
77. Una boda.
78. Llegada del tren.
79. Una visita al hospital.
80. Salgo de viaje.

Debió de ser, en efecto, que Manuel Graña tuvo que salir de viaje viéndose obligado a detener su enumeración, porque por extenderla, podía extenderla, como él mismo decía, “hasta lo infinito”. A ello hace su modesta contribución un periódico al proponer, en las pruebas de selección de sus redactores en prácticas, el tema “Mi nevera”. El ejercicio sorprende mucho a los aspirantes, que no aciertan a decidir si la tradición que reivindica el periódico en cuestión es la de la Universidad de Columbia o la de la Escuela de un periodismo con nihil obstat que abrió El Debate.

PD: Aplazamos para cualquier otro día el comentario sobre los pupilos de Manuel Graña que, al parecer, vivían escindidos entre dos vocaciones: o periodista o alcalde. Algo más de tiempo nos llevará escribir el estudio sociológico –o quizás, la novela– sobre aquellas criadas que, después de recuperarse de una intoxicación, adquirieron la mala costumbre de fugarse.


**********

La fotografía es de un grupo de alumnos de la Escuela de Periodismo de El Debate. De pie, de izquierda a derecha: Enrique Angulo, Esteban García Cuerva, Aurelio Fernández García, Juan F. Pérez de la Ossa, Juan Fernández García, Agustín Solache, Julián Cortés Cabanillas. Sentados: Simón Araúz, Luis Tejero Martínez, Pedro Gómez Aparicio, Carlos Sirvent, Manuel Graña (profesor), Ignacio Sirvent, Alfonso Balenilla.

José Almoina


A semana pasada celebrouse na República Dominicana un acto de homenaxe aos exiliados republicanos españois que chegaron ao país a partir de 1939. O primeiro en dar ampla noticia daqueles desterrados foi un deles, o profesor Vicente Lloréns, en Memorias de una emigración. Santo Domingo 1939-1945, un libro editado por Ariel en 1975 e reeditado no ano 2006 na benemérita colección “Biblioteca del exilio” da editorial Renacimiento. Lloréns deixou explicado que a oferta de asilo brindada pola República Dominicana non estivo motivada por solidariedade ideolóxica ou humanitaria, senón por intereses espurios, que foron satirizados por Eugenio F. Granell nunha pasaxe delirante de La novela del Indio Tupinamba. Por outra parte, para os que fuxían do réxime de Franco, o país gobernado pola ominosa ditadura de Trujillo non podía ser máis que una solución de emerxencia e provisional. Apremados polas circunstancias e sen marxe de escolla, na meirande parte dos casos non tiveron máis remedio que aceptar a hospitalidade dominicana mentres conseguían resolver os difíciles e infinitos trámites burocráticos que lles permitiran franquear a blindaxe das fronteiras doutros destinos máis apetecidos. A súa situación, tentando non enfastiar á ditadura, foi algo máis que incómoda, foi perigosa. Como escribiu Granell cun sentido do humor que non debe facer esquecer do que falaba, dos riscos certos de vivir nun réxime cruel e sanguinario: “Me vi forzado a irme porque un rasgo de mi carácter, ya desde mi infancia, es que no me gusta ser matado –aforismo que no encuentro en La Bruyère”.

Os exiliados na República Dominicana foron vítimas de dúas ditaduras. Así o quería indicar o titular co que o xornal Público encabezaba a noticia do acto celebrado na súa memoria: “De huidos de Franco a supervivientes de Trujillo”. Pero non todos os que fuxiron de Franco conseguiron zafarse das gadoupas de Trujillo e a mesma información lembraba os nomes de Jesús de Galíndez e o menos coñecido de José Almoina, pero cunha biografía tan novelesca ou máis que a do vasco.

José Almoina (Lugo, 1903) formou parte da pasaxe de exiliados republicanos españois que, a bordo do Flandre, chegou coa súa familia á República Dominicana o 7 de novembro de 1939. Os primeiros tempos non foron doados. A inicial precariedade económica, que lle obrigou a vender lapis e bolígrafos polas rúas como facía o profesor Rossman na novela La noche de los tiempos, aliviouse cando puido comezar a dar clases de historia e de lingua e literatura portuguesas en distintas institucións académicas. Dalgún xeito aquel profesor español debeu de chamar a atención, porque en 1942 converteuse no preceptor de Ramfis, o fillo de Trujillo. Aquela proximidade ó ditador propiciou posteriores nomeamentos: en 1944 entrou a traballar tamén na Chancelería de Relacións Exteriores, e, ó cabo, en xaneiro de 1945, foi nomeado secretario particular do ditador. Velaí o episodio máis escuro da biografía de Almoina, desempeñando un cargo que a un home da súa biografía, exiliado socialista, debería anoxar.

Almoina nunca aclarou as “circunstancias que me agobiaban en aquella época” e que o levaron a asumir la secretaría particular de Trujillo. ¿Era posible dar ao ditador unha negativa por resposta? ¿O seu nomeamento constituía unha invitación ou unha orde? As versións que o presentan como un renegado dos ideais que profesara, como un colaborador leal de Trujillo, por convencemento ou por cartos, esquecen estas preguntas e, dende logo, non ofrecen unha explicación satisfactoria aos motivos polos que Almoina marchou do país para instalarse en México, pretextando motivos de saúde, en novembro do ano seguinte ao seu nomeamento; ademais restan calquera importancia ao feito de que, a partir de aquel momento, Almoina empregara todo o que sabía sobre a ditadura dominicana para dar publicidade a documentadas denuncias contra ela. Así o fixo a través dun informe que remitiu en 1947 a distintos gobernos americanos e, dous anos máis tarde, publicando baixo pseudónimo Gregorio R. Bustamante o libro Una satrapía en el Caribe. Historia puntual de la mala vida del déspota Rafael Leónidas Trujillo. Tratábase da máis detallada acusación contra o réxime que vira a luz ata aquel momento, pois faltaban varios anos para que Galíndez publicara un avance de La era de Trujillo, a súa tese de doutoramento.

O pseudónimo non o protexeu. E nun intento desmentir as sospeitas de que era o autor de Una satrapía en el Caribe, de burlar as ameazas que o libro lle valeron, Almoina viuse obrigado a escribir en 1950 Yo fui secretario de Trujillo, unha haxiografía desmesurada ao gusto da megalomanía do ditador. Se gardaba algunha esperanza de que aquel libro lle salvara a vida, se lle cabía algunha dúbida sobre os métodos de Trujillo, a desaparición de Galíndez en 1956 despexounas. Daquela, Almoina remitiu dúas cartas á prensa e ás autoridades mexicanas nas que denunciaba a responsabilidade do réxime dominicano no asasinato de Galíndez e desmentía terse prestado de intermediario da ditadura para subornar ao vasco co fin de que interrompera a súa campaña antitrujillista: “Quero deixar constancia da verdade e encargo que cando se teña noticia da miña morte ou da miña ‘desaparición’ se publique esta declaración para descarga da miña conciencia e para que se saiba a verdade e se respecte a memoria do católico vasco Galíndez”.

Almoina sábese condenado a morte. A sentenza foi executada o 4 de maio de 1960. Na mañá daquel día, José Almoina foi atropelado, na esquina da rúa Miguel Laurent coa de Tenayuca en México D.F., por un Ford sedán verde e rematado a tiros. O asasinato fora planificado por John Abbes García e executado por sicarios cubanos que cumprían as ordes dun ditador que non esquecía, Rafael Leónidas Trujillo.

Dous libros moi recentes, publicados nas dúas beiras do Atlántico, ofrecen documentación inédita sobre a biografía de Almoina. Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista de Salvador E. Morales Pérez (Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2009) e José Almoina. Pilar Fidalgo. Exilio. Dominicana. México de Xurxo Martínez Crespo (Vigo, A Nosa Terra, 2009) reivindican a figura dun socialista que nunca abxurou dos seus ideais, o dun exiliado da España de Franco que pagou coa vida a súa oposición a Trujillo. Cando se cumpren cincuenta anos do seu asasinato, estas dúas obras reconstrúen a verdade fronte as falsificacións e inxurias que sufriu a memoria do socialista lucense José Almoina.
**********

"Un socialista que nunca abjuró de sus ideales: José Almoina" [www.almomento.net; Santo Domingo-República Dominicana, 13 de julio de 2010]