Disloques





La ciudad es una escenografía acicalada que escoba debajo de la alfombra las pelusas de las ciudades vencidas y fumiga la memoria de sus víctimas. Bien aseadita y muy recompuesta, se exhibe. Su vanidad procura la exclamación admirativa, nos quiere subyugados por el orden triunfante, cómplices de las violencias que lo tallaron. Pero el orden es un trampantojo; el equilibrio y la simetría, añagazas que, todo lo más, consiguen encandilarnos un instante. El objeto de nuestro amor perseverante es la huella furtiva de la disonancia, la reminiscencia secreta de la disimetría que buscamos en los lugares que nunca merecerán una placa de los munícipes. La ciudad propone un orden a nuestra admiración, pero es el desquiciado desorden que se empeña en ocultar lo que amamos. La ciudad dicta una ruta, pero nuestros pasos se escapan por las derrotas que devuelven a su lugar las insumisas figuras dislocadas. 

[El disloque quevedesco, el disloque goyesco y el disloque larriano, en el número 4 de Jot Down].


Tiempos triunfales



Juan Tallón es un escéptico, un descreído de los tiempos triunfales, pasados y futuros. Posa recreándose en la intuición de la desgracia, la derrota y la hecatombe; rindiendo culto al "divino fracaso". Podría hacerlo en los divanes del Café, pero, extinguida la institución, no le queda más que refugiarse en un garito llamado El Negro Jefe para dar de beber a su romanticismo tres gin-tonics, del tirón. Téngase en cuenta al leer El váter de Onetti, de donde fue robado este párrafo:

“En mi imaginación, el periodismo en aquel diario sólo había ido bien cuando yo aún no había nacido. Mi idea de los tiempos triunfales la resumían dos anécdotas de periodistas locales. La primera se refería a un viejo redactor de mi ex diario que conjugaba su trabajo con el arbitraje. Pitaba en segunda regional y, cuando finalizaba el encuentro, se duchaba, se vestía y elaboraba la crónica para el diario. Después de un domingo funesto, sintió que debía ser honesto con el lector, y comenzó la crónica declarando: ‘Desastroso arbitraje en el estadio del Malecón…’. La otra historia resulta menos edificante, pero igual de sugestiva. En esta ocasión, el redactor trabajaba en Faro de Vigo y mantenía malas relaciones con un delegado de La Voz de Galicia. Un domingo redactó una crónica que no tenía nada de particular, salvo el apartado reservado a incidencias. Ahí, podía leerse: ‘Campo en mal estado. Día lluvioso. Menos de media entrada. Presenciando el partido se encontraba el delegado de La Voz de Galicia acompañado de una mujer que no era su esposa’. Después de esto, todo había caído en desgracia”.