Así que allá me voy, al restaurante que se encuentra en el Passeig d’Isabel II, bajo los Porxos d’en Xifré. Me acomodan en una mesa y pido –la repetición ritual también afecta, por supuesto, al menú– una paella Parellada sólo de pescado. El arroz estará absorbiendo el sabor del sustancioso caldo de pescado y entretengo la espera con unos buñuelos de bacalao y pensando que no es sólo por su cocina –para mi gusto, espléndida– por lo que me encanta este lugar. Hay algo vago e indefinible que crea un ambiente que me resulta cálido y acogedor. Será la distribución de los distintos salones, la disposición de las mesas, los bancos corridos junto a las paredes, los techos altos cruzados por vigas de madera, las columnas, las enormes tulipas de tela naranja de sus lámparas o los inmodestos espejos colgados con la precisa inclinación con respecto a la pared para que les sea permitido reflejar y descubrir otras perspectivas del local, convertirse en un cuadro en movimiento y cambiante del propio restaurante, del trajín de los camareros y la animación de los Lieschen espera la paella repasando todas las pistas: el mobiliario, la decoración, el horario que se presta para una vida golfa, los periódicos... Y ahora que lo sabe, ahora que le ha sido desvelado el misterio de Les Set Portes, le parece absolutamente increíble que en sus visitas anteriores desatendiese tal acumulación de indicios inequívocos, que no los supiese interpretar, que ni siquiera indujeran una imprecisa sospecha. ¡El restaurante fue en sus orígenes un café! ¡Cómo no advirtió que lo que le seducía del local, ese algo que no acertaba a precisar, ese difuso espíritu que, no obstante, presentía, era el de los duendes del café!
La revelación la dispensó la lectura del libro La ciutat dels cafès. Barcelona, 1750-1880 (La Campana, 2008), el primero de tres volúmenes que su autor, Paco Villar, ha prometido dedicar al tema y que ya esperamos con ansiedad. Sus páginas informan de que Josep Cuyás inauguró el local a finales de 1838. Aunque sin un rótulo que lo identificase inicialmente, Cuyás proyectó llamarlo Café de Minerva, pero terminó bautizándolo como Café de las Siete Puertas atendiendo la propuesta que firmó Aben Abulema, seudónimo de Joan Cortada, en el Diario de Barcelona. Era un lujoso establecimiento y todavía más después de la reforma de 1849, que colocó un farol de gas giratorio que iluminaba seis estampas pintadas en los vidrios de la fachada que representaban el interior de famosos cafés europeos. Los cronistas de la época derrocharon elogios sin reservas para este y otros detalles de la remodelación, desde el resultado que lucía el “Salón de las Mil Columnas” hasta la nueva porcelana y los servicios de plata.La ubicación de Les Set Portes siempre fue magnífica y de un acusado simbolismo. Empezando por el mismo edificio que lo alberga desde sus orígenes cafeteriles y que fue mandado construir por Josep Xifré i Cases. Uno de sus frentes mira al mar y el otro, a la Lonja. Orientado a las que habían sido las dos fuentes de riqueza de la ciudad, en su decoración, además, están presentes motivos alusivos al comercio, la navegación y el descubrimiento del Nuevo Mundo. La proximidad del café a la Lonja y a la Aduana le procuró una clientela de hombres de negocios, a los que se atendía también poniendo a su disposición una completa guía comercial, industrial y fabril de la ciudad.
En 1929 el café fue reconvertido en restaurante. Pero ni la mudanza ni el paso del tiempo desgastaron el símbolo. Así se lo hizo notar, en 1947, señor Parellada –el que da nombre a la paella que ahora mismo disfruto y que entonces era el propietario del establecimiento– a Josep Pla. En uno de sus Articles amb cua, atribuye al restaurador unas palabras que tendemos a creer más bien del propio Pla:
Salgo por la puerta, la única del local que antaño tuvo siete y que para mí –el símbolo quizás sólo tenga sentido para uso personal, o no– es la que franquea la entrada en Barcelona. Salgo del restaurante y entro en la ciudad, feliz y dispuesta para la siguiente ceremonia ritual, la visita a Santa María del Mar. Y entonces sí, entonces ya me sé en Barcelona.
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