“La Prensa del porvenir no necesita
telegramas, ni telefonemas, ni cartas, ni corresponsales.
El siglo XIX fue el siglo del
telégrafo y el teléfono. El siglo XX es el siglo del Fotocinematotelefonógrafo.
¿Y eso qué es? Pues nada, la última
maravilla, la cumbre de los descubrimientos de la electricidad, el ‘non plus’
de la telegrafía, de la telefonía, de la fotografía, de la cinematografía, de
la chismofonía. ¡El invento del siglo, en fin!
No es obra de Edison, sino del
mismísimo Lucifer.
El primero de los resultados del
fotocinematotelefonógrafo es la muerte violenta de la Prensa periódica. Se acabaron esas hojas diarias, encargadas un día de la
difusión del progreso; se acabaron las informaciones, los artículos, los
telegramas, los telefonemas; se acabaron las letras de molde. La Prensa ha
muerto. ¡Viva la Prensa! […] El Fotocinematotelefonógrafo, con sólo
oprimir un resorte, ofrecerá a la vista y al oído del abonado la sección que
prefiera del periódico. […] El aparato reproduce esos sonidos y esas imágenes,
con exactitud tan perfecta, que al admirar aquella maravilla, se duda, como le
ocurre a Tenorio, ante las legendarias tumbas, si es realidad o delirio. Cuando el abonado quiere enterarse de la
sesión del Senado, por ejemplo, oprime el botón de la Cámara de edad, y surge
ante su vista el viejo palacio de doña María de Molina, con una temperatura de
cuarenta y cinco centígrados. En los escaños aparece la venerable figura de
Rodríguez San Pedro, esa siempreviva parlamentaria, que está consumiendo un
turno en contra, turno comenzado en la anterior legislatura y que continuará en
la siguiente, cuando al curioso espectador vuelva a ocurrírsele oprimir el
botón de Montero Ríos.
El aparato reproducirá con la más
escrupulosa fidelidad, como las sesiones parlamentarias y los Consejos de ministros,
el último incendio y la postrera inundación, los sucesos más sensacionales, los
crímenes más atrayentes. […]
¡Todo, todo sin la intervención de los
aborrecibles periodistas, falseadores de la verdad, enemigos de la tranquilidad
pública, perturbadores del orden, a quienes se ha combatido desde algunos
centros oficiales con el más santo de los odios africanos, hasta lograr así su
destrucción definitiva, por obra y gracia del fotocinematotelefonógrafo!”.
M. Martín Fernández
“La prensa del porvenir”
El
libro de la prensa
(Madrid, Renacimiento, 1911)
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