Fue César González-Ruano, en el artículo sobre
Julio Camba que perpetró a su muerte, quien acuñó la expresión “el solitario del Palace”. La fórmula ha hecho fortuna para referirse a los últimos trece años
de la biografía del periodista gallego, aquellos en los que se alojó en la
habitación 383 del hotel Palace de Madrid y que fueron el colofón sedentario,
ágrafo y misántropo de una vida que, antes de la guerra civil, había sido la
asendereada del corresponsal en Constantinopla, París, Londres, Berlín o Nueva
York. Aquel final fue el que su escéptica lucidez le permitió vaticinar con
exactitud cinco décadas antes del 28 de febrero de 1962. En 1911, cuando hacía poco más que estrenarse
como cronista trotamundos, escribió un artículo sobre su maleta que comenzaba
con la zumba contra aquellos “escritores absurdos que se dirigen a los objetos
inanimados en largos discursos llenos de literatura” y terminaba, poniéndose serio,
con la púa del futuro presentido:
“-¿Cuál será tu porvenir, maleta mía? ¿Te quedarás
en Londres abandonada por tu amo? Es posible. ¿Pronto? ¿Tarde? No lo sé.
¿Seguirás la suerte de tu amo? También es posible. ¿Tendrás alguna vez camisas
de batista, calcetines de seda, trajes magníficos? No, nunca. Si tu amo
prospera, como no tiene por qué guardarte consideraciones, pues se comprará una
maleta más bonita, más sólida y más grande que tú. Pero esto no es probable. Tu
amo es un periodista. No prosperará. Yo creo, maleta, que, más o menos pronto,
tú acabarás en una casa de huéspedes de Madrid, metida en un desván, entre las
maletas de los estudiantes, de los empleados de Hacienda y de los opositores a
la Judicatura. No te hagas ilusiones ridículas, mi maleta, mi maleta compañera…
¡Ah!... ¡Ah!...!”.
Alguien podría replicar que el Palace no es exactamente
una casa de huéspedes. Pero, para el caso, como si lo fuera.
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