Más
pobre que una rata y más castigado que un mulo de carga, José Nakens sólo llegó a poseer el orgullo de reivindicar su insobornable independencia: “Yo soy yo. No
lo que otros quieren que sea”. Ayer, Enric González proclamaba que seguirá
siendo Enric González en El Mundo:
“Lo que piense la empresa me importa nada. La tendencia ideológica de los editoriales me importa menos que nada”. La chulería solapa un flagrante olvido:
la semántica de un texto no es ajeno a su contexto; lo mismo, dicho aquí o allí,
es distinto. Incluso concediéndole al periodista todo el crédito posible y sin
escatimarle la sobrehumana capacidad de mantenerse inmune a los estilos,
influencias y coerciones del periódico-contexto, no podrá burlar la ley natural:
el medio confiere identidad. Nadie es exactamente quien cree ser, porque la personalidad está constituida, tanto o más que por los rasgos que uno se inventa, por aquellos que le presta el espacio que ocupa y que le atribuye la mirada pública. Así quedó demostrado en otras mudanzas
periodísticas.
Enric
González puede estar muy seguro de sí mismo, pero su prometedora arrogancia no
debería confiar tanto en sus lectores. Adiestrados para descifrar la versión
del mundo que un periódico ofrece, buscaremos la lógica y la congruencia de las
partes. No hay remedio, estamos maliciados. Sin formar parte del pelotón de los
suspicaces que denuncian que el periodista se ha vendido o de los virtuosos que
le exigen una ascética estoica, tampoco nos vamos con la feligresía que cree en
los santos laicos, por mucho que salgan en la foto rodeados por el halo
refulgente del misticismo nakensiano. Pero es que no buscamos estampitas de venerables
jubilados para montarles altarcitos y sahumarlos con cirios votivos, lo que
procuramos es el encuentro con la inteligencia periodística en el contexto que
le sea posible o que adivina, según ha declarado, más divertido. Por otra parte, a
estas alturas, la plaza no parece mejor ni peor que otras. Entonces, ¿a qué tanto
escándalo?
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