Mark Strand y los poemas de aire



Mark Strand (Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, 1934) afirmó ayer que volver a leer sus primeros poemas le producía “la extraña  sensación de no estar seguro de acordarse de la persona que los escribió”. Fue en Casa de América, durante la presentación de 26 poemas tempranos, la antología que acaba de publicar Ediciones El Taller del Libro. La declaración no fue quizás otra cosa que la coquetería que juegan a impostar las canas y los años, porque luego apenas necesitó bajar la vista a la página del libro para recitar el poema “Lo que permanece”; casi de memoria puso voz al verso “Time tells me what I am”:

“El tiempo me dice lo que soy. Cambio y a la vez soy el mismo.
Vacío mi ser de mi vida y mi vida permanece”.

De alguna manera, también Martín López-Vega desmintió la lejanía entre el Mark Strand temprano y el actual en la semblanza que hizo del poeta. "No aparece Strand in medias res, sino ya de cuerpo entero", dijo refiriéndose a los poemas que Antonio Albors Fonda ha seleccionado y traducido entre los que compusieron los libros Reasons for Moving (1968), The Late Hour (1978) y Select Poems (1980). “No se encuentran los previsibles balbuceos iniciales, sino el germen de una poesía que si acaso, más tarde, se ha adensado”, insistió. En efecto, en estos 26 poemas tempranos ya resulta apreciable la sutileza que caracteriza la obra de Mark Strand. López-Vega recuperó la fórmula que, en su opinión, mejor ha acertado a definir ese rasgo: “Los poemas de Strand son como adivinanzas cuya respuesta se desvanece justo cuando parece al alcance de la mano”. La respuesta a la adivinanza, la verdad poética y la biografía del poeta, están y no están:


“En un campo
soy la ausencia
de campo.
Así
sucede siempre.
Dondequiera que esté
soy aquello  que falta”.

El poema es y no es:

“El poema que ha robado estas palabras de mi boca
Puede no ser este poema”.

La respuesta y la presencia son siempre leves, casi incorpóreas. En ese sentido, casi resulta inevitable relacionar a Mark Strand con Edward Hopper. Strand intentó ser pintor antes que poeta y siente devoción por el pintor de Nyack y el teatro silencioso y  aquietado que muestran sus cuadros, a los que dedicó un ensayo. López-Vega observó un paralelismo entre “la pintura escasamente matérica de Hopper” y la intuición poética que Mark Strand dibuja en los matices “sin moraleja, ni tambores, ni timbales”. La revelación y la presencia son siempre inasibles, de una sutileza aérea. Dicen los versos de “Mantener completas las cosas”:

“Cuando camino
parto el aire,
y el aire
siempre se mueve
para llenar los huecos
donde mi cuerpo estuvo”.

La misma clave, también en “Poemas de aire”:

“Los poemas de aire se mueren despacio;
demasiado ligeros para la página, demasiado débiles,
demasiado lejanos; los que llamamos La Luna,
Las Estrellas, El Sol, se hunden en el mar o tras los árboles
en el límite del campo. La tumba de la luz está en todas partes”.

El oxímoron “tumba de la luz” reaparece en “Una mañana”, el poema que Mark Strand eligió para cerrar el recital de ayer:

“Me deslizaba como una estrella oscura sobre la inundada mitad
del mundo hasta que, empujado por una urgencia indefinida,
me asomé por la borda y vi un espacio luminoso bajo la superficie,
una tumba llena de luz; por vez primera contemplé el único
y diáfano lugar que nos es dado cuando estamos solos”.

Los 26 poemas tempranos anuncian que el lugar del poeta es ese lugar de sombras y luz; anticipan que el tiempo del poeta es el instante y su celebración luminosa que contiene la premonición oscura de su fin.


El Taller del Libro
Martín López-Vega elogió ayer la traducción que Antonio Albors Fonda ofrece de los poemas de Mark Strand: “Mantiene abiertos todas las lecturas, caminos y sugerencias que los versos contienen”. También celebró la exquisita edición que ha realizado El Taller del Libro. 26 poemas tempranos es el séptimo libro de este pequeño sello. No publica más que una obra al año. Cada una de sus ediciones es de quinientos ejemplares numerados a mano. Con mimo artesanal, las editoras, María Manso y Rosa Lozano, eligen el formato, el papel, la tipografía y la encuadernación en función de la obra y del autor. En el caso de la antología de Mark Strand, el cartón visto de sus cubiertas y el sutil gris de su papel ofrece el continente más liviano posible para aquellos poemas de aire que siempre habían sido demasiado ligeros o débiles para la página.


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