O poeta, grabado de Un ollo de vidro. Memorias dun esquelete. |
«Eu son dos que estruchan a cara para apalpar a propia calivera».
Castelao, Un ollo de vidro. Memorias dun esquelete
El humor nos tienta la calavera, la verdad descarnada de la calavera que somos. Porque la calavera que seremos no tendrá siquiera aliciente para las cosquillas macabras de los vermes que nos dejarán mondos y lirondos. Los huesos póstumos solo sirven para los ejercicios tétricos del barroco o los monumentos funerarios de Ligier Richier. Larra, cuando dejó de sacudirnos zurriagazos a los huesos y empezó a fantasear con el cráneo post mórtem, estragó su genio satírico: en la cuenca que abrió la bala suicida ya antes de ser disparada no cabía un ojo de vidrio.
Por un ojo de vidrio miró Henri-Gustave Jossot para dibujar sus refroidis y también Carlos González Ragel, quien retrataba los cuerpos en su más pulida osamenta. Ragel, alias Skeletoff, fue uno de los inverosímiles personajes del Madrid de principios del siglo pasado. Eusebio Cimorra lo recordaba así:
«Otro tipo era Esqueletomaquia, al que llamábamos así por su descubrimiento de un arte nuevo: la caricatura anatómica. O sea, nada de narices desfiguradas, cabezas minúsculas o gigantescas y demás gilipolleces del caricaturismo convencional. Lo que él hacía era la caricatura del esqueleto, incluida la calavera y, dentro de los que cabe, con un gran parecido. Lo malo es que el tétrico Esqueletomaquia, con su aire de sepulturero de Shakespeare, iba ofreciendo sus macabros servicios de Saint-Saëns del lápiz a la poca evolucionada clientela del Colonial y, claro, ésta no se dejaba.
–No se desanime usted, amigo –le consolaba don Rafael [Cansinos Assens]–. Lo que usted hace es verdaderamente revolucionario: la caricatura de ultratumba, la caricatura ultraísta».
Pero no eran sus caricaturas de ultratumba, ni tampoco un memento mori: eran las radiografías que tomaba un Mefistófeles burlón. Para encontrar a alguien que lo entendiese, González Ragel tendría que haber salido del Colonial y acercarse a Pombo. A Gómez de la Serna, que no le bastaba con palparse la calavera, sí le hubiese gustado ver su esqueletomaquia. De hecho, llegó a someterse al método sucedáneo que le ofrecían los rayos X: «Tenía que conocer –escribió– mi faz más duradera para reconocerme entre los muertos el día de mañana y no ponerme la cabeza de otro». El resultado del golpe de magnesio interparietal fue una placa inapelable de su cráneo y, dentro de él, «un sedimento como de cenizas de algunas greguerías».
Esqueletomaquia de Romanones, por González Ragel. |
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