“La edición ha sido patrocinada por la Academia de la Lengua, según un mandato del Gobierno… hecho hace más de cien años”. Y este es el juicio que merecía el
proyecto, exactamente cien años atrás, a Wenceslao Fernández Flórez:
«Se va
a hacer una edición especial del Quijote.
Una edición especial para señoras y señoritas y para los niños. El Sr. Dato ha
comentado la noticia con los periodistas diciendo:
—Ya
ven ustedes. Mis niñas no han podido leer El
Quijote.
Ahora
le quitarán a la obra inmortal las escenas y los párrafos donde haya alguna
crudeza, alguna de estas cosas que se llaman crudezas; quizás se ponga en su
primera página el marchamo de la censura contemporánea, y las señoritas podrán
comenzar a enterarse del libro de Cervantes.
Observen
ustedes esta tendencia que hay ahora de modificar las obras literarias. Se
ponen en prosa las leyendas de Zorrilla, se hacen reducciones sintéticas de La Eneida, se extracta la substancia de Los miserables. Un señor que lea
cualquiera de estas transformaciones, ¿puede decirse enterado de la obra
original?… Seguramente, no. Lo que se hace, quizás, es favorecer y facilitar la
pedantería, sirviéndola como un índice de materias. No obstante, parecer ser
esto del agrado del público, cuando las casas editoriales van concediendo una
cada día más creciente preferencia a esta clase de publicaciones. Las bellas
ediciones de las obras clásicas que hacía “La Lectura”, probablemente estarán
durmiendo el sueño eterno en los escaparates de las librerías –en sus
almacenes, más bien, porque de los escaparates habrán venido a echarlas los
centenares de volúmenes que están publicando acerca de la guerra–. Este intento
de difundir las obras clásicas, puras y simples, tal como han sido dadas a la
luz por sus autores, parece que ha fracasado. Ahora se tiende, en el
laboratorio de las casas editoriales, a formar compuestos y derivados.
¿Hasta
qué punto hay derecho a semejantes mutilaciones, que privan de gran parte de su
belleza a las obras originales?... La característica de la época en España es
un santo y decidido horror a la lectura. No se lee. Y el que lee, no quiere
cosas abstrusas ni voluminosas, prefiere lo frívolo y lo rápido. Sin embargo,
se hace preciso cierto baño de cultura, saber hacer a tiempo una cita, sugerir
una comparación, que tendrá tanto mayor mérito cuanto más añejo y olvidado sea
el nombre invocado. Por esto esas gentes buscan lo que pudiéramos llamar
epítomes de la literatura. Así como los grandes abogados se enteran muchas
veces de los pleitos por las minutas que sus pasantes les hacen, el público,
una gran parte del público, aspira a conocer las obras maestras, aquellas cuyo
desconocimiento pudiera serle una tacha, por medio de esos extractos que ahora
se están poniendo en boga.
—¡Oh! –se
disculpan–. La vida de vértigo, los múltiples quehaceres…
Menos
mal si todo esto quedase reducido a los pedantes. El pedante, al fin y al cabo,
es poco dañino; se le conoce a simple vista y se puede huir de él. Pero ¡ay de
nosotros si la mojigatería se decide a tomar más activa parte en el asunto y comienza
también a servirnos condensaciones y a tamizarnos las lecturas! Hasta ahora no
hacía más que poner su veto, y este veto tenía fuerza exclusivamente entre
gentes de una escasa capacidad, admiradora de la ñoñería literaria, en cuyo
cerebro las ideas de los grandes maestros había de caer, al fin, como la
semilla en los arenales del Sahara. Nada se perdía en definitiva con que la
mojigatería lanzase prohibiciones. Pero el que ahora se decida a empuñar las
tijeras y hacer expurgos y tender velos… es para temblar.
¿Qué
tendrá que ver –nos preguntamos nosotros– la moral con el arte?... Aún
admitiendo la inmoralidad –no la inmoralidad ridícula que ellos creen ver, sino
la verdadera y brutal inmoralidad de pensamientos, de teorías– aún admitiendo
que esa inmoralidad exista en una obra, que no la lea quien no debe leerla, y
en paz.
¿Quién
será el que ahora se ponga a colaborar con Cervantes?... Temblamos al presumir
el cónclave encargado de hacer las anunciadas modificaciones en la obra más
gigantesca de la literatura nacional».
“El
Quijote corregido”
Cit.
por Alicia Longueira Moris, Wenceslao
Fernández Flórez. Formación autodidacta de un cronista parlamentario
(1885-1917), Madrid, Congreso de los diputados, 2014, pp. 443-444.
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