«Lector amigo: Me he mudado unas cuantas puertas más arriba, y, como tú y yo somos conocidos viejos, de hace años, me creo en el deber de ofrecerte mi casa; estoy en Madrid. Tú y yo procuraremos reírnos un poco de este Madrid, con nuestro desdén de provincianos encantados de la provincia y que saben que es ahí donde la vida se acerca más a lo que la vida debiera ser.
Madrid, en rigor, no es más que el primero de los tópicos nacionales. Un día aparece en el pueblo un jovencito que idea un vals o que publica unos versos en un semanario. Este jovencito encuentra en seguida algunos amigos cariñosos que lo admiran. Como en provincias somos todos hombres de corazón generoso, no solemos negar admiración a aquellos que sabemos que la solicitan. Unas veces es sincera, otras veces es piadosa. En un caso o en otro: para procurar el bien o para librarnos del joven prodigio, aconsejamos invariablemente:
—Usted debe marcharse a Madrid.
Desde este momento hay una conjura formidable en torno al autor del vals o de los versos. El principiante se convence desde el primer momento de que su deber es marcharse a Madrid. Cada día que pasa siente la congoja de una obligación incumplida. Se cree requerido, increpado por una interna voz que repite obsesionadamente el nombre de la ciudad de las ambiciones. Entonces a es él quien afirma:
—Yo debiera marcharme a Madrid…
[…] Y, cuando llegan las cosas a este extremo, si no se va es hombre muerto. […] Pero tú y yo, lector, no pensamos así. Sabemos que Madrid no es más que un mercado mayor, pero no una competencia mayor, ni un tribunal de sabio fallo. Entre todos, tenemos la culpa de haber creado el tópico, y, sin embargo, corregimos muchas veces a Madrid. Hemos protestado comedias ñoñas que aquí tuvieron éxitos resonantes; hemos dejado apolillarse en las librerías volúmenes absurdamente alabados por la prensa de la Corte; nos reímos del ídolo torero o del ídolo político cuando alguna vez nos visitan. Tenemos un dique de socarronería entre nosotros y Madrid. Conocemos que el que tenga que procurar la resolución de un expdiente o un acta de diputado, debe venir a la Corte; pero no le hace falta venir para que el vals que produzca tenga cadencias más armónicas o los versos que trace alcancen una armonía mayor.
Madrid no es más que un tópico; un tópico orgulloso. Tú y yo, lector, en el tiempo que dure mi permanencia aquí, procuraremos sonreírnos juntos».
Wenceslao Fernández Flórez
«Paliques. El Madrid de un provinciano»
El Noroeste, 21 de febrero de 1914
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