Él es Manuel Cantueso, uno de los tipos que pasearon por La calle de Valverde de Max Aub:
«No tuvo sino escoger de qué redacción vivir. Cayó en El Heraldo, como pudo haberlo hecho en La Libertad o La Voz: en todas partes tenía amigos. No pedía sino lo indispensable, poco: sus vicios, tabaco y café. […] Manuel Cantueso sabe su oficio; lo mismo pare la crónica de Tribunales que la de Sucesos, una crítica teatral o un artículo de fondo. Seguro de ser un gran escritor; el día que se decida publicará una novela que dejará atónitos a todos. ¿Por qué no? Lo improbable: que se ponga a hacerla, por el hecho físico de llenar, una tras otra, doscientas o trescientas cuartillas con su letra menudísima –reducida a la mínima expresión, para cansarse menos.
–Si yo reuniera lo que he escrito…
Pero una cosa es escribir de encargo, para comer, y otra sentarse frente a una mesa, aunque sea de café, sin que apure la hora “del cierre”; única a la que no puede resistir».
¿Cuántos, como él, han sido? La intemerata. Por eso el periodismo, que tantas indignidades tiene que hacerse perdonar, podría alegar en su descargo el habernos ahorrado cientos, miles, tal vez millones de bodrios literarios. Admitámoslo: incluso Mario Neblar, ladrón de pulsera y tango era el título imposible de una novela improbable.
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