«Victor
Hugo est mort». Nadar corre a tomar una fotografía del escritor en su lecho de
muerte, pero los periodistas no se aceleran.
Como la agonía del
augusto enfermo se había prolongado más allá de sus cálculos, tenían el trabajo
hecho. Las necrológicas estaban escritas y compuestas en plomo desde hacía días.
El periodismo es impaciente y, de hacer caso a una historieta que seguía
circulando muchos años después, una impaciencia supina consumía a los redactores de la revista
Gil Blas:
«La
muerte de Victor Hugo era inminente. Armand Silvestre y los demás portaliras de
la redacción le habían consagrado necrologías en su alabanza; la de Catulle
Mendès, muy festejada, esperaba sobre la platina, como las demás, con el vivo
disgusto de su autor que no podía cobrar el importe de sus artículos hasta que
veían la luz en el periódico –el cajero había recibido órdenes terminantes–.
Catulle Mendès repetía con admiración un tanto enervada: “¡Qué prodigiosa
fuerza de resistencia! Esta lucha del maestro con la muerte es gigantesca...”.
Menos
diplomático el regente de la imprenta, no ocultaba su desolación ante la enorme
cantidad de original compuesto sin finalidad alguna, y mostraba en la sala de
redacción su cara de disgusto. Y su voz, tartamudeante, interrogaba:
–¿Monsieur
Hugo vivirá siempre?
–Siempre.
–Es
que tengo inmovilizados los caracteres de imprenta.
–Paciencia,
buen viejo.
Se
alejaba, refunfuñando confusas quejas.
En
fin; la noticia que esperaban tantas personas llegó el 22 de mayo. El
secretario de redacción, nervioso y alborozado, exclamó:
–Amigos,
las páginas primera y segunda están enteramente compuestas, el pato será
servido a las diez; id a casa de Monfenio y traed las viandas.
La noche
fue alegre. ¡Qué de chucruts! ¡Qué de Pilsen! Mendès iba y venía del lugar del
banquete a la casa mortuoria, de la que traía las noticias: “Todos los poetas
están allí, y algunos individuos que son perfectamente indignos de velar al
maestro… Están León Dierx, Paul Arène, Albert Mérat, Arancourt, Jean Aicard…
Nadie
le prestaba atención; él apuraba otro “bock” y, tomando el coche volvía a la
avenida de Eylau.
Y al día siguiente por la mañana, desplegando el Gil Blas, festoneado por una ancha franja de luto, que irremisiblemente manchaba de negro los dedos, se podía leer el artículo de Mendès, un hermoso artículo entregado ocho días antes, y en el cual el hugólatra prorrumpía: "Sé en este instante la horrible noticia; sujeto mi cabeza entre las manos y exclamo: 'No, no; no es posible!...'».
0 comentarios:
Publicar un comentario