El periodista cínico es aquel que, presumiendo de conocer las servidumbres de la profesión y las reglas de la historia, esgrime la imposibilidad de subvertirlas como justificación de su indiferencia amoral y cómplice. En sus últimos artículos, Larra se descubre y confiesa “ebrio de deseos y de impotencia”, es decir, había alcanzado el convencimiento que quizás engendra al cínico. Para algunos, el parto de un Larra cínico se produciría el 13 de febrero si, en lugar de apretar el gatillo, se pusiese a escribir, ese día, al siguiente y al otro. Sólo le cabía callar, insistió Umbral, rindiéndose sin sonrojo a la “tradicional alegría necrológica y necrofílica” que decía, a renglón seguido, censurar:
“Este es el Larra de los últimos tiempos. El escritor que ha de matarse, entre otras cosas, para no seguir escribiendo. El hecho de dejar de escribir en vida habría supuesto otra forma de suicidio no menos dramática. Sólo se suicida el que ya está muerto por dentro. En este sentido, el suicidio es un expediente a cubrir, algo que faltaba por hacer”.
Ahí está expuesto con drástica crudeza el argumento que viaja, de forma más o menos implícita, en las celebraciones del pistoletazo como el gesto de la radical coherencia de Larra. Desmadejando el hilo de este discurso, se descubre que Larra ha sido colocado ante esta disyuntiva: el suicidio o el cinismo. Pero es un dilema falaz, si se atiende a Albert Camus.
“Cabría creer –escribió en El mito de Sísifo– que el suicidio sigue a la rebelión. Pero es un error. Porque no representa su desenlace lógico. Es exactamente su contrario, por el consentimiento que supone”. Camus asume el sentimiento de lo absurdo e inmerso en él, sin escamotearlo, desechando la tentación de añagazas o trascendencias consoladoras que en realidad lo niegan, se pregunta “si se puede vivir de él o si la lógica ordena que se muera de él”. Su respuesta es una negación del suicidio, la denuncia de que la coherencia de una metafísica escéptica no conduce a una moral de renunciamiento, sino a la exigencia de “agotarlo todo y agotarse”. Del absurdo nace el imperativo de la rebelión, la libertad y la pasión. Se trata de vivir, no por una inercia que intenta olvidarse del absurdo y tampoco amparándose en falsas ilusiones que desdicen el absurdo, sino de vivir en “la ausencia total de esperanza (que nada tiene que ver con la desesperación), el rechazo continuo (que no se debe confundir con la renuncia) y la insatisfacción consciente (que no cabría asimilar con la inquietud juvenil)”.
Por otra parte, Camus es la refutación más categórica del periodista cínico. El periodista que dirigió Combat y escribió para Alger Républicain, Paris-Soir, Caliban y L’Express no puede ser tachado de ingenuo: conocía por dentro la profesión y llegó a afirmar que era “la capital de la malignidad, la denigración y la mentira sistemáticas”, fuerzas a las que la prensa se rendía bajo el pretexto de la rentabilidad económica o el oportunismo ideológico. “Pero nada de todo ello comprometía, en su opinión, la esencia del periodismo”, como subraya Jean Daniel en Camus. A contracorriente. Ni la esencia del periodismo, ni la responsabilidad del periodista:
“[…] lo que más le irritaba –continúa Jean Daniel– era que alguien pudiera ser periodista y despreciar la profesión; que alguien pudiera apoyarse en este desprecio para contribuir al envilecimiento del periodismo. En este caso, como en otros, Camus negaba, en resumen, que la denuncia de la hipocresía pudiera servir de pretexto al cinismo. ‘Aunque no exista nada, no todo está permitido’. Por tanto, en el periodismo, al igual que en el arte, a pesar de que la lucidez puede conducir al pesimismo, no podrá llevar al nihilismo, so pena de negarse”.
Camus también desmontó el presupuesto del nihilismo cínico que considera al periodista un pigmeo braceando estérilmente contra la fuerza inapelable de la historia. Jean Daniel escuchó, en cierta ocasión en la que acababa de calificar de ineluctable cierto acontecimiento, la impugnación de Camus:
“¿Ha dicho usted ‘ineluctable? ¿Qué puede querer decir eso para un periodista, incluso comprometido, o para un intelectual? ¿Con qué derecho decide usted el sentido de la historia? La palabra ‘ineluctable’ está reservada a los espectadores que se resignan a su impotencia para impedir que ocurra lo que en el fondo desean y a lo que ya se han resignado. A los espectadores y, por supuesto, a los militantes, para quienes no existe problema alguno: el desarrollo de la historia no es sólo ineluctable sino justo”.
Camus niega el suicidio y niega el cinismo. Se introduce en las entrañas de la misma lógica que parece desencadenarlos necesariamente y la revienta. No niega el absurdo para negar el suicidio y no niega la malignidad del periodismo para negar el cinismo. Camus afirma el absurdo como el suicida, pero para él es exigencia de vida. Camus conoce la perversa condición del periodismo y la historia como el cínico, pero para él eso es precisamente lo que hace necesario un periodismo no secuaz, lo que constituye el impulso para perseverar en una escritura rebelde.
Camus es la réplica contundente, no a Larra, porque nadie sabe nada de la razón del suicida, sino a quienes afirman que el suicidio o el cinismo son la fatalidad ineludible a la que está abocado un periodista una vez cobra consciencia de estar “ebrio de deseos e impotencia”.
“Este es el Larra de los últimos tiempos. El escritor que ha de matarse, entre otras cosas, para no seguir escribiendo. El hecho de dejar de escribir en vida habría supuesto otra forma de suicidio no menos dramática. Sólo se suicida el que ya está muerto por dentro. En este sentido, el suicidio es un expediente a cubrir, algo que faltaba por hacer”.
Ahí está expuesto con drástica crudeza el argumento que viaja, de forma más o menos implícita, en las celebraciones del pistoletazo como el gesto de la radical coherencia de Larra. Desmadejando el hilo de este discurso, se descubre que Larra ha sido colocado ante esta disyuntiva: el suicidio o el cinismo. Pero es un dilema falaz, si se atiende a Albert Camus.
“Cabría creer –escribió en El mito de Sísifo– que el suicidio sigue a la rebelión. Pero es un error. Porque no representa su desenlace lógico. Es exactamente su contrario, por el consentimiento que supone”. Camus asume el sentimiento de lo absurdo e inmerso en él, sin escamotearlo, desechando la tentación de añagazas o trascendencias consoladoras que en realidad lo niegan, se pregunta “si se puede vivir de él o si la lógica ordena que se muera de él”. Su respuesta es una negación del suicidio, la denuncia de que la coherencia de una metafísica escéptica no conduce a una moral de renunciamiento, sino a la exigencia de “agotarlo todo y agotarse”. Del absurdo nace el imperativo de la rebelión, la libertad y la pasión. Se trata de vivir, no por una inercia que intenta olvidarse del absurdo y tampoco amparándose en falsas ilusiones que desdicen el absurdo, sino de vivir en “la ausencia total de esperanza (que nada tiene que ver con la desesperación), el rechazo continuo (que no se debe confundir con la renuncia) y la insatisfacción consciente (que no cabría asimilar con la inquietud juvenil)”.
Por otra parte, Camus es la refutación más categórica del periodista cínico. El periodista que dirigió Combat y escribió para Alger Républicain, Paris-Soir, Caliban y L’Express no puede ser tachado de ingenuo: conocía por dentro la profesión y llegó a afirmar que era “la capital de la malignidad, la denigración y la mentira sistemáticas”, fuerzas a las que la prensa se rendía bajo el pretexto de la rentabilidad económica o el oportunismo ideológico. “Pero nada de todo ello comprometía, en su opinión, la esencia del periodismo”, como subraya Jean Daniel en Camus. A contracorriente. Ni la esencia del periodismo, ni la responsabilidad del periodista:
“[…] lo que más le irritaba –continúa Jean Daniel– era que alguien pudiera ser periodista y despreciar la profesión; que alguien pudiera apoyarse en este desprecio para contribuir al envilecimiento del periodismo. En este caso, como en otros, Camus negaba, en resumen, que la denuncia de la hipocresía pudiera servir de pretexto al cinismo. ‘Aunque no exista nada, no todo está permitido’. Por tanto, en el periodismo, al igual que en el arte, a pesar de que la lucidez puede conducir al pesimismo, no podrá llevar al nihilismo, so pena de negarse”.
Camus también desmontó el presupuesto del nihilismo cínico que considera al periodista un pigmeo braceando estérilmente contra la fuerza inapelable de la historia. Jean Daniel escuchó, en cierta ocasión en la que acababa de calificar de ineluctable cierto acontecimiento, la impugnación de Camus:
“¿Ha dicho usted ‘ineluctable? ¿Qué puede querer decir eso para un periodista, incluso comprometido, o para un intelectual? ¿Con qué derecho decide usted el sentido de la historia? La palabra ‘ineluctable’ está reservada a los espectadores que se resignan a su impotencia para impedir que ocurra lo que en el fondo desean y a lo que ya se han resignado. A los espectadores y, por supuesto, a los militantes, para quienes no existe problema alguno: el desarrollo de la historia no es sólo ineluctable sino justo”.
Camus niega el suicidio y niega el cinismo. Se introduce en las entrañas de la misma lógica que parece desencadenarlos necesariamente y la revienta. No niega el absurdo para negar el suicidio y no niega la malignidad del periodismo para negar el cinismo. Camus afirma el absurdo como el suicida, pero para él es exigencia de vida. Camus conoce la perversa condición del periodismo y la historia como el cínico, pero para él eso es precisamente lo que hace necesario un periodismo no secuaz, lo que constituye el impulso para perseverar en una escritura rebelde.
Camus es la réplica contundente, no a Larra, porque nadie sabe nada de la razón del suicida, sino a quienes afirman que el suicidio o el cinismo son la fatalidad ineludible a la que está abocado un periodista una vez cobra consciencia de estar “ebrio de deseos e impotencia”.
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