Ya no se hacen películas como las de antes… pero no importa


Hace poco más de un mes que vi en compañía de una niña de cuatro años El Mago de Oz. Quizás sería más exacto decir que vi la película con sus ojos infantiles, que quedaron deslumbrados con el brillante technicolor del mundo over the rainbow, no perdieron de vista a Totó, se encapricharon de los chapines de Dorita, se asustaron con la premonición de que la Bruja del Oeste iba a ser una amenaza durante todo el viaje de los personajes a la Ciudad Esmeralda y se llenaron de lágrimas en el momento en que Dorita se despedía del León, el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata. Al final, la niña sentenció: “Es mi película favorita”. Con la cultura cinematográfica de sus cuatro años había llegado a una conclusión que quizás no era muy distinta de la mía: “Ya no se hacen películas como las de antes”.

Hace un par de semanas vi con una niña de nueve años (y medio, como ella no dejaría de precisar) The Fall: El sueño de Alexandria. Siguió toda la película sin repantigarse en el sofá, adelantado el cuerpo hacia la pantalla como si no quisiera perderse ni un minuto ni un detalle. Desde el primer momento quedó hipnotizada, se rindió sin condiciones a esa confusión de fantasía y realidad que es el sueño de Alexandria, que es el cine. Al final, me vi obligada a corregir el apresurado juicio de unos días antes: “Ya no se hacen películas como las de antes… pero no importa”.

No importa, porque sabemos, aunque a veces nos guste coquetear con la otra idea y el exabrupto, que el cine sigue ofreciéndonos razones para amarlo. Y The Fall: el sueño de Alexandria es precisamente una de las 154 razones que el libro de Miguel A. Delgado reúne. Son 154 películas y las críticas que sobre ellas ha publicado en su blog y en LaButaca.net en los últimos años.

Miguel A. Delgado comprendió la advertencia sobre los riesgos de su trabajo que encarnó en Ratatouille la figura de aquel crítico gastronómico que había olvidado el placer de comer. Sin embargo, él nada tiene que ver con Anton Ego. Todos y cada uno de sus textos destilan su pasión por el cine, una pasión que atribuimos antes a un espectador dispuesto a dejarse fascinar que a esos críticos profesionales que parecen creer que la película se ha hecho sólo para que ellos la comenten. Quizás esto es lo que explica que en tantas ocasiones Miguel A. Delgado incluya alusiones a la ansiedad con la que espera un estreno o, al contrario, al prejuicio previo contra una película, también a las sensaciones que le acompañan al salir de un cine. Lo que ocurre antes y lo que ocurre después de pasar por taquilla y sentarse en una sala oscura forma parte de la experiencia cinematográfica que comparte a través de la escritura. Tampoco es uno de esos críticos fundamentalistas y esnobs que creen que sólo se puede llamar cine a El silencio antes de Bach. Así que el entusiasmo por la película de Portabella no está reñida, en su caso, con poder encontrar en Piratas del Caribe: En el fin del mundo o en Transformers otras razones para la gozosa celebración del cine. Lo dice él mismo en el texto de presentación:

“Y aclaro de antemano que no es algo de lo que me arrepienta: no concibo el ver cine sin buscar ese algo, por pequeño que sea, que renueve la pasión y el amor por una de las pocas artes que gustan a (casi) todo el mundo. Y ese algo, sorprendentemente, puede agazaparse en los fotogramas del título más comercial y, aparentemente, menos preocupado por lo artístico y la creación de belleza”.

Hace bien en no arrepentirse y mal al pedir disculpas cuando advierte que su libro es “pura subjetividad” y que pretende “sólo transmitir, en la medida de lo posible, la experiencia de un espectador”. Quienes lo conocemos sabemos que no es falsa modestia, pero sí modestia infundada. Porque Miguel A. Delgado posee la pasión por el cine de un espectador, pero no es, ni mucho menos, un espectador común. Su prodigiosa cultura cinematográfica, su atenta inteligencia y su delicada sensibilidad le proporcionan ante sus lectores una autoridad que él mismo no se concede y que no busca en absoluto. Miguel A. Delgado no es consciente de habernos mostrarnos aspectos que no hemos sabido ver en una película, ni de que hace contagiosa su pasión por el cine, pero así es.

Si él no ha dudado en cerrar alguna de sus críticas dando las gracias a un director por una película, yo quiero terminar agradeciéndole este libro y sus 154 razones para seguir teniendo fe en el cine. Muchas de ellas son razones que descubrí gracias a su amistad, como Los tres entierros de Melquíades Estrada; otras son razones que estuvo dispuesto a compartir en distintos cine-fórums a los que se apuntó por puro amor al cine, como Zodiac, Grizzly man o The Fall: El sueño de Alexandria; no pocas son razones sobre las que hemos conversado mucho. Gracias, muchas gracias por todas ellas, incluidas las invitaciones que están en el libro y que todavía no he atendido, y también por las que están por llegar.

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