Ha llegado la primavera, bien es verdad que con cierto retraso con respecto al decreto de El Corte Inglés, pero, ahora sí, ya es primavera. En los últimos días, Madrid se ha puesto primaveral, ha consumado esa revolución botánica y hormonal que estará descomponiendo a los alérgicos al polen y a los descreídos de la estación. A esta última categoría pertenecía Julio Camba, quien hizo pública su apostasía:
“Yo no creo en la Primavera. Una experiencia de muchos años en distintas capitales me ha hecho escéptico. La Primavera no existe. En vano los poetas la cantan por esta época y los sastres nos mandan muestras de paños claros para que nos hagamos trajes y los boticarios anuncian depurativos y las agencias de viajes organizan expediciones. Toda esa gente –los poetas y los sastres, los agentes de viaje y los farmacéuticos– explotan la mentira primaveral como su fuente de ingresos más considerable.
Yo he creído de buena fe en la Primavera, como creí en otras ideas románticas; pero me he desengañado. Esto me priva de una dulce ilusión. En cambio, me ahorra muchos resfriados. Ya no salgo a cuerpo en el mes de Abril aunque el sol brille por la mañana, porque sé que a la noche hará un frío horrible. Ya no tomo jarabes, ni me pongo corbatas claras, ni compro ningún sombrero pajizo hasta el verano. Yo creo en el Verano y en el Invierno, como creo en los conservadores y en los revolucionarios. El Verano y el Invierno son las dos únicas estaciones que tienen un programa concreto, pero la Primavera y el Otoño no tienen programa ninguno: no tienen más que retórica. Quieren llevarse al público del Invierno y del Verano, y actualmente no se llevan más que a unos cuantos snobs.
¡Crea usted a los poetas y a los sastres, a los hoteleros y a los boticarios, a las Compañías ferroviarias y a los vendedores de sorbetes; ponga usted su ilusión en la Primavera y váyase usted al campo y salga usted a cuerpo con un sombrero de paja y será usted engañado miserablemente, porque el campo estará imposible y el sombrero de paja se le estropeará a usted y cogerá usted una pulmonía! ¡Cuántas almas jóvenes no han sido víctimas de la Primavera, de su falsa poesía, de su pérfida farmacopea y de su insidiosa indumentaria!
Plumas brillantísimas han loado la Primavera; las unas, de buena fe; las otras, sin convicción alguna, por costumbre, como se ensalzan las virtudes de una política y por seguir la orientación del periódico en donde trabajaban.
Pero ahora estamos en una época de crítica. Hay que contrastar los valores y decirle la verdad al pueblo. Hay que tener la sinceridad de afirmar que la Primavera, la dulce, la hermosa Primavera, es una mentira más”.
Será cosa de la primavera y a ella le echaré la culpa, pero lo que me pide el cuerpo es discutir a Camba.
Cada cual es libre para profesar la fe que le venga en gana y también para descreer del día de los enamorados, el día de la madre o el día del padre. Cierto que son inventos de los tenderos, pero eso no desmiente la pasión amorosa, que todos hayamos sido paridos por madre y que en nuestra concepción fuese necesaria la colaboración de un padre. Por otra parte, el divorcio no niega el enamoramiento de ayer y el expósito no deja de tener madre y padre, aunque le sean desconocidos. El carácter inconstante y voluble de ciertas realidades no es su refutación. Así, las lluvias tormentosas que cabe pronosticar para las próximas semanas no impugnarán la primavera. Antes al contrario, vendrán a confirmar que es primavera y la Feria del Libro. Desde luego, es más fácil creer en el fundamentalismo del verano o del invierno que en la vacilación climatológica de la primavera. Y resulta decididamente incómodo sentir que se comparte la fe estacional de El Corte Inglés, aunque sea por motivos distintos a los de Isidoro Álvarez.
Se dirá que Camba no hablaba de la primavera ni de tal cosa. Yo tampoco. Es sólo que la primavera madrileña ha llegado para aclarar, de una vez, la posición del periodista. Una vez había abandonado el anarquismo y la fe en el calor revolucionario, sólo le quedaba el frío conservador. En medio, nada merecedor de sus esperanzas. Porque en las contradicciones de la primavera no apreciaba un dogma digno de crédito y porque su talante consideraría un desahogo sentimentaloide cantar el renacimiento floreado de la primavera. Aquel artículo en el que definía su postura política y estética era de 1913. No había encontrado razones para modificarla cuando llegó la primavera de 1936.
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