El Mundo daba a conocer ayer el decálogo del “tuitero” socialista. De los diez preceptos que los militantes han de respetar durante la próxima campaña electoral, el periódico destacaba aquel que dice: “Hay que expresarse de modo personal, pero jamás deslizar opiniones personales. A la gente le atrae saber qué opina un partido político que utilice sus propias palabras. (…) Jamás hay que ir más allá de lo expresado por nuestros portavoces, argumentarios o notas de prensa”. El comentario editorial de El Mundo motivado por tal mandamiento afirmaba: “Ese finge que eres tú pero transmite sólo lo que yo te diga no es más que un fraude propagandístico virtual”.
El caso me ha recordado un artículo de Miguel Delibes sobre la censura franquista en los años 40. El periodista explicaba cómo la Delegación Nacional de Prensa hacía llegar a los periódicos consignas con el tratamiento que debía darse a cada noticia:
“Pero algo como una mala conciencia debía existir en los altos rectores de la prensa nacional cuando, con ocasión de una convocatoria para cubrir 50 plazas del Cuerpo Técnico de Secretarios Sindicales –‘que brinda a la juventud titulada española una magnífica ocasión de concurrir a una oposición que ofrece la ventaja cierta de la fijeza de la colocación’- encarecían de los diarios la redacción de una nota laudatoria en cuyos términos ‘no se hiciese evidente que se trataba de una consigna’. La tarea del reportero se hacía así más difícil todavía: había que escribir al dictado pero aparentando que se era espontáneo, de que lo escrito le salía al periodista del corazón”.
Así que lo de afectar convicción y espontaneidad en la repetición de las consignas no parece ser un fraude propagandístico, sino una genuina estrategia propagandística. Otra cosa es que la propaganda sea siempre un fraude de naturaleza totalitaria.
El caso me ha recordado un artículo de Miguel Delibes sobre la censura franquista en los años 40. El periodista explicaba cómo la Delegación Nacional de Prensa hacía llegar a los periódicos consignas con el tratamiento que debía darse a cada noticia:
“Pero algo como una mala conciencia debía existir en los altos rectores de la prensa nacional cuando, con ocasión de una convocatoria para cubrir 50 plazas del Cuerpo Técnico de Secretarios Sindicales –‘que brinda a la juventud titulada española una magnífica ocasión de concurrir a una oposición que ofrece la ventaja cierta de la fijeza de la colocación’- encarecían de los diarios la redacción de una nota laudatoria en cuyos términos ‘no se hiciese evidente que se trataba de una consigna’. La tarea del reportero se hacía así más difícil todavía: había que escribir al dictado pero aparentando que se era espontáneo, de que lo escrito le salía al periodista del corazón”.
Así que lo de afectar convicción y espontaneidad en la repetición de las consignas no parece ser un fraude propagandístico, sino una genuina estrategia propagandística. Otra cosa es que la propaganda sea siempre un fraude de naturaleza totalitaria.
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