Delante de "Sueño y mentira de Franco"





El pasado sábado visité la exposición “Encuentros con los años 30” en el Museo Nacional Reina Sofía. Me quedé clavada delante de los grabados Sueño y mentira de Franco que Picasso hizo entre los días 8 y 9 de enero de 1937 y que concluyó el 7 de junio del mismo año. Las dos láminas son una feroz sátira de la sublevación militar contra el gobierno de la II República y una denuncia de la brutalidad de la guerra; cada una de ellas está dividida en nueve escenas, a la manera de los cantares de ciego o aleluyas. Fue la mujer muerta en medio de un paisaje desolado que aparece en la segunda viñeta del segundo aguafuerte la que concentró mi atención, porque ella es la que aparece ilustrando la cubierta del libro Une jeune mère dans les prisons de Franco publicado en París en 1937 por Editions des Archives Espagnoles.


La obra recoge el testimonio de Pilar Fidalgo Carasa sobre los nueve meses que pasó encarcelada en una prisión de Zamora, junto a su hija Helena, recién nacida, por el único delito de ser la esposa del socialista José Almoina. Una vez liberada gracias a un canje de prisioneros, Pilar quiso denunciar el infierno que había compartido con otras mujeres, entre ellas, Amparo Barayón, la esposa de Ramón J. Sender, finalmente fusilada. Así lo hizo a finales de abril de 1937 en una declaración ante el Consulado republicano en Bayona, publicada poco después en tres entregas en el periódico El Socialista y que sirvió de base al libro Une jeune mère dans les prisons de Franco, traducido al inglés en 1939 por la londinense United Editorial.



Pilar Fidalgo describía el atroz régimen carcelario que le fue infligido y que otras mujeres continuaban padeciendo: las infames vejaciones, las aterradoras horas esperando la caída de la tarde cuando un grupo de guardias civiles y falangistas recogían a las mujeres que iban a ser fusiladas esa misma noche. Su testimonio era, además de una denuncia, el esforzado y doloroso ejercicio de memoria de quien no quiere olvidar el nombre de ninguna víctima, de ninguna de las tragedias de las que tuvo noticia en aquellos días de cautiverio. Es como si Pilar quisiera salvaguardar la identidad de los asesinados y represaliados, como si, de algún modo, deseara rescatar del anonimato a la mujer tendida en el suelo, ensangrentada, muerta, de Sueño y mentira de Franco. La mujer de Picasso ha sido relacionada con la que aparece en la estampa número 79 de los Desastres de la guerra de Goya, la titulada Murió la Verdad. El empeño de Pilar fue, en efecto, conservar la memoria de la verdad acribillada.


Durante un tiempo perseguí los detalles de esta historia que, en el museo, volvían a contarme los grabados de Picasso. Luego, la olvidaba, hasta que me salía al encuentro una pista o un rastro que no atribuía al azar, sino a la llamada de unos fantasmas. Porque finalmente los atendí, porque intenté reconstruir aquel capítulo de 1937 y los capítulos anteriores y los posteriores de las vidas de Pilar Fidalgo y José Almoina, creía cancelada la obsesión. Tal vez, después de todo, ni siquiera haya conseguido eso: todavía estoy preguntándome qué me reclamaban o qué me querían decir los fantasmas el pasado sábado.

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