“El País como empresa y como ‘intelectual colectivo’” fue el título que José Luis López Aranguren dio al artículo publicado
en las mismas páginas del periódico el 7 de junio de 1981. A El País siempre le fue grata aquella definición
del papel que había cumplido durante los primeros años del posfranquismo y convirtió
la expresión acuñada por Aranguren en el muy publicitado leitmotiv sobre el que
construyó su historia y su mito. Era, pues, inevitable que, en la crisis que
acucia a la cabecera, alguien terminara por recordar la traición colectiva
consumada contra el intelectual colectivo. Tal es lo que acaba de hacer Ignacio Echevarría.
Echevarría
olvida, como antes lo hizo también El
País, que el propio Aranguren advirtió al periódico de los demonios que lo
acosaban: “¿Se puede seguir siendo totalmente independiente cuando se ha adquirido,
no ya una, a mi juicio, desmesurada presencia en la vida pública española,
sino, lo que es todavía más grave, un exorbitante poder periodístico y empresarial?”. La pegunta así formulada debió
de escocer y el filósofo rascó la picazón pocas semanas después con un nuevo
artículo, “La libertad de expresión”:
“Si mis
críticos no fueran tan obcecados como por desgracia son, habrían advertido que
en mi reciente artículo acerca del último libro de Juan Luis Cebrián [Crónicas de mi país] el tema central
consistía en poner en guardia frente al exceso, muy actual, del poder
periodístico. No era la primera vez que, en El
País, prevenía yo de la posible desmesura de su poder. Y aunque -apenas
hace falta decirlo- no interviniera para nada en la ilustración del artículo
con la fotografía de Ortega y Gasset, ésta me pareció semióticamente acertada.
¿No hay en este diario la tentación, más o menos consciente, de erigirse en el intelectual
colectivo, como otras veces lo he llamado, heredero del viejo poder
intelectual del orteguismo? Creo que en el interior de cada periódico habría de
reproducirse, a su modo, la división de poderes que encontramos en el ámbito
constitucional: redacción, por una parte; empresa económica, por otra; dirección,
mediadora, en medio, y colaboradores, a su aire. La tentación a la que
me refiero consiste en que la dirección, la redacción y aun la colaboración se
pongan enteramente al servicio, bien de los intereses empresariales, bien del
correspondiente partido o ideología políticos, bien del sensacionalismo, de las
pasiones y de las fobias. Decía yo allí que son peligrosas las empresas
periodísticas con las que se gana dinero porque la prepotencia aspira siempre a
más y más poder. Pero no menos lo son las que lo pierden, porque para enjugar
el déficit tienden al desquiciamiento de la información, al ataque personal
sistemático, a la malintencionada siembra de especies, insidias e infundios”.
Si un
fracaso empresarial compromete el futuro de un periódico y su independencia, no
es menos cierto que el éxito puede resultar igualmente funesto. Algún síntoma de
alarma tuvo que motivar esta reflexión de Aranguren en 1985. Así, quien procure
pistas sobre el acabamiento del mito del periódico como intelectual colectivo tal
vez debiera de comenzar a buscarlas en aquella temprana fecha y no, como sugiere el crítico a
conveniencia de su propia biografía laboral, en lo sucedido tan solo una década atrás.
2 comentarios:
Impresionante...
Eres muy impresionable... ;D
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