Julio Camba no se dejaba entrevistar. A este respecto, su
criterio era completamente inflexible: “Siente un profundo horror por esta
forma de información periodística. ‘¿Quieres hablar de mí? –dice–; pues habla;
ya me conoces. ¿O qué quieres? ¿Que te llene yo veinte cuartillas que luego has
de firmar tú? No…’”. Sabía que el objeto de interés de los entrevistadores y
del público no era él mismo, sino el personaje que había creado. Si este iba a
aparecer en escena, que fuese en sus artículos, en donde la palabra era bien calculada
y extraordinariamente bien pagada.
Julio Camba tampoco se dejaba fotografiar. Se daba la
penosa circunstancia de que su persona y su personaje tuvieron que compartir
rostro. Así que obligado a hacerse un retrato para la publicidad, evitaba la
ocasión improvisada y el objetivo de los amateurs. Para la foto del tipo aquel
que escribía unos artículos llenos de humor e intención, elegía el estudio de
un maestro, preferiblemente el del mejor, Alfonso, que entendía y satisfacía el
encargo. De manera que la imagen que encabeza este texto constituye una rareza
verdaderamente insólita. Se diría que la foto y el pie de foto fueron una idea
de Camba. Cuando se le ocurrió el pie, accedió
a la foto; por una vez, con generosidad y sin retribución, el personaje se
mostraba y se explicaba.
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