Por supuesto, la deliberada impericia
con que se fabrican los libros no es nueva. Jaroslav Seifert ya se quejaba de
ella y de las evidentes insuficiencias, materiales y operativas, con que el
objeto llegaba a las manos del lector. Su lamento está recogido en un pasaje de
esta edición: tapas duras; lomo de guáflex que querría pasar por badana marrón;
unas mínimas protuberancias colocadas a voleo con pretensión de nervios; el
título y el autor estampados en un amarillo chillón que resulta un patético
remedo del pan de oro; incapaz de mantenerse abierto sobre las palmas de la
mano; páginas encoladas que ya han comenzado a separarse de sus hermanas. Todo
perfectamente dispuesto, se diría que adrede, para el sarcasmo: el libro se
titula Toda la belleza del mundo. En
él Seifert entona una elegía por los libros hermosos o, lo que es lo mismo, los
libros cuya perfecta hechura les permite cumplir con total eficacia su misión,
los libros en los que el contenido y la encuadernación se presentan en
impecable sintonía. Y llora la extinción del oficio de Alois Jirout y Ludmila
Jiroutvá, un matrimonio de encuadernadores del barrio de Malá Strana de Praga.
[El texto completo de Las barbas cizalladas de una mentira, en el número 7 de Jot Down].
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