«Esta caja no está motivada por la existencia o prefiguración de un objeto concreto que la llene; sino que es ella misma el punto de partida; el impulso activo que promueva la producción de un objeto cualquiera destino a llenarla justificando a ésta tan sólo por la mera función de satisfacer la demanda de llenar la caja. Ahora, en fin, parece que vivimos en un mundo en que no son las cosas las que necesitan cajas, sino las cajas las que se anticipan a urgir la producción de cosas que las llenen.
Pero esta dramática situación de las cajas vacías que hay que llenar ya la conocíamos en varias cosas de origen, en principio, bastante más inocente. Pongamos, por ejemplo, el compromiso diario de un periódico de cada día, ocurra lo que ocurra, está obligado a llenar 16, 32, 64 o mayor número de páginas, siempre que sea un múltiplo de 16 o, en el mejor de los casos, por lo menos de ocho. Ya conocemos los argumentos de los periodistas sobre la gran elasticidad tipográfica de un periódico y sobre la aún mayor libertad de juego que le permite la inclusión de la publicidad. Pero, con todo, nos queda siempre la convicción de que un periódico verdaderamente transitivo, realmente determinado por su objeto, por las cosas de las que pretende ser función, o sea, las noticias, tendría que tener un día once páginas y cinco octavos de página, otro treinta y una páginas y un tercio, y, en fin, un día excepcionalmente feliz, aparecer en los quioscos y ser puesto a la venta bajo el mismo título y con el mismo precio, con todas sus páginas en blanco y sólo este mensaje en la portada: '¡PAS DE NOUVELLES, BONNES NOUVELLES!'. Un mensaje, por cierto, que también notificaría, de modo implícito, el renacimiento de la transitividad».
Rafael Sánchez Ferlosio
“Las cajas vacías”,
en El alma y la vergüenza
(Barcelona, Destino, 2000, pp. 71-72).
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