Hoy se cumplen cien años de la muerte de Samuel Langhorne Clemens, el escritor que ingresó en la historia de la literatura con el nombre de Mark Twain. Utilizó por primera vez el seudónimo para firmar un artículo en las páginas del Territorial Enterprise de Virginia City el 3 de febrero de 1863. Y fue también en la prensa donde publicó muchos de los escritos luego recogidos en libro. Así, por ejemplo, en el New York Saturday Press y The Californian aparecieron algunos de los relatos que le proporcionaron una inmediata popularidad y que pronto fueron reunidos en The Celebrated Jumping Frog of Calaveras County, su primer libro; en Alta California, se publicaron las cartas con el relato de las incidencias de su viaje a bordo del Quaker City por el Mediterráneo y Tierra Santa y que, posteriormente, dieron lugar al libro Innocents Abroad (que Ediciones del Viento acaba de editar bajo el título Guía para viajeros inocentes); y en el The Atlantic Monthly, cuando lo dirigía su amigo W. D. Howells, vieron la luz las siete entregas de Old Times on the Mississippi, apuntes publicados más tarde en un volumen homónimo y parcialmente incorporados también a Life on the Mississippi. Mark Twain ejerció todos los trabajos periodísticos posibles: fue tipógrafo, reportero, corresponsal en el extrajero, articulista, director. En su autobiografía se refiere a lo que no fue en el periodismo; lo que no fue por el plausible motivo de haber rechazado ciertas ofertas, como aquella que le garantizaba dieciséis mil dólares anuales durante cinco años por permitir que su nombre figurara públicamente con el del director de una publicación periódica de carácter humorístico.
Siendo como era buen conocedor del periodismo, no extraña que Mark Twain lo convirtiese en el tema de algunos de sus relatos. Así lo hizo, entre otros, en los titulados El periodismo en Tennessee y De cómo dirigí un periódico agrícola. Este último es la historia de un periodista que acepta la dirección de un periódico agrícola, sólo por elemental y estricta necesidad económica y tan a la fuerza "como un terrateniente aceptaría sin vacilaciones el mando de un buque". No cabía esperar que aquella experiencia profesional deparase éxito alguno a quien escandalizó a toda la comarca con bucólicas gacetillas que hablaban de nabos que crecían en los árboles, que catalogaban la calabaza como un tipo de baya y que describían el guano como un pájaro muy bonito. La que sigue es la escena en la que el periodista, cuya única competencia agropecuaria perfectamente acreditada era el manejo de un surtido catálogo de insultos vegetarianos, es despedido:
“-Sus artículos son una calamidad periodística. Porque, veamos, ¿quién le ha metido en la cabeza que usted podría dirigir un periódico de esta índole? Usted no parece conocer ni siquiera los primeros rudimentos de la agricultura. Habla de un surco ya de un rastrillo, como si ambos fueran una misma cosa; habla de la estación de la muda en las vacas, y recomienda la domesticación del gato montés porque es un animal muy entretenido y juguetón y excelente para cazar ratones. Su nota acerca de que las ostras están quietas cuando se toca un poco de música, es superflua, enteramente superflua. Las ostras no se mueven por nada. Siempre están quietas. La música no les importa un bledo, cualquiera que sea. ¡Ah! ¡Cielos y tierra, amigo! Si del acopio de ignorancia hubiese hecho usted la carrera de su vida, le aseguro que ahora podría licenciarse con las más altos honores que cabe soñar. Nunca vi nada semejante. Su observación de que la castaña de Indias, como artículo comercial, está ganando paulatinamente el favor del público, me parece calculada simplemente para destruir el periódico. Déme su dimisión y lárguese. […] Pierdo la paciencia sólo al pensar en usted arguyendo sobre arriates de ostras en la sección de ‘Jardinería Pintoresca’. Váyase. […] ¡Oh! ¿Por qué no me dijo usted que no sabía nada de agricultura?
-¿Decirle a usted, zanahoria, acelga, hijo de una coliflor? Es la primera vez que oigo tan desconsiderados denuestos. ¿Sabe lo que le digo? Que he estado catorce años metido en el negocio editorial, y que ahora me entero de que se necesita entender de una cosa para editar un periódico. ¡So nabo! ¿Quién escribe la crítica teatral en los diarios de segunda categoría? Pues bien, un hatajo de zapateros emancipados y de mancebos de botica que saben tanto de tablas como yo de agricultura, y nada más. ¿Quién hace la revista de libros? Gente que nunca ha escrito uno. ¿Quién fabrica esos tostones sobre finanzas? Tipos que han aprovechado todas las oportunidades para no saber nada sobre la cuestión. ¿Quién hace la crítica de las campañas contra los indios? Señores que nunca han oído un agrito de guerra, ni visto un wigwam, ni corrido diez metros con un tomahawk en la mano, ni dedicado a arrancar flechas de varios miembros de sus familias, para encender el fuego con ellas. ¿Quién escribe esos llamamientos a la templanza, quién clama contra el incremento del juego de bolos? Individuos que sólo estarán serenos cuando bajen a la tumba. Y responda usted, boniato, ¿quién dirige los periódicos agrícolas? Hombres que, por regla general, fracasan como poetas, como novelistas de crímenes y misterio, como escritores de dramas sensacionales, como reporteros y que finalmente se refugian en la agricultura como en una compás de espera antes de entrar en el asilo. ¡Y quiere usted enseñarme el negocio periodístico! ¡A mí! Señor mío: lo conozco desde el alpha hasta el omega, y puedo decirle que cuanto menos sabe un hombre, más alboroto levanta y mejor salario cobra. […] Me marcho, señor. Desde que me trata usted como lo ha hecho ahora, estoy perfectamente dispuesto a marchar. Pero he cumplido con mi deber. He cumplido mi contrato en la medida que cabía dentro de lo posible. Dije que podría hacer de su periódico una publicación de interés para todas las clases sociales, y lo he conseguido. Dije que podría aumentar el tiraje hasta veinte mil ejemplares, y si me hubiese dado usted un par de semanas más, lo hubiera logrado. Le he dado a usted la mejor clase de lectores que jamás tuvo un periódico agrícola. Jamás hubo un granjero capaz de imaginar un árbol de sandías o una cepa de melocotones, aunque en ello empeñara la vida. Le aseguro que es usted quien sale perdiendo con esta ruptura. Yo, no, plantel de rábanos. Adiós.
Y me largué".
Siendo como era buen conocedor del periodismo, no extraña que Mark Twain lo convirtiese en el tema de algunos de sus relatos. Así lo hizo, entre otros, en los titulados El periodismo en Tennessee y De cómo dirigí un periódico agrícola. Este último es la historia de un periodista que acepta la dirección de un periódico agrícola, sólo por elemental y estricta necesidad económica y tan a la fuerza "como un terrateniente aceptaría sin vacilaciones el mando de un buque". No cabía esperar que aquella experiencia profesional deparase éxito alguno a quien escandalizó a toda la comarca con bucólicas gacetillas que hablaban de nabos que crecían en los árboles, que catalogaban la calabaza como un tipo de baya y que describían el guano como un pájaro muy bonito. La que sigue es la escena en la que el periodista, cuya única competencia agropecuaria perfectamente acreditada era el manejo de un surtido catálogo de insultos vegetarianos, es despedido:
“-Sus artículos son una calamidad periodística. Porque, veamos, ¿quién le ha metido en la cabeza que usted podría dirigir un periódico de esta índole? Usted no parece conocer ni siquiera los primeros rudimentos de la agricultura. Habla de un surco ya de un rastrillo, como si ambos fueran una misma cosa; habla de la estación de la muda en las vacas, y recomienda la domesticación del gato montés porque es un animal muy entretenido y juguetón y excelente para cazar ratones. Su nota acerca de que las ostras están quietas cuando se toca un poco de música, es superflua, enteramente superflua. Las ostras no se mueven por nada. Siempre están quietas. La música no les importa un bledo, cualquiera que sea. ¡Ah! ¡Cielos y tierra, amigo! Si del acopio de ignorancia hubiese hecho usted la carrera de su vida, le aseguro que ahora podría licenciarse con las más altos honores que cabe soñar. Nunca vi nada semejante. Su observación de que la castaña de Indias, como artículo comercial, está ganando paulatinamente el favor del público, me parece calculada simplemente para destruir el periódico. Déme su dimisión y lárguese. […] Pierdo la paciencia sólo al pensar en usted arguyendo sobre arriates de ostras en la sección de ‘Jardinería Pintoresca’. Váyase. […] ¡Oh! ¿Por qué no me dijo usted que no sabía nada de agricultura?
-¿Decirle a usted, zanahoria, acelga, hijo de una coliflor? Es la primera vez que oigo tan desconsiderados denuestos. ¿Sabe lo que le digo? Que he estado catorce años metido en el negocio editorial, y que ahora me entero de que se necesita entender de una cosa para editar un periódico. ¡So nabo! ¿Quién escribe la crítica teatral en los diarios de segunda categoría? Pues bien, un hatajo de zapateros emancipados y de mancebos de botica que saben tanto de tablas como yo de agricultura, y nada más. ¿Quién hace la revista de libros? Gente que nunca ha escrito uno. ¿Quién fabrica esos tostones sobre finanzas? Tipos que han aprovechado todas las oportunidades para no saber nada sobre la cuestión. ¿Quién hace la crítica de las campañas contra los indios? Señores que nunca han oído un agrito de guerra, ni visto un wigwam, ni corrido diez metros con un tomahawk en la mano, ni dedicado a arrancar flechas de varios miembros de sus familias, para encender el fuego con ellas. ¿Quién escribe esos llamamientos a la templanza, quién clama contra el incremento del juego de bolos? Individuos que sólo estarán serenos cuando bajen a la tumba. Y responda usted, boniato, ¿quién dirige los periódicos agrícolas? Hombres que, por regla general, fracasan como poetas, como novelistas de crímenes y misterio, como escritores de dramas sensacionales, como reporteros y que finalmente se refugian en la agricultura como en una compás de espera antes de entrar en el asilo. ¡Y quiere usted enseñarme el negocio periodístico! ¡A mí! Señor mío: lo conozco desde el alpha hasta el omega, y puedo decirle que cuanto menos sabe un hombre, más alboroto levanta y mejor salario cobra. […] Me marcho, señor. Desde que me trata usted como lo ha hecho ahora, estoy perfectamente dispuesto a marchar. Pero he cumplido con mi deber. He cumplido mi contrato en la medida que cabía dentro de lo posible. Dije que podría hacer de su periódico una publicación de interés para todas las clases sociales, y lo he conseguido. Dije que podría aumentar el tiraje hasta veinte mil ejemplares, y si me hubiese dado usted un par de semanas más, lo hubiera logrado. Le he dado a usted la mejor clase de lectores que jamás tuvo un periódico agrícola. Jamás hubo un granjero capaz de imaginar un árbol de sandías o una cepa de melocotones, aunque en ello empeñara la vida. Le aseguro que es usted quien sale perdiendo con esta ruptura. Yo, no, plantel de rábanos. Adiós.
Y me largué".
[Mark Twain: "De cómo dirigí un periódico agrícola", en El periodismo en Tennessee, Barcelona, Ediciones de La Gacela, 1942.
Traducción de Pío S. Lanuza]
Traducción de Pío S. Lanuza]
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