La entrevistada, Rosa Montero, ha recordado en más de una
ocasión que la literatura es un palimpsesto. La entrevistadora cree que el
periodismo también lo es y, por eso mismo, se pregunta cómo comenzar la
conversación con la periodista. Podría ser precisamente así, hablándole de la
admiración con que leía sus entrevistas, pero viene de revisar la que le hizo
en 1977 a Yves
Montand
y allí se desaconseja la coba al entrevistado en los primeros minutos del
encuentro: puede viciar el tono de la charla. Por otra parte, Rosa Montero
maliciaría que el halago es una triquiñuela mentirosa, al fin y al cabo, ella
mentía a Montand al decirle que había estado enamoradísima de él durante la
adolescencia, de igual manera que su generación, definitivamente seducida por
el mito, por el héroe de izquierdas que encarnó. Cuando, bien avanzada la
entrevista, la entrevistadora se atreve por fin a confesar el recuerdo, Rosa
Montero lo agradece, pero con escasa convicción. Es como si el eco de aquella
admiración no consiguiera rozarla: no se siente adulada. Y se entiende que sea
así por lo que ha venido explicando: lo suyo ha sido escapar de los imperativos
y expectativas que los demás, en aquellos primeros años de éxito, proyectaron
sobre alguien que llevaba su nombre pero que no era ella. Hoy, en la fachada de
la casa donde vive cuelga una placa que recuerda el añejo inquilinato de un
señor que escribía artículos y en las solapas de sus libros, el recordatorio de
que desde 1976 trabaja en exclusiva para El País: abolengos cansados para la novelista, que dice contemplarlos desde
fuera, desde lejos, sin nostalgia. Dentro del piso hay figuras de salamandras,
símbolos de vida y de regeneración, por montones; también una tatuada en su
brazo derecho desde hace más de una década. El izquierdo se lo ha roto solo
unos pocos días antes. En varias ocasiones durante la conversación se duele y,
aun así, se diría que el brazo le presta un temprano servicio en el forcejeo
que va a mantener con el empeño de la entrevistadora por hablar de periodismo y
de un tiempo que fue: “Mi próximo libro sale dentro de un mes y la promoción va
a ser la promoción del cabestrillo. Será memorable”, dice con humor en el
primer minuto. El brazo liquida la duda de por dónde empezar.
Fotografía de Guadalupe de la Vallina.
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