En Venecia el turista sentimental es siempre un frustrado, porque él querría ser original, pero no podrá serlo por más que lo pretenda. En estas circunstancias, al turista sentimental sólo le queda una solución: primero, abandonar su condición de turista e instalarse definitivamente en la ciudad; segundo y más importante, renunciar a ser un sentimental a la manera de Sterne y convertirse en uno de esos eruditos venecianos que uno imagina consumiendo sus horas y ganando dioptrías para su miopía con la lectura de legajos y mamotretos en la Biblioteca Marciana o, mejor, en la del Palazzo Querini-Stampalia, que tiene el horario perfecto para un erudito realmente entregado a su misión (no cierra hasta las doce de la noche). Si todavía queda un pequeño resquicio para la originalidad, sólo está a disposición de estos sabios que acumulan erudiciones venecianas. Lo que, después de un vistazo rápido a los fondos bibliográficos de las librerías Toletta y Goldoni, también comienzo a dudar. No sé si habrá algún tema relacionado con su historia, política, diplomacia, economía, arte, artesanía, música, arquitectura, literatura, leyendas, tradición naval, gastronomía, flora o fauna, por minúsculo e irrelevante que pueda parecer, que no haya dado lugar a sesudos estudios. Pero, insisto, el turista sentimental que realmente aspire a la originalidad no tiene más remedio que intentarlo. Ha de dar con un tema relativamente inédito y consagrarse a él en cuerpo y alma. Y aún así…
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Tengo la sensación de haber llegado demasiado tarde para cumplir mi vocación de erudita en Venecia, porque el tema del callejero que tanto me fascina ya lo agotó hace más de un siglo Giuseppe Tassini. Puestos a buscar una alternativa, creo que no me importaría emprender una magna investigación sobre esos minúsculos manicidi posata in legno que se muestran en una vitrina del Museo Civico Correr. Al parecer, estos taponcitos para botellas y frascos era un tipo de manufactura veneciana muy común en el siglo XVIII. Me quedé prendada de la minuciosidad con que fueron tallados y también de las imágenes representadas, mitológicas y bíblicas, según reza la pudibunda información del museo. Yo lo que vi en ellas fueron las escenas de sexo más explícitas que encontré en toda Venecia. Acabo de reparar que son piezas demasiado singulares como para que hayan pasado inadvertidas en una Venecia que si no esconde, tampoco hace alarde de la historia de sus Casanovas y sus cortesanas. Me temo que habrán dado lugar a varias generaciones de miopes y a unas cuantas toneladas de papel.
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La escritura sobre Venecia sólo admite dos puntos de vista: el competente, del sabio que ha entregado su vida a acumular erudiciones; y el amateur, del turista sentimental. A este último, por poca inteligencia y sentido del decoro que lo adornen, no le queda más remedio que reírse de sus ocurrencias.
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