Comenzaré
admitiendo que soy una lectora empedernida de prospectos y libros de
instrucciones. Jamás se me ocurriría tragar ni una aspirina sin estudiar
escrupulosamente su composición, los males que remedia, la posología debida,
las contraindicaciones y los posibles efectos adversos. Tampoco tengo la osadía
de poner en marcha ningún electrodoméstico sin aleccionarme antes sobre su
montaje, limpieza y mantenimiento. Ya puede ser el cacharro un simple molinillo
de café, repasaré el manual de uso de cabo a rabo. Algunos de los escribas
sentados que redactan esta literatura performativa son los mismos que
convierten en un reproche a mi disciplinada obediencia la exhibición de su
indómito espíritu: suelen meterse una sobredosis de ácido acetilsalicílico sin
conservar a mano el folleto con el teléfono del Servicio de Información
Toxicológica y utilizan el molinillo contra el dictado de las convenciones para
fabricar azúcar glas. Ellos, disidentes de pega y profesionales de la
hipocresía, dicen vivir en un lado salvaje; el resto sobrevivimos, más o menos
complacidos, mejor o peor instalados, en lo correcto, que es la verdad suprema
de la aspirina y el molinillo de café, de las farmacéuticas, las autoridades
sanitarias y la industria de los electrodomésticos. Al fin, nadie se revienta
la tapa de los sesos para curar un dolor de cabeza y siempre se presenta la
excusa de una mañana de lunes para apretar el botón que arranca las aspas del
molinillo de la semana. Tal vez lo único que nos cabe hacer, mientras
embuchamos la aspirina con un sorbo de café, es leer concienzudamente los
prospectos e intentar decodificar el lenguaje con el que el poder nos convence
de que lo realmente existente es lo necesariamente existente. Sólo así, avisó
Manuel Vázquez Montalbán, se abrirá el minúsculo resquicio que permite atisbar
que el mecanismo de nuestro molinillo y demás aparataje no es tan evidente e
inofensivo como quiere aparentar, que la aspirina que nos recetan no será capaz
de anestesiar el deseo de encontrar el octavo día de la semana.
[El texto completo de Rehiletes de la memoria y el deseo, en el número 6 de Jot Down].
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