«El léxico informativo se antoja poco para relatar lo que pasa en el PSOE», escribió Lucía Méndez seguramente después de leer los periódicos del día anterior. Las negritas de los titulares gritaban palabras desusadas en la sección dedicada al convoluto político: «Sánchez desquicia al PSOE», «Sánchez lleva al PSOE al borde de la implosión», «Medio PSOE intenta poner fin a la “locura” de Sánchez», «Crujir de dientes en Ferraz», «Sánchez declara la guerra», «Rajoy, pendiente de que el PSOE liquide a Sánchez». De la letra pequeña, mejor ni hablar; baste con decir que en una misma pieza salieron a pasear juntos Corleone, Caín y Darwin. El verbo se desquicia, implosiona y enloquece para contar este sindiós, que es la derivada de una crisis sin orden ni concierto. Hay quien echa de menos un poco de «sentidiño», pero lo que falta es procedimiento. En cuanto se conoce el procedimiento, la semántica se relaja e incluso se puede escribir un comentario sosegado sobre la pauta. En 1920, cuando los problemas de gobernabilidad se llamaban crisis ministeriales, Anselmo Alarcón explicó para La Época «Cómo “se hace” una crisis». Pues se hacía sin desmesuras ni sobresaltos, y hasta era sabido con antelación qué iban a comer los periodistas que hacían guardia a las puertas de la política.
«Así se dice en el argot periodístico: hacer un fondo, hacer un suceso, hacer pasillos del Congreso… A lo mejor se oye en una redacción la voz del redactor jefe, que pregunta:
–Fulano, ¿qué escribe usted?
Y Fulano contesta, con la mayor naturalidad:
–Estoy haciendo un crimen.
Si la palabra hacer se interpretara en su justo significado, habría reporter de sucesos que tendría a su cargo más sangre que Barba Azul.
Y, pues ya queda explicado el título de este articulejo, vamos a contar al lector cómo “se hace” una crisis.
¿No habéis visto, al pasar por la calle Bailén, en días de movimiento político, un nutrido grupo que se agolpa ante la puerta del Príncipe, del Regio Alcázar? ¿No os habéis encontrado mil y mil veces en periódicos y revistas ilustradas con fotografías en que aparece tal o cual personaje, rodeado de ese mismo grupo? Claro que sí, y sabéis que los que lo integran son los representantes de la Prensa encargados de informaros de las grandes convulsiones de la política nacional.
Pero lo que, seguramente ignoráis, es cómo realizan esos periodistas su labor, y eso es lo que ahora vamos a contar, sin omitir ninguno de los detalles pintorescos que caracterizan esta información.
Un buen día, el jefe del Gobierno se decide a plantear al Rey la cuestión de confianza. Se viste un pulido traje de etiqueta, y arrellanándose en el cómodo automóvil presidencial se dirige a Palacio. Allí esperan ya los reporteros políticos, amparándose, si es verano, en la escasa sombra que proyectan las garitas de los centinelas, o arrecidos de frío si es invierno, sobre las losas del ancho portalón del Príncipe.
Cuando llega el presidente ya se han llevado los periodistas algún chasco. En más de una ocasión, al ver detenerse un automóvil cerca de ellos, han avanzado cuartillas y lápiz en ristre…, y en vez del primer ministro se han encontrado con un alto funcionario palatino o con el doctor de Cámara, que va a hacer su diaria visita a las personas Reales.
Por fin se detiene el auto presidencial.
–Señores, ¡qué expectación! ¡Y cuánto madrugan ustedes! Ahora no puedo decirles nada. Luego, a la salida, les informaré. No sería correcto decir nada antes de conferenciar con Su Majestad.
Palabra más o menos estas son las primeras que se estampan en los periódicos en el primer trámite de una crisis.
Nueva espera de los reporters, que algunos amenizan con rasgos de ingenio y buen humor, mientras los fotógrafos, “armados”, aguardan implacables la salida del personaje.
Alguno que ya ha sido gobernador, o director general, o subsecretario, y que aspira, naturalmente, a volver a sacrificarse, se aproxima al grupo. Pasaba casualmente por allí y le ha llamado la atención ver a tantos periodistas. Ni siquiera sabía que hubiera crisis. Sin embargo, se espera…
Rodeado de algunos periodistas, pocos, que gozan del privilegio de poder traspasar los umbrales del Regio Alcázar, aparece el presidente. Da la noticia de que le ha sido admitida la dimisión, y después de la inevitable fotografía en la que aparecen siempre las mismas caras, se dirige nuevamente a la Presidencia donde le esperan los demás ministros para conocer el resultado de la conferencia con el Soberano. Apenas parte el auto, los periodistas, en una carrera desenfrenada, se lanzan a la busca y captura de un teléfono para comunicar con sus respectivos periódicos.
Los establecimientos más cercanos, cuyos dueños tuvieron la imprevisión de instalar el teléfono, son tomados por asalto, y casi sin obtener permiso, el aparato funciona y funciona una y otra vez en honor de la Prensa. Los dueños acaban por sonreír resignados y algunos terminan agradeciendo la osadía reporteril. Así se han enterado antes que nadie del suceso político. Ya tienen tema para conversar con la parroquia.
El establecimiento más favorecido por los periodistas en estos casos es un café cercano a la plaza de Oriente y al que los informadores llaman, con frase gráfica, el café de las crisis. Las colas del tabaco, del aceite y del pan son una ridiculez al lado de las que forman los periodistas frente al teléfono.
Los dueños ponen el local a la entera disposición de los asaltantes, y estos agradecen la atención almorzando allí ese día –para lo cual tienen que turnarse con objeto de no dejar sola la puerta de Palacio– y haciendo un verdadero derroche de raciones de riñones, plato obligado, sin saber por qué, en día de crisis, y en el café de que hablamos.
Con ligeros intervalos van desfilando los personajes llamados a consulta. Unos hacen declaraciones, de las que ávidamente toman notas los periodistas. Otros dictan una nota, que hay que escribir apoyando las cuartillas en los muros de Palacio y sudando la gota gorda. Algunos han recibido el encargo de hacer determinadas gestiones cerca de otros personajes y no sueltan prenda. Pero los periodistas, con un certero instinto, acuden a tal o cual domicilio de donde sale a poco el reservado político, admirándose de la intuición de los informadores, a los que, indefectiblemente, encuentra después en todas las residencias adonde acude para cumplimentar la misión que el Rey le confiara.
El periodista, utilizando todos los medios de locomoción, se traslada de un lado a otro con pasmosa rapidez y sin que le pase inadvertido ninguno de los trabajos que se realizan en la tramitación del pacto político, por mucha que sea la reserva con que se lleven.
Algunas veces el Rey tiene la atención, que los periodistas agradecen profundamente, de advertir a estos que hasta tal hora o irá nadie a consulta, y que por lo tanto pueden descansar un rato abandonando Palacio.
La Central de Teléfono hierve en animación y en comentarios. En el amplio vestíbulo de ese Centro, al que, con verdadero acierto, llamó un ilustre periodista el chismóforo, político de todos los matices forman animados grupos, en todos los cuales se tiene la solución de la crisis con la distribución de carteras a gusto del que habla.
Periodista que entra es asediado a preguntas, a pesar de que todos saben el resultado.
Por fin llega uno de los que estaban a la puerta de Palacio. Lee la lista del nuevo Gobierno, y se produce una desbandada análoga a la de los periodistas en el Regio Alcázar. Pero ahora son otros los reporters: son los diputados y senadores que formaban los grupos y que salen disparados en busca de un teléfono para comunicar con sus jefes políticos que, en sus domicilios, esperan nerviosamente la noticia que les lleve la alegría del Poder o el desengaño de que es otro el elegido.
El cuadro que ofrece el Congreso es muy parecido. Los habituales al salón de conferencias y al buffet de la Cámara charlan por los codos, haciendo calendarios con arreglo a sus conveniencias, hasta que llega la lista grande –como humorísticamente se llama a la del Gobierno– y cuya lectura produce efectos diversos. Con ceño adusto y cara de pocos amigos la escucha el que deja el cargo por cambio de situación o por cese del personaje que le impuso, mientras la esperanza de una prebenda anima al resto de los que ven entrar a sus amigos a regir los destinos del país. Y también en el Congreso suenan durante largo rato los teléfonos próximos al archivo, comunicando incesantemente con los primates de la política.
Y, entretanto, en las redacciones se trabaja febrilmente. Con los apremios de las horas fijas de las ediciones y de los correos se da forma a las noticias que constantemente telefonean los reporters políticos, se preparan las biografías de los nuevos ministros, se hace el comentario que el nuevo Ministerio merece a la política que el periódico representa y se redactan las opiniones que la solución de la crisis ha merecido a los personajes que quedan en la oposición, a los que momentos antes ha visitado el redactor encargado de las interviews políticas.
Y todo ello velozmente, con extraordinaria rapidez, pugnando por acabar enseguida y ser el primer periódico que salga a la calle con la información más completa de la solución del pleito político.
Así “se hace” una crisis, lector. Con esa actividad y con ese entusiasmo realizan su labor periodistas y periódicos para que tú luego tranquilamente y mientras saboreas en la plácida sobremesa tu taza de café, leas los interesantes diálogos de políticos y periodistas y conozcan el nuevo rumbo que la sabiduría de la Corona marca a la vida de España».
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