Era Juan Herrera reporter político en La Correspondencia de España y dueño de un estilo perifrástico que Cansinos Assens remedó así: «Se rumorea en círculos bien informados, y nosotros lo decimos con toda clase de reservas, que es muy probable, aunque no seguro, que dentro de unos días, si los pronósticos no mienten, se producirá un trascendental acontecimiento político en el seno de un partido, que hasta ahora estuvo alejado del poder…, etcétera, etcétera». El caso es que Herrera no sabía escribir, pero nadie le negaba una especial habilidad para husmear noticias: «Todos lo llamaban Herrerita, porque –explicó también Cansinos– es un tipo bajito, insignificante, escurridizo, cualidad a la que debe sus éxitos de reporter. Herrerita se mete en todas partes, hasta en las alcobas de los ministros. De él cuentan, como hazaña principal de su carrera, que un día de crisis fue a interviewar al general Azcárraga, presidente del Consejo, y se encontró con que estaba enfermo y no lo dejaban pasar los criados. Pero dio la casualidad de que en aquel momento iban a administrarle una lavativa al presidente… Herrerita, con un rasgo de audacia temeraria, quitole al criado la lavativa y le dijo: –Déjeme usted que se la ponga yo… –Y así pasó a la alcoba del ilustre enfermo, que, conmovido ante aquella atención, le dio una noticia detallada del desarrollo de la crisis».
No debemos dejarnos despistar por el diminutivo del pillo. Herrerita era un intrépido pionero, el primero de la estirpe celtibérica de los periodistas indeseables a lo Günter Wallraff, injustamente olvidado por sus sucesores, que desconocen así que el método más seguro, práctico y efectivo para conseguir noticias es el anal. Lavativas, no pizzas.
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