“La heroica legión de explotadores y
mártires de nuestro tiempo, la forman esas densas huestes de publicistas que en
todos los pueblos civilizados escriben para los periódicos, sin descanso ni
tregua. La carabela en que van embarcados es la rotativa moderna. […]
Veinte días sin coger la pluma, para
el escritor profesional quiere decir veinte días de visión desinteresada, de
contemplación ingenua y gratuita del mundo, sin el prejuicio febril de tener
que sacar jugo a cuanto ve y le encanta, para convertirlo en materia literaria,
en tema articulístico. Poder mirar las cosas y los hombres sin premeditación:
¡qué coyuntura más rara para el escritor profesional y empedernido!
[…] El escritor-taxímetro es una invención
reciente y, en especial, del periodismo moderno. El hombre que no escribe
porque tiene algo concreto que decir,, ni porque las circunstancias le obliguen
a ello, ni en virtud de estar rebosando de una intensa emoción, ni a
consecuencia de haber vivido previamente alguna peripecia interesante, ni por
necesidad intelectual directa de ninguna clase, sino, simplemente, por la
absurda razón de que mañana será martes, y él tiene firmado un contrato para
dar un artículo todos esos días, o porque necesita diez duros y no ve otro medio de proporcionárselos, o porque está encargado
de una sección periodística que no puede sufrir el menor aplazamiento: ese
hombre-escritor-forzado es un pequeño monstruo. Lo primero y natural es vivir y
hacerlo tan intensamente como lo permita la capacidad vital de cada uno. Luego,
después de haber vivido algo, parece también natural y hasta delicioso, cuando
las facultades existen, contar lo que se vivió. Pero escribir antes que vivir,
o escribir para vivir, exclusivamente, es lo mismo que trocar en un taxi de
alquiler el carro del divino Apolo.
De ahí el inmenso fárrago, cada día
creciente, de cosas que escribimos, por necesidad, esto es, sin verdadera
necesidad de escribirlas, cuantos escribimos para el público. En los países,
como España, en que la instrucción pública es tan deficiente y la cultura media
tan baja, la obra encarnizada y forzada de los publicistas tiene un verdadero
valor educativo. Pero esto no mejora, a mi juicio, el hecho de que esa
producción sea casi por completo artificial,
ni me consuela de las obras que espontáneamente habrían escrito los más dotados
de esos publicistas, y a las cuales han debido renunciar poco a poco porque no
pueden vivir para escribir, sino que han de escribir para ganarse la vida”.
Agustí Calvet, Gaziel
La
Vanguardia, 6 de
julio de 1928
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