“Surge en cualquiera de
nuestras provincias un mancebo despierto y audaz que disputa con sus camaradas
por cualquier motivo; que habla con desenfado de cualquier asunto; que emprende
todas las carreras, y ninguna concluye; que critica todos los libros sin abrir uno
jamás. -Este muchacho, por supuesto, es un grande hombre; un genio no
comprendido, colosal, piramidal, hiperbólico. -Su padre, que no sabe a qué
dedicarle, le dice que trata de ponerle a Ministro, y que luego, luego parta a
la corte, donde no podrá menos de hacer fortuna con su desenfado y su carácter
marcial. -El muchacho, que así lo comprende, monta en la diligencia peninsular,
arriba felizmente orillas del Manzanares, se hace presentar en los cafés de la
calle del Príncipe y en las tiendas de la de la Montera, en el Ateneo y en el
Casino; lee cuatro coplas sombrías en el Liceo; comunica sus planes a los
camaradas, y logra entrar de redactor supernumerario de un periódico. -A los
pocos días tiende el paño y explica, allá a su modo, la teología política; trata
y decide las cuestiones palpitantes; anatomiza a los hombres del
poder; conmueve las masas; forma la opinión; es representante
del pueblo; hace su profesión de fe, y profesa, al fin, en una
intendencia o una embajada, en un gobierno político o en un sillón ministerial.
-Llegado a este último término, hace lo que todos: recibe la autorización de la
media firma; cobra su sueldo; presenta nueva planta de la Secretaría; coloca en
ella a sus parientes y paniaguados; expide circulares; firma destituciones; da
audiencias; asiste a la ópera con aire preocupado; toma posiciones académicas,
se hace retratar de grande uniforme por López o Madrazo, y se coloca,
naturalmente, en la Galería pintoresca de los personajes célebres del siglo. -A
los seis meses o menos de representación, cae entre los silbidos del patio, y
queda reducido a su antigua luneta. -Vuelve a enristrar la pluma; vuelve a
oponerse al poder; vuelve a hablar de la «atmósfera mefítica de los palacios,
de la filantropía de sus sentimientos, de sus ideas humanitarias y seráficas»;
hasta que otra oleada de la tempestad política torna a colocarle en las nubes.
-Truena de nuevo allí; vuelven a silbarle, y tórnase a escribir... «¡Oh almas
grandes, para quienes los silbidos son arrullos y las maldiciones alabanzas!»
Ramón de Mesonero Romanos
Tipos y caracteres: bocetos de cuadros de costumbres (1843 a 1862)
“En más de una ocasión
hemos hablado con tristeza de los grandes espíritus malogrados en las galeras
del periodismo […].
Los imaginamos doblados
sobre las carillas de papel, con el pensamiento sereno y el alma iluminada, luz
perenne alumbrando en la alcantarilla de la miseria en que se hallaban sumidos”.
Enrique González Tuñón
“Así
se llega al periodismo como desviación de la vocación literaria o histórica (no
hay que olvidar que el periodista es el historiador de lo cotidiano), también
se puede llegar a él como consecuencia de una gran afición política. Los
políticos –más en el siglo pasado, que en el actual- habían de ser
necesariamente periodistas para propagar y defender su ideología. No se
concebía a un político que no fuese asimismo periodista y también al contrario”.
“[...] de mí sé decir, que cuando me preguntan qué soy, respondo: principalmente periodista”.
Leopoldo Alas, Clarín
El Español, 28 de octubre de 1899
“Si nosotros volviéramos a
nacer y el destino nos colocara de nuevo en el camino del periodismo, no
ambicionaríamos para la lápida de nuestro sepulcro otra inscripción que esta:
FUE PERIODISTA Y NADA MÁS”.
El Imparcial, 20 de marzo de 1869
“Pasada, y bien pasada, la
época del periodismo que se llamó romántico, la época de aquellos furibundos
diaristas que haciendo artículos de fondo derribaban Gobiernos y entraban a
formarlos, adivino una época seudo-romántica que alcanza hasta nuestros días,
en la que el periodista, al perder la significación que por sí, por el solo
ejercicio de su profesión, tenía en la política y el mundo de los negocios,
tomaba el periodismo como tránsito. Los periódicos ya no daban nada de por sí,
pero ponían en camino de conseguirlo todo. Servían de trampolín; ejerciendo el
periodismo no ganaba nadie dinero, pero se ponía a todos juntos donde lo había.
Era la aspiración del gitano del cuento, plenamente satisfecha.
Este ejercicio, que se
llamó romántico sólo porque no se cobraban sueldos de un modo regular, forjó
esa concepción denigrante del periodismo que aún es moneda corriente”.
Manuel Chaves Nogales
El Heraldo de Madrid, 19 de mayo de 1925
“Soy un puto periodista.
Ni artista, ni escritor, ni mariconadas”.
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