Plumas y pullas (LXXVIII)




“El desarrollo literario de Oliver ofrece un acabado ejemplo de la suerte de calvario destinado a los intelectuales pobres de la pobre España”.

Agustí Calvet, Gaziel
La Vanguardia, 19 de diciembre de 1923


“[…] en Oliver coexistieron dos personalidades en cierto modo opuestas, ya que una de ellas no pudo prevalecer sino a costa de la otra: el Oliver periodista, polemista, doctrinario político y comentador de pasiones fugaces y el Oliver artista, poeta, historiador y novelista, cantor y narrador de emociones más íntimas, más puras, y de más sólidas realidades. El primero se impuso, gracias a ineludibles apremios de la vida y contra la expresa vocación del escritor, al segundo. Esta imposición lamentable representó, a mi juicio, una mengua desastrosa en el rendimiento que eran capaces de dar las facultades capitales de Oliver, que quedaron casi inéditas y como arrinconadas. […]
Miguel S. Oliver […] debió renunciar a servirse plenamente de su virtud, de su fórmula y de su ‘máquina’ maravillosa, para dedicarse a comentar el último discurso de don Antonio Maura o el último escándalo parlamentario. ¡Esto es lo sensible, porque en esto –tengo de ello la más firme convicción– hay una pérdida irreparable”.

Agustí Calvet, Gaziel
La Vanguardia, 21 de noviembre de 1924



“Como todos los periodistas políticos, lamenta haber escrito más que Voltaire y no haber dejado ni una línea para la posteridad”.

Jules Renard
Diario, 1887-1910
 

“Todos los testimonios de su época, todos sus amigos, sus buenos compañero; y comentaristas, han dejado constancia de su calidad sedentaria, de la vocación de historiador, de la gracia de erudito, de la sensible, sosegada pasión de poeta, de la golosa y contemplativa calidad de mallorquín, de este hombre que, personalmente, fue encantador, raramente tierno en su humanidad corpulenta, en sus barbas solemnes, en su paso de hombre fatigado. Dio siempre la impresión de ser un puro intelectual, un hombre que no sentía la necesidad de acción. Y, sin embargo, Miguel S. Oliver luchó diariamente con las noticias, con las efemérides, con los hechos, con las Ideas, con los crispados personajes que se suceden tumultuosamente en el breve espacio de tiempo de cada veinticuatro horas. Estuvo en la brecha y produjo un gran periodismo, sin faltarle jamás el aliento, aunque en más de una vez se traslucía la inmensa nostalgia por los quehaceres intelectuales que le eran caros, por su paisaje natal, por la vida a la que renunció precisamente cuando llegó a su madurez. Y esta nostalgia son sus ensayos biográficos, sus estudios históricos, sus alusiones literarias, la erudición que, sin la menor pedantería, aparece en los momentos más livianos y coloquiales para confirmar una idea, para apoyar un razonamiento, para rematar un artículo. Toda su obra periodística transparenta este sacrificio la realidad cotidiana que Gaziel, uno de sus sucesores en la dirección del periódico —cuya muerte lamentamos precisamente estos días—, examina con un gran conocimiento de causa en su ensayo necrológico que escribió años más tarde.
Y sin embargo, releyendo sus «Hojas del sábado» que aparecieron casi todas ellas en estas páginas, no sabemos hasta qué punto la idea de Gaziel y de sus contemporáneos no deja de ser romántica, es decir, no deja de ser una interpretación demasiado sencilla, desenfocada por la proximidad. Cierto es que en toda la obra de Miguel S. Oliver se tornasola esta nostalgia y se percibe este componente de íntimo desasosiego del hombre que se entrega a una tarea agotadora, pero la claridad de su exposición, la rotundidad de su estilo periodístico, el tremendo y a la vez correctísimo desembarazo con que se instala en el tema y lo desenvuelve, la sobrada maestría, nos hace pensar que, en este breve y efímero género que es el gran artículo de periódico, Oliver hallaba unas muy puras compensaciones, una satisfacción agridulce, pero satisfacción al fin y al cabo. Porque él fue uno de estos periodistas, raros en su época y raros en todas las que han sido y serán, que creía profundamente en su profesión y que sabía que nada es ocioso ni viene sobrante en ella: ni la sensibilidad del poeta, ni la profundidad del pensador, ni la erudición del historiador. En sus páginas sobre Larra reivindica esta devoción por su oficio y este convencimiento de que un artículo puede ser un género, no sólo eficaz sino decisivo en la formación de las ideas y de los hombres. Y aquí vuelve a estar el hombre del siglo XVIII, el siglo educador, formativo.
Posiblemente al acabar muchos artículos, rodeado del humo de la infinidad de pitillos qué encendía y no concluía, Oliver debía sentir durante unos momentos la sensación de que había hecho algo necesario, rotundo y concluyente. Pudo sentir que aquello que le parecía sacrificio no dejaba de ser un altísimo deber y que lo cumplía con verdadera vocación. No olvidemos que en su momento era la prensa la única fuerza espiritual que, por oficio, se ocupaba de la actualidad.  Luego debían venir, pasados estos instantes de felicidad, las nostalgias, la tristeza de una vida agobiante, la sensación de que dilapidaba sus cualidades. Pero al día siguiente, de nuevo el artículo le esperaba y él esperaba a su artículo: en todo cuanto queramos y lo era de una manera magnífica, pero era también de una manera concluyente, tiránica consigo mismo, un periodista, que es peculiar y delicadísimo oficio, todo exigencia.
Y fue periodista en todas sus acepciones y, sobre todo, en la de la sinceridad y la independencia. Tuvo, para escribir en el periódico, la mente clara, toda luz. Sin el periodismo hubiera hecho quizá cosas de mayor ambición, pero posiblemente hubiera dicho menos cosas de las que quería decir sobre, la vida que le rodeó. Y un extraño imperativo obligaba a este hombre, espiritualmente del siglo XVIII, a ser precisamente como fueron, de una manera auténtica, los hombres del siglo XVIII francés que él admiraba: comprometidos, desiguales, espléndidos manirrotos que ganan la inmortalidad por las obras que sus contemporáneos creían baladíes, menores”.

Néstor Luján
La Vanguardia, 3 de mayo de 1964



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