“Un
periódico-píldora: uno lo ingiere y él se abre dentro con todas sus novedades”.
Elias
Canetti
Apuntes (1942-1993)
“Sin
aspavientos, sin ¡Oh! ¡oh! Ni ¡Ah! ¡ah!; ‘máquina para leer’, exactamente.
Se
trata de algo muy sencillo. Cogéis un periódico, lo ponéis en una bandeja que
tiene la máquina, y la máquina se enfrasca en la lectura del periódico. ¡Es
admirable! Las máquinas de escribir son otra cosa, pues, por lo menos, hace
falta, como condición previa, saber escribir. Pero las máquinas para leer son mucho
más cómodas. Aunque no sepáis leer –y no soy muy optimista a este respecto– la
máquina leerá.
Será
suficiente hacer la simple operación de depositar el periódico en la bandeja
esa. Como si pusieseis un lenguado en el horno. O como si depositaseis una carta
en un buzón. Solo que con la doble ventaja de que el periódico no se
chamuscará, como el lenguado; ni se perderá, como la carta.
Por
fin los que escribimos tendremos la seguridad de que alguien nos lee, aunque
ese alguien sea una máquina. Una tremenda duda nos incomoda. Tropezábamos con
un amigo y el amigo se creía en la obligación de decirnos: ‘está muy bien tu
artículo de hoy. Sólo lo leí hasta la mitad. Falta el tiempo. Pero está muy
bien. El tema es muy atractivo: las leyes de Indias…”. Hasta que le dábamos las
gracias y le aclarábamos que no fue hoy, sino ayer, cuando habíamos publicado
un artículo, y agregábamos aún que no trataba de las leyes de Indias, asunto
sobre el cual nada sabemos, sino que trataba de la inflación monetaria de 1928,
asunto sobre el cual nada sabemos tampoco.
Pero
nuestro amigo se va tan campante, sin que nuestras observaciones le hayan
interesado lo más mínimo; pues él, lo que hizo al vernos, fue cumplir con lo
que consideró un deber. Deber ridículo, realmente, ya que no hay deber ninguno
por ninguna parte. Nadie tiene que decirnos nada sobre nuestros artículos, de
la misma maner que nosotros, los que escribimos, para nada molestamos a
nuestros conocidos que no escriben con cosas como éstas:
–¿Qué
hay, doctor? Ya me enteré de que hizo usted una operación de estómago
encantadora.
[…]
La máquina para leer es el anuncio de que al fin la máquina servirá para algo.
Uno podrá afeitarse tranquilamente, desayunarse con comodidad. Entre tanto, la
máquina se tragará el periódico de cabo a rabo.
[…]
Un periódico presumirá de tener suscritos a tantos miles y miles de máquinas de
tales y cuales marcas. Un escritor se enorgullecerá de que sus artículos han
sido leídos hasta por una máquina que apareció abandonada en un iceberg de la
Tierra del Fuego.
Ya
no tendrá mérito ninguno ser lector, pues millones de máquinas lo serán. Ni
tendrá tampoco ningún mérito no serlo, pues millones de hombres no lo serán.
Otra
gran ventaja de esas máquinas es que protegerán la vida humana. Ya ningún
escritor le pondrá el revólver en el pecho a ningún presunto lector:
–¡O
me lee usted, o lo mato!”.
Eugenio
Granell
“Dos
mundos distintos”
La Nación,
Santo Domingo, 2 de junio de 1945
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