Manuel Bueno en bata de andar por casa |
Al
anunciar el cierre de Ahora, Miguel
Ángel Aguilar sacó pecho y dijo que el equipo de redacción y la gerencia del
semanario habían trabajado sin hacer concesiones al amarillismo sensacionalista, a la docilidad mercenaria o al sectarismo, precisamente los vicios del
periodismo que hoy acumulan más denuncias. Pero en medio de ellos, como quien
no quiere la cosa, Aguilar deslizó un cargo que no suelen formular los fiscales
en contra del acusado: el «chantajismo rentable». ¿En qué consiste el
chantajismo rentable? Debe de tratarse de una práctica muy acostumbrada, puede que
hasta sea una inveterada tradición del gremio, ya cultivada en los tiempos más
esperpénticos que heroicos de Ricardo Fuente y Manuel Bueno.
«La
anécdota –escribió Pío Baroja en sus memorias– se contaba con frecuencia entre los periodistas de la época, y Fuente
la contaba también.
Habían
ido los dos al Ministerio de la Gobernación a ver al subsecretario, o a un alto
empleado, a decirle que sabían cómo se había hecho un pequeño chanchullo y que,
por no decirlo o decirlo de otra manera en el periódico, querían que les dieran
dos mil pesetas. El subsecretario o el empleado importante aceptó.
Apareció
una nota en un periódico, tratando del suceso y quitando importancia a lo
ocurrido, y dándolo como un hecho corriente.
La
nota probablemente la escribiría Bueno, porque Fuente tenía una falta extraña
de facundia. Al día siguiente fueron los dos periodistas al Ministerio de la
Gobernación.
–Sube
tú –dijo Fuente, que, a pesar de su cinismo, quería guardar su fama de
republicano austero».
¡Y
vaya si guardó la fama! A su muerte hubo quien llegó a decir que Ricardo Fuente
había sido nuestro Anatole France. Su historieta sirve para ilustrar el método
por el que muchos de aquellos papeluchos, que no eran más que el nombre de una cabecera, un
director y tres desarrapados que escribían gratis et amore por el prestigio de latón de ver su firma en letras
de molde, consiguieron sobrevivir durante tanto tiempo. Mientras en Europa los
periódicos menudos agonizaban y morían, como chinches cuando la Gran Guerra
disparó el precio del papel, aquí disfrutaron del largo período de gracia que
les fue concedido por los fondos de reptiles, las subvenciones encubiertas que
recibían de los países en guerra a cambio de la propaganda de su causa y el
chantaje abierto. Con esas vías de financiación fue aguantando aquel periodismo que vestía bata doméstica.
Habíamos
dejado a Manuel Bueno yendo a cobrar.
«Bajó
después con aire un poco desolado, y Fuente preguntó:
–¿Qué
pasa?
–Que
no han querido dar más que mil pesetas.
–¡Qué
canallas! ¡Qué le vamos a hacer! Vamos al café. Haremos allí las cuentas.
Llegaron
al café Madrid, se sentaron y, de pronto, Fuente dijo a Bueno con un impulso
súbito:
–Sácate
ese zapato.
–¿Por
qué?
–Sácate
el zapato. Ahí tienes el otro billete.
–¿Cómo
lo has comprendido? –preguntó Bueno.
–Porque
yo he hecho otra vez lo mismo –dijo Fuente».
La corrupción
debe de seguir vigente, tan consabida y tan poco
publicitada como siempre. Sólo así se entiende que el chivatazo de Miguel
Ángel Aguilar no haya merecido mención, y mucho menos escándalo, en los
mentideros tuiteros. Se puede callar o, si se prefiere, afectar ingenuidad mientras se pregunta si el tan celebrado minifundismo periodístico de hoy demuestra la vieja
rentabilidad del chantaje o la inédita rentabilidad del periodismo.
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