Aquellos periódicos zurdos los hacían impíos, sacrílegos y apóstatas, descendientes de
la «mala y diabólica ralea» que espantaba a don Marcelino Menéndez Pelayo y al
mismísimo Todopoderoso, que apretaba, apretaba y apretaba hasta ahogarlos económicamente.
Pero un periódico como Dios manda, de los que ponían en su cabecera el Sagrado
Corazón y concebían el periodismo como la cruzada en defensa del «alcázar de la
Tradición», no pasaba los apuros de aquellos menesterosos. En vez de caldear la
redacción con chubesquis que funcionaban como aspersores de humo y hollín en
una premonición del infierno al que estaban condenados los gacetilleros heterodoxos por toda la eternidad, lo hacía con
el amor de la lumbre de una chimenea francesa muy rococó; la iluminación se
debía a suntuosas lámparas de lágrimas y no a una bombilla sin pantalla ahorcada
del techo descascarillado, y en las paredes lucía una reproducción a tamaño original del Cristo
de Velázquez en lugar de una alegoría chiquitita de la República.
Si el boicot divino
forzaba a los ateos a andar mendigando durante años el dinero para estrenar rotativa,
El Siglo Futuro no tenía más que
rezar un padrenuestro. Era un caso evidente de abuso de posición dominante y,
por supuesto, fue denunciado por la prensa blasfema y envidiosa: «Piden
devotamente al Sumo Hacedor una rotativa nuevecita y, ¡pum!, aparece la
rotativa que hay que bendecir en acción gracias». «¡Cuántas veces sacó el
Espíritu Santo palabras de verdad de la boca de los impíos!», replicó El Siglo Futuro, que admitía que los miembros del consejo de administración de la Editorial Tradicionalista habían
puesto sus buenos cuartos antes de añadir inmediatamente que la suma reunida
«fue multiplicada por la bendición de Dios». ¡Cómo no llamar corriendo al cura
y su hisopo para que remoje los aceros bruñidos de la máquina donde se grabó la
margarita requeté! ¡Cómo no celebrar un milagro sólo comparable al de los
panes y los peces!
La
rotativa no era más que el principio. La autodenominada Comunión
Tradicionalista, un emporio troglodita de once diarios, veintidós semanarios y
tres revistas, tenía grandes aspiraciones:
«La
cuestión se funda en estos dos prenotandos:
1º La
Comunión Tradicionalista NECESITA realizar un colosal esfuerzo en favor de su
Prensa y multiplicar el número de esta. Esa obra requiere varios millones de
pesetas.
2º La
Comunión Tradicionalista es pobre, y pobre la inmensa mayoría de sus
individuos.
Con
estos dos prenotandos hemos de sacar estas dos conclusiones:
Primera:
Nuestra pobreza es capaz de concebir y poner en marcha la “irrealizable” empresa,
si sabemos poner nuestra fe en Quien nos sostiene, nos guía y nos alienta.
Segunda:
Esa concepción, hija de la fe, arrancará de Dios, si es preciso, el milagro, si
va acompañada de nuestro sacrificio.
Quiere
esto decir que, aún sin llegar al milagro, cada tradicionalista, si pone fe en
la obra y un pequeño sacrificio, tiene en sí virtualidad suficiente para
producir todos los demás concursos necesarios, porque Dios los deparará en
correspondencia a la fe y en recompensa al sacrificio».
Es
decir, a Dios rogando y con el mazo dando:
«Propongo
–decía Manuel Facal Conde– del temple heroico de los corazones
tradicionalistas, que se abra una suscripción pública, consistente en alhajas u
oro, en la que, en cuanto sea posible no haya una tradicionalista que no se
aliste, contribuyendo al proyecto con el valor material de su ofrenda y con la
ofrenda espiritual inapreciable del sacrificio, que sólo Dios mide, sólo Dios
pesa y sólo Dios paga.
Tu
alhaja más querida, la del recuerdo de boda, la del legado materno, la medalla
de oro de tu más tierno cariño, ¿para qué sirven como artículo de lujo en
tiempos de calamidad y miseria? ¿Qué te importa renunciar a su recuerdo, a su
culto y a su estima cuando tantas cosas más caras, que a la Religión y a la
Patria tocan, tan ruda crisis padecen? […] ¿Y en estos tiempos es cristiano y patriótico
ostentar alhajas?».
El
lema de Wallapop –no renuncias a tus preciosos recuerdos, ¡te deshaces de un vil objeto!–
viene exactamente de aquí. También fue la inspiración de la campaña que en su
día lanzó Intereconomía pidiendo a sus espectadores que salvasen la cadena ingresando
sus dineros en una cuenta bancaria. «Es una apelación a la americana, esto no es nada raro en otros países», dijo entonces Xavier Horcajo. No, era una
apelación católica, integrista y muy castiza. Como la generosidad no forma
parte del repertorio de tradiciones cultivadas por la caverna tradicionalista, el
fiasco estaba asegurado en 1935 cuando Facal Conde pedía oro y en 2014 cuando
Horcajo creía vivir en el país de los yanquis. Pero los zorros del siglo XXI, que
saben bien que Dios no apadrina a un periodista todos los días y que es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un ricachón suelte las
alhajas, han descubierto el crowdfunding o sablazo perfecto: el universal y obligatorio
IRPF.
0 comentarios:
Publicar un comentario