La
Iglesia ha prohibido esparcir las cenizas de los difuntos o guardarlas en casa
e insta a cumplir el precepto bajo la amenaza de negar el funeral al muerto. La
noticia ha provocado cierto revuelo, pero parece preferible que la Iglesia legisle
sobre la muerte a que lo haga sobre la vida, por ejemplo, sobre la vida de los
lectores de periódicos. En 1929, después de que El Pueblo Gallego publicase un artículo titulado «El problema
clerical y la Prensa», un cura párroco de Roupar, perteneciente al municipio lucense
de Xermade y al obispado de Mondoñedo, amenazó «desde el púlpito con penas
eternas a los que leen dicho periódico y todos los demás de tendencias
liberales». La información publicada por El Sol añadía que el «párroco intransigente» no amagaba, que se había tomado muy en serio el
asunto:
«Obtuvo una lista, en la que figuraban los nombres de suscriptores de El Pueblo y de otros periódicos
liberales. Ayer mañana, terminada la misa, y revestido el cura para dar la
comunión, se adelantó hacia el presbiterio, y volviéndose a los fieles les dijo
que perderían el tiempo los lectores y suscriptores de El Pueblo que se acercaran a cumplir el precepto pascual, puesto que
no les daría la comunión mientras no prestasen juramento formal de no volver a
leer dicho periódico. El cura cumplió su amenaza y se negó a dar la comunión a
algunos fieles suscriptores, que, a pesar de ello, no se han dado de baja en la
suscripción».
Esta
fue una de las batallas de la guerra entre la prensa católica, apostólica y
romana, que se autotitulaba «buena prensa», contra la prensa liberal o «mala
prensa». La verdad es que siempre hay algún curilla dispuesto a recordar a la parroquia qué
tiene que leer. Hoy dicen que la buena prensa es El Jueves, Mongolia, El Intermedio y Pòlonia.
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