“Vean ustedes, sin embargo, al hombre-globo con todos sus caracteres, ¡Qué ruido antes! ‘¡La ascensión! Va a subir. ¡Ahora, ahora sí va a subir!’. Gran fama, gran prestigio. Se les arma el globo; se les confía; ved cómo se hinchen. ¿Quién dudará de su suficiencia? Pero como casi todos nuestros globos, mientras están abajo entre nosotros asombra su grandeza, y su aparato y su fama; pero conforme se van elevando, se les va viendo más pequeños; a la altura apenas de Palacio, que no es grande altura, ya se les ve tamaños como avellanas, ya el hombre-globo no es nada; un poco de humo, una gran tela, pero vacía, y por supuesto, en llegando arriba, no hay dirección. ¿Es posible que nadie descubra el modo de dar dirección a este globo?
Entretanto el hombre-globo
hace unos cuantos esfuerzos en el aire, un viento le lleva aquí, otro allá,
descarga lastre... ¡inútiles afanes! Al fin viene al suelo: sólo observo que
están ya más duchos en el uso del paracaídas; todos caen blandamente, y no
lejos; los que más se apartan van a caer al Buen Retiro.
Pero, señor, me
dirán, ¿y ha de ser siempre esto así? ¿No les basta a esos hombres de
experiencias? ¿Serán ellos los últimos que se desengañen de sí mismos?
He ahí una respuesta
que yo no sabré dar. Yo no veo la ciencia desesperada, creo que acaso habrá por
ahí escondidos otros hombres-globos; pero si los hay, ¿por qué no
obedecen a las leyes de la naturaleza? Si su gas tiene más intensidad, ¿cómo no
se elevan por sí solos, cómo no se sobreponen a los otros?
Esta investigación
me conduciría muy lejos. Mi objeto no ha sido más que pintar el hombre-globo
de nuestro país; un artículo de física no puede ser largo; si fuera de política
sería otra cosa. Haré mi última deducción, y concluiré: los Rozzos que hasta
ahora han hecho pinitos a nuestra vista, parece que ya se han elevado cuanto
elevarse pueden. ¡Otros al puesto, experimentos nuevos! Si por el camino
trillado nada se ha hecho, camino nuevo.
Esto
la razón sola lo indica. Si hay un hombre-globo, que salga, y le daremos
las gracias; mas cuenta con engañarse en sus fuerzas; recuerde que primero hay
que subir, y luego hay que dar dirección; y como dice Quevedo, 'ascender a
rodar es desatino; y el que desciende de la cumbre, ataja'. Observe que puede
sucederle lo que a los demás, que conforme se vaya elevando se vaya viendo más
pequeño. Si no le hay, lastimoso es decirlo, pero aparejemos el para-caídas".
Revista
Mensajero, núm. 9, 9
de marzo de 1835
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