En 1925 a Ulpiano Gómez le tocó la lotería, el gordo de la lotería de navidad. Este trabajador del Palace repartió un premio de ocho millones y medio de pesetas en participaciones entre sus compañeros de trabajo. Él mismo jugaba 25 pesetas del número premiado y otras tantas su novia, Carmen Miralles, una camarera en el primer piso del hotel que estaba avisada de que la fortuna la rondaba por la gitana que le había echado la buenaventura: serás millonaria. “Verdad o broma, no está de más este cartelito encima de los miles de duros”, anotó ABC. La anécdota confirma dos hipótesis: una, las crónicas del 23 de diciembre siempre han coqueteado con la superstición; y dos, las probabilidades de que un camarero del Palace merezca una gacetilla vienen a ser tantas como las de que le toque el gordo de navidad.
* * * *
La
parva antología periodística sobre el tema deberá decidir si ha de incluir el
reportaje que en abril de 1934 publicó Josefina Carabias en la revista Crónica. La periodista, cual Nellie Bly
castiza, cambió su identidad por la de Carmen Peña y se hizo contratar como
camarera por el Palace. La “bien llevada y un poco fatigosa comedia” duró ocho
días y fue relatada en una, dos, tres y cuatro entregas, acompañadas de un
fastuoso despliegue fotográfico en el que se puede ver a Josefina con la cofia
de pico que se plantaba por las mañanas y la cofia ovalada del uniforme
vespertino. Como exige el género, la protagonista es la propia reportera y la
mayor parte del relato lo constituyen sus desvelos por que la escasa maña que
se daba barriendo el pasillo o fregando una bañera pudiera delatar su fullería
o por no cruzarse con el ministro de Comunicaciones, alojado en el hotel y al
que estaba cansada de ver en los pasillos del Congreso. El resto son las
conversaciones espiadas a los clientes, por ejemplo, el alegato de un marido
que acusa a su mujer de perfidia: “Llegaste a decirme que él te estaba
enseñando con mucha paciencia a desarrollar el binomio de Newton. ¡El binomio
de Newton!”; el cotilleo anodino de lo
que dicen unas tarjetas postales confiadas por un huésped para ponerlas en el
correo, y las dos pesetas de propina ganadas por liberar a una mujer de su corsé. Al
final se constata lo cansado del trabajo y se añade el aderezo de una minúscula
sentencia sobre las mayúsculas desigualdades
sociales: “Unos tanto y otros tan poco”. Las camareras de verdad son actrices secundarias
y no entienden que el fotógrafo preste tanta atención a la novata: “Tú
ya te has retratado bastante. Ahora nos toca a nosotras”.
* * * *
Un día de 1962 llegó al Palace un periodista buscando a una de sus camareras, Magdalena. No quería retratarla, no tocaba tampoco en esta ocasión; lo que procuraba es que ella retratase al huésped de la habitación 383 que acababa de morir. El muerto en cuestión era Julio Camba. La historia de sus trece años de clausura en el hotel fue, primero, la lúcida premonición del destino que tuvo el propio Camba en su juventud y, con el paso del tiempo, se ha convertido en un tópico archisobado. Sin embargo, ha pasado inadvertida esa suerte de justicia poética o de revancha periodística que constituye el hecho de que una camarera del Palace venga a escribir, de alguna manera, la necrológica del periodista que había sacado provecho literario en tantos artículos de las dueñas de las pensiones en las que había vivido. Por si fuera poco, la entrevista que ofrece Magdalena contiene magníficas revelaciones, entre ellas, el mentís al bulo que propagaron las malas lenguas de los presuntos amigos sobre "la pasmosa limitación de sus conocimientos literarios y su escasísima afición a la lectura". También incluye uno de los pocos datos biográficos que han trascendido del hombre que se inventó a un periodista que decía que su nombre era Camba: la fobia a los grifos que gotean.
“Plaza
de las Cortes, 7, tercero izquierda; domicilio de D. Julio Camba. Su casa era
ésta: el hotel Palace. Desde hace trece años, justamente el día 8 de junio de
1949, cuando el ilustre escritor dimitió como corresponsal en el extranjero,
vivía aquí.
La
dirección, los conserjes, las telefonistas, las camareras, los ascensoristas,
los ‘botones’ y los porteros trataban a D. Julio como de la familia. La
habitación 383 era el refugio de Camba. Aquí leía, escribía, meditaba y
descansaba de su vida de trotamundos. Hasta hace unas semanas, que sus amigos
del alma se lo llevaron, engañado, a la clínica, donde dulcemente se ha ido
apagando el centelleo de sus ojos.
Aquel
día que lo sacaron de casa sus íntimos, Magdalena se despidió de él llorando.
Magdalena era para D. Julio la madre, la esposa, la hija. Magdalena es la
camarera que le cuidada como a un niño; le respetaba como a un señor, y le
admiraba, porque sabía que era un escritor genial.
Desde
el día que D. Julio Camba salió de su
‘casa’, Magdalena, la camarera fiel, ha llamado todos los días al sanatorio
donde quedó recluido. Y el miércoles, a primera hora de la tarde, cuando
Magdalena ha preguntado ‘¿Cómo está el señor Camba?’ y le han dicho ‘Acaba de
morir’, ha roto a llorar amargamente. Yo la veo enjugarse las lágrimas entre
sollozos. La veo a la puerta de la habitación, a la que tantas veces acudió al
primer timbrazo del más antiguo huésped. Y le digo:
–Magdalena,
vengo a que me hable usted de D. Julio.
–En
el mes de noviembre notamos en él un cambio. Veíamos que se agotaba por días.
Aunque nunca pedía ayuda, porque era muy entero, nosotras, al verle con paso
inseguro por el pasillo, acudíamos a su lado y le tomábamos del brazo, a lo que
accedía a regañadientes.
–A
partir de entonces, ¿cambió el ritmo de su vida?
–Apenas.
Yo le puse el timbre encima de la radio, alcance de su mano, por si durante la
noche nos necesitaba. Pero nunca nos llamó a esas horas.
–¿A
qué hora sonaba el timbre normalmente?
–A la
una menos cinco de la tarde, cuando se disponía a salir; era la señal de que ya
podíamos entrar a arreglar la habitación. Se iba a la calle, comía muy prontito
y volvía en seguida a echarse la siesta, que no perdonaba en ninguna época del
año. Se levantaba a la caída de la tarde y, después de darse un paseíto,
regresaba con unos paquetitos de golosinas. A las nueve y media o diez bajaba y
subía unas cuantas veces al ‘hall’ y se retiraba a descansar.
–Entonces,
no les daba mucha guerra, ¿verdad?
–No.
Pero era muy detallista. Y muy limpio. No permitía que le tocásemos nada de su
habitación; ni os libros, ni la colección de bastones, ni el paraguas, ni las
botellas vacías que iba almacenando. Cuando volvía de la calle y observaba
cualquier cambio, en seguida nos llamaba para decirnos: ‘¿Quién ha hecho hoy mi
habitación?’… ‘¿Por qué se les ha ocurrido cambiar de sitio el cesto de los
papeles?’… Nos chillaba, pero se le pasaba enseguida. Era un señor. ¡Y la que
tenía tomada con el grifo!
–¿Qué
le molestaba del grifo?
–Como
revisaba todo al entrar en la habitación, si veía que el grifo, por no estar
bien cerrado, goteaba, ya estaba tocando el timbre para que lo apretásemos
hasta que dejase de caer la gotita, porque temía que se le inundase la
habitación mientras dormía. ¡A! Y como era tan aseado, la bañera tenía que
estar brillante de limpia, porque todos
los días se bañaba. Sólo dejó de hacerlo los dos últimos días que pasó aquí. El
pobre ya no podía valerse por sí mismo.
–¿Le
gustaba escuchar la radio?
–Sí.
Escuchaba música con preferencia.
–¿Comentaban
ustedes con él sus libros, sus artículos?
–No
teníamos confianza para eso. Pero cuando hacía limpieza en la habitación nos
sacaba novelas que él ya no quería. Recuerdo que un día, al darme una de un
escritor norteamericano, me dijo: ‘No haga usted mucho caso de eso’. Entonces
yo, sin llegar a comprender lo que me quería decir con aquello, le insinué: 'Pero, D. Julio, ¿por qué quita libros y no nos deja sacar tantas cosas que no
le sirven y le están estorbando?’. Y él, muy serio, respondió: ‘Porque ésta es
mi casa y tengo lo que quiero’.
Así
era D. Julio Camba…”.
Santiago Córdoba
ABC, 3 de marzo de
1962
Fotografías:
“Esta camarerita que se dispone a pasar el desayuno a la habitación de unhuésped es la propia Josefina Carabias, que se hizo ‘chica de servir’ duranteocho días para poder sorprender la intimidad de la vida en un gran hotel”, rezaba el pie de foto original publicado por la revista Crónica.
Julio Camba, encamado en el Palace.
“Esta camarerita que se dispone a pasar el desayuno a la habitación de unhuésped es la propia Josefina Carabias, que se hizo ‘chica de servir’ duranteocho días para poder sorprender la intimidad de la vida en un gran hotel”, rezaba el pie de foto original publicado por la revista Crónica.
Julio Camba, encamado en el Palace.
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