No es el Ritz de París, que ofreció vistas sobre la place
Vendôme al idilio vespertino de Frank Flannagan y Ariane Chavasse en la
película de Billy Wilder. No es el Sacher de Viena, con su tarta barroca y su emperatriz
empalagosa. No es el Excelsior de Roma, el templo que Via Veneto erigió para el
culto a la dolce vita. No es el
Danieli de Venecia, donde Alfred de Musset y George Sand consumaron su desamor
en el empeño tan notable como inútil de dinamitar el prestigio romántico de la
ciudad de los canales. No es el Pera Palace de Estambul, donde Agatha Christie escribió
la novela de Poirot resolviendo el crimen del Orient Express. No es el Claridge’s de Londres, con su prosopopeya
victoriana; tampoco el Warldorf Astoria de Nueva York, con sus galas
extemporáneas y asombradas por los rascacielos de Manhattan. Pero el Hotel Palace de Madrid cumple cien años y, como cualquiera que tenga el tesón de
perseverar en el ejercicio de pasar las hojas del calendario, se ha hecho una
personalidad y una historia.
El Palace se puso british
e intentó importar la costumbre del five o’clock tea; se quiso moderno y pretendió el desenfado mundano del grill-room. Presume de haber hospedado a
Mata Hari y hace mucho que no tiene la competencia del Florida para replicarle
que fueron sus camareras las que estiraron las sábanas que revolvían en las
noches de guerra Ernest Hemingway y Martha Gellhorn. Por otra parte, no parece
probable que sus clientes se escapen al Ritz para pedir la habitación del
último aliento de Durruti. El Hotel Palace porfía en olvidar una historia más castiza
y menos aristocrática de lo que siempre ha proclamado su publicidad, una
historia de banquetes de homenaje a escritores de medio pelo y directores
generales de alguna cosa, de políticos borbónicos y de señoras menos sofisticadas
que encopetadas.
“La gente viene y se va. Nunca pasa nada”, dice una voz
en off al principio de la película Gran
Hotel, protagonizada por Greta Garbo y basada en la novela de Vicki Baum. Esto
es, por supuesto, una mentira irónica. Lo que ocurre es que las anécdotas que
tienen por escenario los hoteles rara vez adquieren la publicidad de la
historia, ni la categoría de la leyenda; es más, solo en contadas ocasiones
merecen la pasajera gloria de una crónica periodística. El Hotel Palace de
Madrid tiene la abultada historia de cien años, una escueta leyenda y un puñado
de modestas gacetillas. A estas últimas estará dedicada la serie “Periodistas
en el Palace”.
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