Rehiletes de la memoria y el deseo



http://elpais.com/diario/2003/11/08/babelia/1068252612_740215.html


Comenzaré admitiendo que soy una lectora empedernida de prospectos y libros de instrucciones. Jamás se me ocurriría tragar ni una aspirina sin estudiar escrupulosamente su composición, los males que remedia, la posología debida, las contraindicaciones y los posibles efectos adversos. Tampoco tengo la osadía de poner en marcha ningún electrodoméstico sin aleccionarme antes sobre su montaje, limpieza y mantenimiento. Ya puede ser el cacharro un simple molinillo de café, repasaré el manual de uso de cabo a rabo. Algunos de los escribas sentados que redactan esta literatura performativa son los mismos que convierten en un reproche a mi disciplinada obediencia la exhibición de su indómito espíritu: suelen meterse una sobredosis de ácido acetilsalicílico sin conservar a mano el folleto con el teléfono del Servicio de Información Toxicológica y utilizan el molinillo contra el dictado de las convenciones para fabricar azúcar glas. Ellos, disidentes de pega y profesionales de la hipocresía, dicen vivir en un lado salvaje; el resto sobrevivimos, más o menos complacidos, mejor o peor instalados, en lo correcto, que es la verdad suprema de la aspirina y el molinillo de café, de las farmacéuticas, las autoridades sanitarias y la industria de los electrodomésticos. Al fin, nadie se revienta la tapa de los sesos para curar un dolor de cabeza y siempre se presenta la excusa de una mañana de lunes para apretar el botón que arranca las aspas del molinillo de la semana. Tal vez lo único que nos cabe hacer, mientras embuchamos la aspirina con un sorbo de café, es leer concienzudamente los prospectos e intentar decodificar el lenguaje con el que el poder nos convence de que lo realmente existente es lo necesariamente existente. Sólo así, avisó Manuel Vázquez Montalbán, se abrirá el minúsculo resquicio que permite atisbar que el mecanismo de nuestro molinillo y demás aparataje no es tan evidente e inofensivo como quiere aparentar, que la aspirina que nos recetan no será capaz de anestesiar el deseo de encontrar el octavo día de la semana. 

[El texto completo de Rehiletes de la memoria y el deseo, en el número 6 de Jot Down].

Diez retratos de Sofía Casanova




María José Turrión ha publicado una semblanza de Sofía Casanova, hoy más bien olvidada, pese a los esfuerzos de especialistas e investigadores. Sin embargo, como subraya Turrión, “fue ampliamente conocida y también reconocida por sus contemporáneos”. En efecto, no es preciso rebuscar mucho en la prensa del primer tercio del siglo XX para encontrar numerosas informaciones, entrevistas y fotografías de la periodista gallega, que demuestran la popularidad de que gozó su figura, realmente inusitada para una mujer en aquellos días. Esta es una pequeña muestra, una galería de diez retratos de Sofía Casanova.   



1908

1908

En el Teatro Español de Madrid, acompañada por Galdós (1913)

1919

Junto al periodista José María Carretero Novillo (1919)

En un hospital de Varsovia (1920)

c. 1925

Con sus hijas y yernos


c. 1930
c. 1930

Manuel Leguineche






“La profesión ha cambiado mucho desde aquellos años iniciáticos de Bilbao y Valladolid. Entonces apenas se hablaba de dinero. La crónica de internacional era una forma de tirar por elevación y escapar de las consignas oficiales. Después se pudo decir algo por vía metafórica, elípticamente. Los políticos palmeaban en tu espalda, abandonaban el tratamiento de usted y el régimen se venía abajo. Llegó la democracia pactada. Hemos compartido sus sobresaltos y sus bondades. Los periódicos se hacen ahora con pantallas, no huelen a tinta fresca, Gutenberg ha muerto otra vez. Siento que con ello se va una época de ilusión y lucha en las platinas. Pero tiene que ser así. Quizá ha pasado la era del periodista todo terreno que habla lo mismo del Vietnam que de las regatas en Oxford o la vida de las hormigas gigantes. El periodismo según Hemingway decía, y así me lo confirmó una tarde en la plaza de toros de Calahorra, es una profesión estupenda con tal de que se deje a tiempo. Quizá es una estupenda profesión a condición de seguir en ella”.

Manuel Leguineche
“Autobiografía. Los fantasmas rotos”

Vanitas vanitatum



La peculiar mecánica de las manecillas de los periódicos permite atrasarlos cien años sin la menor dificultad y conseguir así la mejor perspectiva para contemplar el derroche pirotécnico de las hogueras en las que se churrascaron pretéritas vanidades. Un grave moralista encontraría el espectáculo sumamente edificante. Pero quienes frecuentamos las hemerotecas somos un público menos circunspecto, más bien frívolo, que disfruta con los molinetes y volteretas que ejecutan los teatreros en una farsa bufa que resulta, sencillamente, divertidísima.

Una lección periodística



«Calvin Coolidge, gran político norteamericano que ocupó la presidencia de los Estados Unidos de 1923 a 1929, era un hombre de pocas palabras. En una campaña electoral, un periodista de Boston fue a entrevistarlo:

–Hágame un cuestionario –le dijo Coolidge.

Y el periodista formuló veintidós preguntas que importaban otras tantas cuestiones sobre las cuales deseaba conocer el pensamiento de su ‘víctima’.

–Bien –le expresó el entrevistado– le responderé mañana.

A la mañana siguiente, a la hora convenida, el periodista volvió:

–He reflexionado sobre su cuestionario –le dijo Coolidge– y he sacado esta conclusión. Sus veintidós preguntas pueden reducirse a tres. Yo respondo afirmativamente a las dos primeras, y negativamente a la tercera. Buenos días.

El periodista intentó insistir, pero Coolidge respondió:

–Amigo mío: yo también soy periodista y con lo que le he dicho, si usted conoce su oficio, puede escribir tres mil palabras. ¿Qué más quiere?».