Curioseando en la hemeroteca


La hemeroteca es algo así como un frigorífico que guardase yogures caducados. No me refiero a un frigorífico cualquiera, al nuestro, que abrimos un día para descubrir con sorpresa que se ha cumplido, semanas atrás, la fecha estampada en la tapa del yogur; entonces, por muy anarquista que sea nuestro espíritu, obedecemos la tiranía del calendario, desalojamos los tarritos de la nevera y los enviamos a la basura. No, la hemeroteca es un lugar completamente extraño, como un frigorífico en el que almacenásemos yogures y sólo yogures y a sabiendas de que están caducados. Vamos a la nevera y, en lugar de desalojar la mercancía pasada, nos la zampamos. Eso hacemos en la hemeroteca: comernos los periódicos después de la fecha de consumo preferente que viene indicada en la cabecera.

Este régimen alimenticio tiene, sin duda, algunas contraindicaciones. Puede muy fácilmente pasarnos lo que a aquella vieja retratada por Larra, que, leyendo de cabo a rabo la Gaceta, llegó a acumular tal retraso que en 1929 todavía iba por los ejemplares del año 23. El perseverante ejercicio consiguió hacerle olvidar cuál era su tiempo y tomaba por noticias de última hora lo que había sucedido seis años antes, así la llegada liberticida de los Cien Mil Hijos de San Luis: “¡Ay, señor de mi alma! ¡Bendito sea Dios, que ya vienen los franceses, y que dentro de poco nos han de quitar esa pícara Constitución, que no es más que un desorden y una anarquía!”. Lo que para ella fue una gran alegría puede ser para nosotros un inmenso disgusto. El regocijo o la desolación dependerá de los sabores apetecidos por el paladar de cada cual. Que si piña o frutas del bosque, podrían discutir, pero concuerdan en que el yogur es perfectamente apto para el consumo y que de caducado, nada.

Ahora bien, el más fenomenal de los sobresaltos viene cuando a la salida de la hemeroteca, haciendo el supremo esfuerzo de restituirnos en nuestro tiempo, cogemos el periódico del día en curso y descubrimos que ciertos asuntos que reclaman su novedad en grandes titulares son, en realidad, más viejos que la catana y que nos venden como recién elaboradas ciertas prosas periodísticas que tienen el sabor agrio y descompuesto del yogur pasado de fecha. Se dirá que es una aberración eso de encontrar más apetecible el yogur oficialmente caducado que el recién comprado; y seguramente es así.

En cualquier caso, lo cierto es que la visita a la hemeroteca suele ser muy entretenida, demasiado. Uno se acerca a las hojas amarillentas de los periódicos viejos con un objetivo definido de antemano y muy concreto. Y al paso, le salen textos y firmas, fotos y caricaturas, folletines y folletones, modas y modismos, publicidades y propagandas, querellas políticas y todo tipo de enredos, que por cualquier motivo peregrino llaman nuestra atención y la distraen del empeño inicial. Abro esta nueva sección, Curioseando en la hemeroteca, para meter esos materiales con los que me voy topando de forma azarosa. Sin comentarios y sin otro propósito que el de evitar que terminen enterrados y olvidados entre otros papeles que acumulo y acumulo debido a una perversión patológica que, por mucho que la disfrace, tiene mucho que ver con el síndrome de Diógenes.

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La primera entrega está dedicada a esa vieja obsesión que todavía no me ha caducado y que se llama Julio Camba. Ya lo he dicho y lo repito en mi descargo: no lo busqué yo, me encontró él. Se trata de dos retratos del periodista debidos a Sancha y que fueron publicados por la prensa madrileña en la década de los veinte del siglo pasado. En ambos Camba luce esa media sonrisa que también ponía en sus textos.




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Publicado en La Esfera con este pie:
Supuesto banquete al escultor Miranda.
Dibujo humorístico de Sancha.
(De izquierda a derecha).- En primer término: Enrique de Mesa, Julio Camba, Sebastián Miranda, Luis de Tapia, Palma, Juan Cristóbal.-
 En segundo término: Belmonte, Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Penagos, Sancha, Bagaría, Antonio Robles, Palencia, Miguel Nieto, Romero de Torres y Tovar.


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Por su parte, Julio Camba dedicó a Sancha este artículo publicado en 1959.

Tiempos modernos, según Bagaría y Chaplin


Caricatura de Luis Bagaría
(España, 6 de marzo de 1920)

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Charles Chaplin
Modern Times (1936)


Cuando nevó en Barcelona


En febrero de 1913 y en Berlín, nevó. Y Julio Camba, que estaba entonces por allí, no dejó escapar el tema, que era exactamente del tipo que a él más le gustaba:

“Hace veinticuatro horas que está nevando sobre Berlín. A mí, lo que más me gusta de la nieve son los artículos que se escriben acerca de ella. Otros compran los periódicos cuando hay crimen. Yo los compro cuando hay nevada. Desgraciadamente, ya casi ningún cronista se atreve a decir eso del blanco sudario, que es lo que a mí me gusta más que se diga acerca de la nieve. Hace seis o siete años todavía se decía. Hoy puede afirmarse que en las redacciones de Madrid no hay un solo periodista capaz de hacer un buen artículo sobre la nieve, así que nieva y la tirada de los periódicos no aumenta ni en veinticuatro ejemplares”.

Así comenzaba su artículo sobre la nieve en Berlín, con la ironía esa de que le gustaban los artículos que incluían el machacado tópico del “blanco sudario”. En realidad, su texto venía a probar que sí había un periodista –él, sin ir más lejos– capaz de hacer un buen artículo sobre el tema o, mejor dicho, con la excusa del tema. ¿Y hoy, existe tal ejemplar? Nadie crea que la pregunta trae la intención de nevar la fiesta el día en que entra la primavera y mucho menos pretende ser una invocación a los rigores invernales. Si la cuestión me parece pertinente en este momento es porque todavía tenemos cercano y congelado el recuerdo de las muchas nevadas de la pasada estación, que brindaron a los periodistas la ocasión propicia para demostrar sus méritos. En éstas, me acuerdo del artículo de Jacinto Antón sobre la nevada de Barcelona. Imagino que tal vez a Camba el texto le parecería algo barroco y es más que probable que El País no vendiese aquel día más ejemplares. Sin embargo, yo creo que algún mérito debía de tener cuando todavía no lo he olvidado, mientras que encuentro ya serias dificultades para recordar lo que traían los periódicos del desayuno de hoy.

Delibes: el periodismo y la literatura


Miguel Delibes: “El periodismo es un borrador de la literatura...
Y la literatura es el periodismo sin el apremio del cierre”.
(El País, 2-VIII-1990)

Coffee or tea?


Cuentan las crónicas que los demócratas en EEUU se han convertido en cafeteros confesos. Y es que, como contestación al Tea Party republicano, han creado el Coffee Party. Así que, en este momento, la vida política estadounidense puede simplificarse en una pregunta: Coffee or tea? La metáfora disyuntiva es exactamente la misma que planteaban dos revistas taurinas españolas de principios del siglo XX: The kon leche. Krónika taurómaka y Kafé kon media. Semanario satírico cornudo. Eran los tiempos en los que la afición se dividía entre Joselito y Belmonte, del mismo modo que unos años antes Frascuelo y Lagartijo habían suscitado pasiones irreconciliables. Y el estruendoso eco de las disputas entre los partidarios de uno y otro torero resonaba en las páginas de aquellas publicaciones que participaban en la controversia y la excitaban. Joselito o Belmonte, The kon leche o Kafé kon media. Ni que decir tiene que los taurómacos discrepaban dentro del establishment que no cuestionaba la lidia.













Me distraigo. Lo que quería decir es que estas metáforas a cuenta de las infusiones vienen a embarullar aspectos mondos de la vida cotidiana. Porque ahora ya no se sabrá qué le están preguntando realmente a uno cuando le den a elegir entre un café o un té. Yo siempre pido café bien cargado, no el aguachirle del café americano, y los días de fiesta, un carajillo. Pero no sé si esto, en las actuales circunstancias, equivale a significarme.

Plàcid Garcia-Planas, en las trincheras


Hay preguntas declaradamente estúpidas, como esa de qué libro llevarse a una isla desierta. Hay preguntas que, además de estúpidas, resultan completamente inverosímiles, como qué libro llevarse a un guerra. El cine y algunos periodistas han cultivado la imagen del corresponsal de guerra como un hombre de acción, que viste un chaleco lleno de bolsillos y luce el desaliño de una barba de tres días, demasiado atareado durante el día viendo qué ocurre mientras esquiva proyectiles e igualmente ocupado por las noches bajando una botella de Jack Daniel's en el hotel junto a sus compañeros de profesión. Quién podría imaginar a un periodista metiendo en el macuto para la guerra un libro, cuyas páginas se volverán banales y hasta frívolas allí donde la vida y la muerte imponen su verdad perentoria e inapelable.

Y he aquí que uno, Plàcid Garcia-Planas, declara haberse ido a Kandahar con un libro. El volumen elegido es de 1916: Narraciones de tierras heroicas, de Gaziel. Así que un periodista de principios del siglo XXI lleva consigo a Afganistán unas crónicas de la I Guerra Mundial, de una guerra de hace cien años. ¿Por qué? La respuesta la ofrece el propio Garcia-Planas en el magnífico epílogo de En las trincheras, una reciente antología de las crónicas de Gaziel editada por Diëresis.

Porque todas las guerras son la misma guerra –la guerra–, Garcia-Planas descubre que en las crónicas de Gaziel escritas hace un siglo en el sur de los Balcanes o en el norte de Francia se encuentra el anuncio todas las derrotas del mundo; de alguna manera, también la caída de Kandahar. En el comentario de Gaziel sobre el ataque contra las trincheras alemanas que oficiales franceses sólo iniciaron a la llegada de los periodistas, Garcia-Planas encuentra la descripción de la “sensación indigna y secreta, esa tensión profunda e insana, tremenda, que sólo se produce –y reproduce– en el interior voyeur de los reporteros”, una sensación que él mismo conoce –y reconoce– en la prosa de Gaziel y en la experiencia de Kandahar.

En el Afganistán de principios del siglo XXI, Gaziel ejerce su magisterio y Garcia-Planas se siente unido al maestro, por encima de todo, por esa otra guerra -incruenta, pero salvaje y sin tregua- que libran los corresponsales, la batalla diaria por encontrar la palabra precisa. “Qué palabras buscamos hoy y qué palabras buscaban los viejos reporteros”: ese es el trabajo de Garcia-Planas y ese fue el de Gaziel. Se trata de la búsqueda de las palabras que permiten relatar la guerra. Y ya se sabe que toda guerra proclama el fracaso de las palabras y que cualquier guerra pretende silenciar o convertir en propaganda aquellas palabras que no se dan por derrotadas.

Cuando entre 1999 y 2006 Garcia-Planas visitó los campos de batalla de viejas guerras que habían sido contadas por viejos reporteros que, como él hoy, escribieron en La Vanguardia, ya le acompañaba esa obsesión por las palabras. Buscó las huellas de José Boada y Romeu, Gaziel, Enrique Domínguez Rodiño, Francisco Carrasco de la Rubia, Javier María de Padilla y Tomás Alcoverro en las crónicas que ellos escribieron y en los escenarios que pisaron. De este modo, el corresponsal de guerras vivas se convirtió, en sus propias palabras, en corresponsal de guerras muertas y escribió una serie de reportajes, publicados primero en su periódico y más tarde recogidos en el libro La revancha del reportero. Uno de aquellos textos está dedicado a Dachau, adonde llega siguiendo a Carlos Sentís que fue, en mayo de 1945, uno de los primeros periodistas en entrar en un campo de concentración nazi liberado. Garcia-Planas cuenta las palabras –veintiséis– con las que Sentís arrancó su crónica. Éstas:

“Dante no vio nada y por eso pudo escribir sus patéticas páginas del infierno. Yo sí he visto Dachau y quizá por eso no sepa escribirlo”.


Garcia-Planas apostilla:

“¿Qué palabras escoger donde Dios calló?
No era fácil, pero había que encontrarlas, porque –entre tantas cosas– para eso nos pagan a los reporteros. Había que torturarse por cada palabra allí donde los nazis hallaron las suyas sin dolerse demasiado. Los nazis, por ejemplo, encontraron fácilmente una para denominar a los eslavos: Untermenschen, los que están en un grado inferior de desarrollo que las personas. Y hallaron tranquilamente otra para los gitanos y los judíos, Lebensunwert, y eso significaba que no eran dignos de vivir.
Las palabras existían, estaban dentro del campo, y el periodista sólo tenía que cruzar el umbral para recogerlas”.

Garcia-Planas insiste en que “para un reportero de guerra, la búsqueda de las palabras está del todo embedded –incrustrada– al dolor mismo del viaje”. Ese dolor busca la compañía solidaria de quienes lo conocieron y lo escribieron antes. La compañía de los maestros, en las trincheras.



Plàcid Garcia-Planas, procurando la compañía de Gaziel:

La guerra ajardinada
(La Vanguardia, 29 de noviembre de 2006).

"Beaucoup de bla, bla, bla"
(La Vanguardia, 30 de noviembre de 2006).

El balcón que voló por los aires
(La Vanguardia, 1 de diciembre de 2006).

El espectáculo que les propongo
(La Vanguardia, 3 de diciembre de 2006).

Una luz en la oscuridad
(La Vanguardia, 4 de diciembre de 2006).

El gran dictador, según Bagaría y Chaplin

"¿Quién podrá a quién?" (Luz, 3-VIII-1934)
Bagaría


El gran dictador (1940)
Chaplin