Párrocos intransigentes



http://collections.mcny.org/Collection/Priest-Reading-Newspaper-24UAKVQILSI.html


La Iglesia ha prohibido esparcir las cenizas de los difuntos o guardarlas en casa e insta a cumplir el precepto bajo la amenaza de negar el funeral al muerto. La noticia ha provocado cierto revuelo, pero parece preferible que la Iglesia legisle sobre la muerte a que lo haga sobre la vida, por ejemplo, sobre la vida de los lectores de periódicos. En 1929, después de que El Pueblo Gallego publicase un artículo titulado «El problema clerical y la Prensa», un cura párroco de Roupar, perteneciente al municipio lucense de Xermade y al obispado de Mondoñedo, amenazó «desde el púlpito con penas eternas a los que leen dicho periódico y todos los demás de tendencias liberales». La información publicada por El Sol añadía que el «párroco intransigente» no amagaba, que se había tomado muy en serio el asunto: 

«Obtuvo una lista, en la que figuraban los nombres de suscriptores de El Pueblo y de otros periódicos liberales. Ayer mañana, terminada la misa, y revestido el cura para dar la comunión, se adelantó hacia el presbiterio, y volviéndose a los fieles les dijo que perderían el tiempo los lectores y suscriptores de El Pueblo que se acercaran a cumplir el precepto pascual, puesto que no les daría la comunión mientras no prestasen juramento formal de no volver a leer dicho periódico. El cura cumplió su amenaza y se negó a dar la comunión a algunos fieles suscriptores, que, a pesar de ello, no se han dado de baja en la suscripción».

Esta fue una de las batallas de la guerra entre la prensa católica, apostólica y romana, que se autotitulaba «buena prensa», contra la prensa liberal o «mala prensa». La verdad es que siempre hay algún curilla dispuesto a recordar a la parroquia qué tiene que leer. Hoy dicen que la buena prensa es El Jueves, Mongolia, El Intermedio y Pòlonia.

 

O día que Ánxel Fole zoscou ao meu padriño







Hai dous días contoume este sucedido o meu padriño. Agora xa está xubilado, pero cando traballaba como chapista chamouno un día un cliente que acababa de ter un pequeno choque a carón do concello de Lugo. Preguntáballe se podía achegarse ata alí cunha panca para desatrancar o peche da porta ou para desabolar o coche do bolardo no que quedara encaixado, xa non me acordo ben porque o relato tiña moitos meandros. Tanto ten, o caso é que como o taller non estaba lonxe, cargou a panca ao ombro e foise camiñando. Cando chegou deu voltas e máis voltas e non atopou o coche esnafrado nin o demo que o pariu. Preguntou a un taxista, que non sabía nada e madia levaba non saber. Porque o cliente tivera a ocorrencia de gastarlle unha broma e andaba pola contorna agochado, moi divertido, mentres o vía indo e vindo. Cando cansou, chamouno berrando o seu nome dende una esquina. Ao virarse o meu padriño, que estaba xunto a estatua de Ánxel Fole, bateu con ela con tanta forza coma mala sorte e comezou a deitar sangue ata empapar a camisa e logo o mono de traballo. No transo escachou unha costela e estivo meses doéndose. Non gardou rancor ningún ao leriante, que amais de moi bo cliente e moi boa persoa, non tivo tempo para novas troulas porque morreu de alí a pouco. Aínda hoxe reserva todo o rancor para Ánxel Fole. Porque segundo o meu padriño, aquel día Fole zoscoulle.

–Pero como vai ser, padriño, se non houbo home máis pacífico no mundo?
–O Fole de bronce zoscoume ben zoscado.
–Pero como, se leva os polgares metidos nos escaves do chaleco?
–Zoscoume.

E porque Fole zoscou ao meu padriño, a miña xenreira de sempre ás estatuas acaba de mudar en odio. Teño que odiar ata a estatua pequena e sen peaña dedicada a un home bo, non hai máis remedio. Pero agora que o penso o que ía armado era o meu padriño, coa panca, e ao dar a volta para atender a chamada ben puido mallar a Fole co ferro, que o bronce non delata as feridas con sangue. De ser así, o relato do sucedido podería rematar como aqueloutro incluído en Contos da néboa, no que dous irmáns, o Juan Carlos e o Fadrique de Luaces e Castro, terminan leándose por mor da argallada do Natillas. Feridos os dous, laíabanse: «¡Ai, meu irmanciño, que te matei! Vou dereitiño ó inferno...». Laíabanse coas mesmas palabras, porque eran xemelgos e aturaban a fatalidade de dicir e facer moitas veces o mesmo que dicía ou facía o outro. Si, cando volva a contar a historia voulle cambiar o final: Fole e o meu padriño, os dous mancados, tirados no chan, moi arrepentidos, reconciliados, chorando, xemendo... ¡Ai, meu irmanciño, que te matei!... Claro que non son irmáns, pero os dous saben contar un conto e os dous levan o mesmo nome. Por iso viraron á vez e chocaron cando oíron berrar: ¡Ánxel! 

Y Dios apadrinó a un periodista




Aquellos periódicos zurdos los hacían impíos, sacrílegos y apóstatas, descendientes de la «mala y diabólica ralea» que espantaba a don Marcelino Menéndez Pelayo y al mismísimo Todopoderoso, que apretaba, apretaba y apretaba hasta ahogarlos económicamente. Pero un periódico como Dios manda, de los que ponían en su cabecera el Sagrado Corazón y concebían el periodismo como la cruzada en defensa del «alcázar de la Tradición», no pasaba los apuros de aquellos menesterosos. En vez de caldear la redacción con chubesquis que funcionaban como aspersores de humo y hollín en una premonición del infierno al que estaban condenados los gacetilleros heterodoxos por toda la eternidad, lo hacía con el amor de la lumbre de una chimenea francesa muy rococó; la iluminación se debía a suntuosas lámparas de lágrimas y no a una bombilla sin pantalla ahorcada del techo descascarillado, y en las paredes lucía una reproducción a tamaño original del Cristo de Velázquez en lugar de una alegoría chiquitita de la República. 



Si el boicot divino forzaba a los ateos a andar mendigando durante años el dinero para estrenar rotativa, El Siglo Futuro no tenía más que rezar un padrenuestro. Era un caso evidente de abuso de posición dominante y, por supuesto, fue denunciado por la prensa blasfema y envidiosa: «Piden devotamente al Sumo Hacedor una rotativa nuevecita y, ¡pum!, aparece la rotativa que hay que bendecir en acción gracias». «¡Cuántas veces sacó el Espíritu Santo palabras de verdad de la boca de los impíos!», replicó El Siglo Futuro, que admitía que los miembros del consejo de administración de la Editorial Tradicionalista habían puesto sus buenos cuartos antes de añadir inmediatamente que la suma reunida «fue multiplicada por la bendición de Dios». ¡Cómo no llamar corriendo al cura y su hisopo para que remoje los aceros bruñidos de la máquina donde se grabó la margarita requeté! ¡Cómo no celebrar un milagro sólo comparable al de los panes y los peces!

La rotativa no era más que el principio. La autodenominada Comunión Tradicionalista, un emporio troglodita de once diarios, veintidós semanarios y tres revistas, tenía grandes aspiraciones:

«La cuestión se funda en estos dos prenotandos:
1º La Comunión Tradicionalista NECESITA realizar un colosal esfuerzo en favor de su Prensa y multiplicar el número de esta. Esa obra requiere varios millones de pesetas.
2º La Comunión Tradicionalista es pobre, y pobre la inmensa mayoría de sus individuos.
Con estos dos prenotandos hemos de sacar estas dos conclusiones:
Primera: Nuestra pobreza es capaz de concebir y poner en marcha la “irrealizable” empresa, si sabemos poner nuestra fe en Quien nos sostiene, nos guía y nos alienta.
Segunda: Esa concepción, hija de la fe, arrancará de Dios, si es preciso, el milagro, si va acompañada de nuestro sacrificio.
Quiere esto decir que, aún sin llegar al milagro, cada tradicionalista, si pone fe en la obra y un pequeño sacrificio, tiene en sí virtualidad suficiente para producir todos los demás concursos necesarios, porque Dios los deparará en correspondencia a la fe y en recompensa al sacrificio».



Es decir, a Dios rogando y con el mazo dando:

«Propongo –decía Manuel Facal Conde– del temple heroico de los corazones tradicionalistas, que se abra una suscripción pública, consistente en alhajas u oro, en la que, en cuanto sea posible no haya una tradicionalista que no se aliste, contribuyendo al proyecto con el valor material de su ofrenda y con la ofrenda espiritual inapreciable del sacrificio, que sólo Dios mide, sólo Dios pesa y sólo Dios paga.
Tu alhaja más querida, la del recuerdo de boda, la del legado materno, la medalla de oro de tu más tierno cariño, ¿para qué sirven como artículo de lujo en tiempos de calamidad y miseria? ¿Qué te importa renunciar a su recuerdo, a su culto y a su estima cuando tantas cosas más caras, que a la Religión y a la Patria tocan, tan ruda crisis padecen? […] ¿Y en estos tiempos es cristiano y patriótico ostentar alhajas?».

El lema de Wallapop –no renuncias a tus preciosos recuerdos, ¡te deshaces de un vil objeto!– viene exactamente de aquí. También fue la inspiración de la campaña que en su día lanzó Intereconomía pidiendo a sus espectadores que salvasen la cadena ingresando sus dineros en una cuenta bancaria. «Es una apelación a la americana, esto no es nada raro en otros países», dijo entonces Xavier Horcajo. No, era una apelación católica, integrista y muy castiza. Como la generosidad no forma parte del repertorio de tradiciones cultivadas por la caverna tradicionalista, el fiasco estaba asegurado en 1935 cuando Facal Conde pedía oro y en 2014 cuando Horcajo creía vivir en el país de los yanquis. Pero los zorros del siglo XXI, que saben bien que Dios no apadrina a un periodista todos los días y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un ricachón suelte las alhajas, han descubierto el crowdfunding o sablazo perfecto: el universal y obligatorio IRPF



Apadrina a un periodista



Republicanos, socialistas, anarquistas y Nakens, que encarnaba en sí mismo una categoría política, tenían sus propios periódicos. Ya desde la cabecera declaraban su bravura guerrillera (El Motín, por ejemplo), su identidad proletaria (Solidaridad obrera)  o su enardecido anticlericalismo (Las Dominicales del Libre Pensamiento se titulaba una publicación en aquellos días en que no ir a misa el domingo era una verdadera profanación y no una gracieta más bien sosa). Para terminar de asustar a los guardianes del orden, componían cintillos con proclamas exaltadas del estilo «La sensatez es la virtud de los necios», «La Iglesia esclava en el Estado libre», «Las religiones degradan y embrutecen», «Antes que el carlismo, la anarquía» y «A la redención por la instrucción».

Además de raudales de fervor revolucionario, aquellos periódicos poseían, según admitía uno de ellos, «una sencillez que causa risa a los burdos materialistas». Digámoslo sin adornos ni rodeos: eran hojas verdaderamente paupérrimas. Como las vías de financiación clásicas se revelaban imposibles o insuficientes, terminaban, en nombre del excelso ideal que profesaban, apelando a sus laicos parroquianos que, con tacañería burguesa o escasa conciencia de clase, se resistían ferozmente a rascarse el bolsillo. Los lectores que habían hecho el desembolso se veían obligados a sufrir las quejas y el rapapolvo: «Al proletario más humilde –argumentaba un periódico en 1893– le agrada la lectura de los periódicos, no es ajeno a la discusión, y juzga, muchas veces con razonable criterio, a los hombres y a los sucesos. Pero… ¿se podrá creer que el que en una francachela se malgasta casi todas las semanas cuatro o cinco pesetas, no puede consagrar una al mes para sostener un periódico de su comunión? Pues esto sucede, y lo sabemos por una triste experiencia. Al proletario le agrada la lectura del periódico, pero quiere que se lo den de balde». Otro, en 1901, abroncaba así al personal: «Sobre la educación y el ahorro no hay concepto en este país de los toros y las tabernas, en que, para sostener un periódico o una escuela, la perra chica es un sacrificio imposible, aunque por otro lado se gastan en copas muchas perras grandes con detrimento del estómago de la familia».

De manera que los toros, las tabernas y otros vicios consumían las perras que apetecían para sí los periódicos. Argumentaban que no había obrero o menestral que no gastase lo menos cinco céntimos por la mañana en «ese brebaje infernal llamado aguardiente» y otros doce céntimos diarios en tabaco, papel y fósforos. «Supongamos que el obrero no pueda abandonar tal costumbre, pero supongámosle también animado del deseo de tomarse una privación en ese gasto diario de diez y siete céntimos, suma, al parecer, insignificante. Pues bien, en vez de cinco céntimos de aguardiente, tómese tres, que es el mínimum que dan en la tienda, y economice también otros tres céntimos en el consumo de tabaco, de lo que resulta que ahorra cinco céntimos diarios, o sea 1,50 pesetas al mes, o 18 pesetas anuales». Sólo había que seguir multiplicando: en veinticinco años, sin contar los intereses devengados, el montante ascendería a 450 pesetas, fabulosa cantidad que «ninguno o muy pocos de nuestros obreros ha visto reunida en toda su vida» y que estaría a buen recaudo en la caja de ahorros de la agrupación obrera. Estimando que esta tuviese diez mil afiliados… En fin, de la caja de previsión y resistencia salía una utopía de subsidios, colegios, asilos, viviendas y ¡periódicos obreros! Realmente una utopía, porque «muchas faltas deben corregirse para llegar al goce de los ideales de Carlos Marx».



Aquellos viejos periódicos antisistema venían a advertir que España vivía una emergencia democrática y mediática y que, en ese panorama, la información independiente y no contaminada era un bien de primera necesidad. No utilizaban, por supuesto, estas palabras; la facundia de la época era mucho más sugestiva:

«La plutocracia hispana hace enormes esfuerzos para contradecir el artículo primero de la Constitución –“España es una República de trabajadores”–, acaparando los órganos de opinión y lanzándose desde ellos a la conquista íntegra de todos los resortes del Poder. El cerco se va cerrando, especialmente para estrangular la legislación social y reducir a la clase obrera a la servidumbre y miseria de pasadas épocas. Natural es que un partido proletario pugne por ofrecer a las masas obreras un diario capaz de competir técnicamente con las hojas capitalistas que cada mañana ofrecen a la curiosidad popular no la verdad de los hechos, sino su verdad, la verdad en su mejor servicio. A falta de medios económicos, nuestra clase tiene armas con que reñir y ganar esa batalla: negar su perra gorda a los diarios negociantes de los burgueses. Hay que movilizar a millares de obreros para que den vida al diario socialista. Hay que estimular la donación de cantidades para ampliar y mejorar El Socialista. ¡Que la prensa de Caco y Pluto no viva de la inconsciencia popular!».
 




De esta forma pedía El Socialista las pesetas que le permitiesen cambiar el chibalete y la minerva de Pablo Iglesias por una flamante rotativa. «Como tras su título no se agazapaban mercaderes ni empresarios, para tener su máquina el periódico –orgulloso de su limpia pobreza– no tenía más que un recurso: pedírsela a su público, trabajador y pobre también». El crowdfunding se llamaba entonces
«suscripción pro-rotativa»
 



Los periódicos que hoy recurren a este sistema de financiación tienen nombres insípidos, carecen de ardor revolucionario y acusan además cierta desorientación ideológica, como demuestran cuando suplican el dinero con un discurso que hace un batiburrillo con Albert Camus y El Cholo. Pero, sobre todo, a las campañas que lanzan bajo el lema
«Apadrina un periodista» [sic] les falta la cruda sinceridad que se estilaba antaño.