Deogracias Gratis et Amore (III)


 
Piensa Deogracias que esto de escribir de balde es una ruina. Y su jefe está de acuerdo, de hecho lleva tiempo acariciando una solución para el quebranto económico, el suyo, por supuesto. “Yo, los artículos literarios, en vez de pagarlos, los cobraría. La firma que llevan al pie es un anuncio extraordinario”, decía Don Criterio, el personaje con que Cansinos Assens disfrazó en La huelga de los poetas a Leopoldo Romero, director de La Correspondencia de España.

Pasan los años y las décadas y caen las hojas del calendario y todo se descuelga; todo, menos la idea que lograría la suma perfección de los sumandos en la contabilidad del empresario periodístico. De labios de Josep Vergés la tuvo que escuchar Montserrat Roig. La joven periodista relató así el episodio:

“Dejé de colaborar para Destino por dos razones. La primera, económica. […] En el año 1972 pedí un aumento al señor Vergés, el propietario anterior al banquero Pujol, y me contestó que los colaboradores no teníamos derecho a quejarnos, que encima tendríamos que pagar para recibir ‘el honor’ de colaborar en su revista. Se lo dije a Baltasar Porcel y me contestó: ‘Tú, aguanta, que ya verás como subes’. No sé si quería decir subir en el sentido de trepar, no sé. Se lo dije a Néstor Luján, y me encontró un puesto en otra revista donde se me pagó el triple por el mismo trabajo. Me fui porque no quise seguir el consejo de Porcel ni tampoco el que me dio Josep Pla. El consejo del viejo kulak era: ‘Más vale que tu amo te pague poco, pero que te pague siempre’”.

Deogracias quiere consolarse de sus desgracias pensando que el proyecto de Don Criterio y el señor Vergés nunca prosperará. Pero la idea está madura y la conciencia de Deogracias, nunca como hoy, preparada para acogerla con naturalidad. La conciencia reblandecida y las tragaderas inmensamente dilatadas de los escribientes impedirán la rebelión. Más conservadores que un viejo kulak, nunca han escuchado la proclama exaltada: “Si no hubiera esclavos, no habría tiranos”. 
 

Deogracias Gratis et Amore (II)




“[…] vosotros sois los únicos que entregáis sin precio y sin lucha vuestro bien […]. Como si nada valiese la entregáis y hacéis sospechar que nada vale, cuando tan sin pena la ofrecéis […]. Sois de una fecundidad sospechosa y ofrecéis vuestra obra como si os hiciesen una limosna con aceptarla. […] Y por eso ellos os tratan con desdén absoluto; porque la ofrenda que les lleváis no está dignificada por un precio y ellos mismos dudan de que tenga un valor”.

“¡Esquiroles” ¿No os da rubor entregar así vuestra obra sin recompensa, como si fuese una cosa despreciable?”

Rafael Cansinos Assens


Clarín maldecía la vanidad satisfecha de Deogracias. Pero el caso es que los periódicos ofrecen empleos que ni siquiera la vanidad alimentan y que son aceptados, como decía en 1900 Aurelio Ribalta, “a cambio de esperanzas de protección… casi siempre ilusorias”. El periodista gallego denunciaba a los “empresarios empedernidos y ruines” que ahorraban en sus bolsillos los sueldos de los plumillas y se compadecía de los colegas agarrados al clavo ardiente de aquellas “credenciales misérrimas”: “Parece mentira que no hayan sabido encontrar postura más cómoda y salir de su esclavitud los que en una labor tan entusiasta como difícil y lucida, han sabido abolir para todos, menos para ellos, todas las esclavitudes del cuerpo y del alma”.

Lo mismo venía a decir el poeta metido a periodista de la novela La huelga de los poetas, trasunto de su propio autor, Rafael Cansinos Assens, quien había remado en las galeras de La Correspondencia de España: “Ese pobre periodista que yo soy, realizando una labor útil y anónima, en la que no hay ninguna compensación de vanidad, ese pobre proletario que yo soy en mis horas más tristes, ¿no tendría derecho a proclamar sus reivindicaciones como los demás proletarios?”. A lo largo de la obra, el personaje adquiere la conciencia de que, para sus directores, “el redactor es un intermediario inútil entre su voluntad y los cajistas, algo simplemente comparable con una estilográfica”; que es terrible “el precio insuficiente” de su trabajo; que “a juzgar por su remuneración, es menos que un obrero”, y que “sólo una cifra alta impone respeto a la multitud”. Llegados a este punto, el periodista podría parecer preparado para la lucha sindical. Pero queda por vencer una última resistencia: el “pudor de asemejarnos a los obreros”.

La novela está inspirada en la huelga periodística de 1919, en la que la profesión arañó ciertas conquistas, precarias y circunstanciales. Según Cansinos Assens, el éxito formal ocultaba una derrota. El episodio habría evidenciado la escasa convicción proletaria de los proletarios de levita, completamente reacios a rebajarse la categoría que se arrogaban, a ser confundidos con los obreros de blusón tiznado de las imprentas o los jornaleros de las fábricas y la Casa del Pueblo. Por otra parte, ese talante aristocrático resultó muy permeable a la idea que las empresas utilizaron para dividir a los huelguistas: de la misma forma que había periódicos de primera, de segunda y de tercera, también había redactores de las tres categorías y la fraternidad entre ellos era aberrante. Para Cansinos Assens el fracaso real de aquella huelga, que no logró imprimir una conciencia gremial solidaria, dictaba un designio:

“-¿Quién sabe  si algún día los obreros de la inteligencia, renunciando a un semejanza falaz con los artistas, recabarán los fueros de los artesanos?
-Nunca renunciarán a esa semejanza que les halaga y adorna. Nunca sus soberbias mujeres querrán equipararse con las obreras desgreñadas. Ellos no sienten la necesidad como tú; saben medrar al amparo de esa semejanza. […]
-¡Es verdad!”.

Por si no nos gustaba el diagnóstico que hacía Clarín de la enfermedad de Deogracias –la vanidad–, Cansinos Assens ofrece una segunda opinión: aristocratitis. Podemos elegir.
 

Deogracias Gratis et Amore (I)




No es nuevo. Éste siempre ha sido el país del sastre del Campillo, que cosía de balde y ponía el hilo. Así que los que no daban puntada sin nudo y, además, pretendían cobrarla se quejaron airadamente de la competencia desleal que reventaba el negocio. Por ejemplo, Leopoldo Alas. Nunca afinó su clarín periodístico de balde y fue llamado pesetero (de forma impropia, porque la unidad de medida del rendimiento económico del artículo no era la peseta, sino el duro) y gruñó mil veces contra los que escribían por nada. Pero el 11 de octubre de 1882, en El Porvenir, empleó una saña inusitada para espetar su pluma en el menguado cuerpo de un tipo que bautizó con el nombre de Deogracias y apellidó, con redundante patronímico, Gratis et Amore: 

“¿De qué vive Deogracias Gratis et Amore? Lo que es de las letras, no; porque el muy condenado cultiva el arte por la vanidad, y en su vida ha visto una peseta procedente de la administración de un periódico. Debe tener alguna renta modesta, pero que le da lo suficiente, por desgracia, para no necesitar del trabajo para sustentar el cuerpo. El alma vive de las letras de molde. […]
Una vez le citaron en la Cacharrería del Ateneo para fundar una revista científico-literaria que iba a llenar un gran vacío. El autor del pensamiento, fabricante de tinta (¡si sabría de letras!), dijo que era necesario, de una vez para siempre, levantar la ciencia y el arte de la secular postración en que yacían, por culpa de Felipe II, primero, y de Ducazcal, después. Al efecto había procurado reunir lo más selecto de la juventud, la flor del talento, etcétera, etcétera. Y Gratis creyó firmemente que él y el fabricante de tinta eran parte integrante de la nata y flor del ingenio hispanoamericano […]. Pero no se fundó la revista, porque el fabricante de tinta dijo que los artículos se pagarían, por ahora, y sin perjuicio, a 30 reales. Parecióle poco dinero a uno de los conocidos, que por lo visto vivía de la pluma, sin vergüenza de ello.
-Señores, si somos o no ingenios tan portentosos como el preopinante asegura, yo no lo discutiré; pero sí digo que, bueno o malo, mi talento, no se exprime por 30 reales; que no soy yo una vaca suiza para dejarme… En fin, que habló de mala manera, y tras él fueron opinando los demás lo mismo. Todo lo cual le pareció una herejía a Gratis, quien ofreció llenar él solo de balde el periódico, sin más colaboradores que la Agencia general de anuncios y el pie de imprenta. Y en esto se quedó la revista. Publicóse el primer número con el siguiente sumario, y, lo que es peor, con el contenido de lo que el sumario anunciaba:
Nuestro propósito, por la Redacción (Gratis).- Revista Europea, por Nemo (Gratis).- Ecos, por Quis vel qui (Gratis).- Nuestro grabado, por Quidam (Gratis).- Estudios sociales, por La Incógnita (Gratis), y Sección recreativa, Logogrifo, charada, fuga de vocales y problema de ajedrez, por… el fabricante de tinta, hombre muy curioso. […]
En cuanto amanece Dios, y el mozo de día de la redacción acaba de hacer la limpieza; cuando aún no se ha secado el agua con que regó los gastados ladrillos del pavimento, se presenta Gratis, y con timidez pregunta por el director. El mozo de día, que ya está hasta aquí de aquel señorito, que no hace más que entrar y salir y revolverlo todo, contesta malhumorado: ‘Pero hombre de Dios, ¿usted cree que el señor director es una burra de leche para madrugar tanto? –No importa, ahí queda eso, no deje usted de advertírselo. –¿El qué? Pues eso, que ahí queda eso… el juicio crítico del estreno, debajo del pisapapeles’. […]
Por fin llega el director […]. –Este mequetrefe de Gratis es un badulaque… Valientes majaderías dirá en este artículo. Puf… Y apenas es largo… Como que se extiende en consideraciones ¿qué dice aquí?: ‘La carcajada de Aristófanes repercutió en la carcajada de Molière’.
No; y saber, sabe. Sobre todo para lo que cuesta… ‘¿Qué tal andamos de original? […] Publiquen el artículo de Gratis… con regletas, que eso le gusta mucho a él’.
En otro periódico, Gratis escribe las crónicas del Congreso. Llama animal a todo orador que no tiene renombre, y dice que rebuznan, y compara el Congreso con la plaza de toros, y dice que Posada cogió el cencerro, etcétera, etcétera. El director de este diario que es un socarrón, utiliza los servicios de Gratis publicando sus escritos en la parte en que se refieren los hechos; pero al corregir las pruebas le quita las ocurrencias, los chistes; y Gratis no se queja, porque reconoce que él es demasiado mordaz, ¡muy duro!, ¡muy duro! Y no quiere comprometer al periódico.
En cierta revista, parecida a la del fabricante, pero con dinero, publica Gratis la sección bibliográfica… y no la cobra. Varios escritores han solicitado la plaza; pero el propietario, en vista de que los autores se dan por satisfechos con las alabanzas inveteradas del crítico gratuito, le conserva en su puesto. Gratis se muere de gusto; cuando recibe un volumen intonso, rompe la primera hoja y lee: ‘Al distinguido crítico… al eminente literato’, y después su nombre y debajo la firma de algún escritor conocido: ¡Un autógrafo! ¡Y dedicado a mí!, piensa; y esto le apasiona, y la gratitud le hace ver un genio en cada amigote que publica libros. Así es que, fuera de algunos autores a quienes ha cogido mala voluntad, Dios sabe por qué, porque son neos o porque saben latín, verbigracia, a todos los demás alaba y pone por las nubes. Si el autor es poco conocido, como suele suceder, empieza Gratis lamentando en tono elegiaco la postergación del genio. Después compara a don Juan Pérez y Fernández (el autor) con Byron o con Shakespeare, si es poeta; con Hegel y Kant, si filósofo; y si por un concepto no llega su amigo tan arriba por tal y tal otro, aventaja a los más altos. Ni el público, ni el autor, ni el director de la revista, ni Gratis, creen lo que Gratis dice: ¿por qué se publican entonces sus artículos? Es muy sencillo: porque el público no lee; porque a Gratis le basta verse en letras de molde y con fama de crítico; porque a los autores les gusta verse alabados, aunque sea por un necio, y, sobre todo, porque la empresa preferirá siempre los artículos que no cuestan dinero.
[…] No importa que en día determinado no haya asunto de interés actual, ni un libro, ni un estreno; entonces Gratis recurre a los tópicos de la literatura cursi, en cuyo seno ha nacido y espera vivir y morir, y escribe: Los derechos del hombre, La pena de muerte, El drama en Rusia, La novela en Pekín, Los girondinos o Nuestra misión en África. […] Yo creo que tiene una maquinilla para hacer artículos, parecida a la de hacer cigarros de papel; cualquiera diría que, al mismo tiempo que escribe con la mano, escribe con los pies, si no estuviera averiguado que únicamente con los pies escribe.
Con su eterna sonrisa, con su cara limpia, con sus manos lavadas, con su traje correcto, está a todas horas en todas las redacciones, dispuesto siempre a decir con cara de ángel al director, apurado, hambriento de original: ‘¡Ahí tiene usted eso, vea si le sirve, es cualquier cosa, sirve para un hueco… lo hice jugando…’ ¡Maldito de cocer! ¿Cuándo, dónde, cómo escribes? Señor ministro de Hacienda, a estos escritores de lujo, como los perros, ¿no se les podría echar una contribución, ya que la estricnina no cabe, porque al fin son hombres, aunque malos? Señores, se ha hablado mucho contra el trabajo de los presidiarios; pero ¿no vale la pena decir algo contra los trabajos forzados de estos galeotes?”

¡Estricnina para Deogracias! Parece un poco excesivo tanto acero para acribillar a la especie, no más que una “polilla” periodística, según la catalogó el propio Clarín. Cualquier entomólogo diría que un alfiler basta para prender al bicho en el insectario. Pero admitamos que nuestro juicio es parcial, porque somos la plaga que desciende del infesto Gratis et Amore. Clavaditos a él, si no fuera porque nosotros no disfrutamos de la renta que regala una vida ociosa y despreocupada. Si, encima, la colaboración periodística no nos proporciona entradas para los estrenos o el título de “eminente crítico”, si no aprovechamos el artículo para publicitar las obras de los amigotes, sólo cabe concluir que la polilla periodística ha degenerado en la más abismal estupidez. Precisamente por eso jamás conseguiremos cobrar nuestras ocurrencias, los tópicos de la literatura cursi que practicamos, porque es cierto que las empresas no quieren empleados demasiado listos, pero desconfían todavía mucho más de los perfectos imbéciles. Ni siquiera somos capaces de organizar la resistencia sindical, seguimos escribiendo de balde y jamás aceptaremos la modesta proposición que denunciaría la esclavitud: firmar, todos a una, siempre y en todo lugar, con el seudónimo Deogracias Gratis et Amore. Porque somos polillas vanidosas y narcisistas que viven de ver su nombre en letras de molde. Clarín nos tenía bien calados.

Enric González en "El Mundo"



Más pobre que una rata y más castigado que un mulo de carga, José Nakens sólo llegó a poseer el orgullo de reivindicar su insobornable independencia: “Yo soy yo. No lo que otros quieren que sea”. Ayer, Enric González proclamaba que seguirá siendo Enric González en El Mundo: “Lo que piense la empresa me importa nada. La tendencia ideológica de los editoriales me importa menos que nada”. La chulería solapa un flagrante olvido: la semántica de un texto no es ajeno a su contexto; lo mismo, dicho aquí o allí, es distinto. Incluso concediéndole al periodista todo el crédito posible y sin escatimarle la sobrehumana capacidad de mantenerse inmune a los estilos, influencias y coerciones del periódico-contexto, no podrá burlar la ley natural: el medio confiere identidad. Nadie es exactamente quien cree ser, porque la personalidad está constituida, tanto o más que por los rasgos que uno se inventa, por aquellos que le presta el espacio que ocupa y que le atribuye la mirada pública. Así quedó demostrado en otras mudanzas periodísticas.

Enric González puede estar muy seguro de sí mismo, pero su prometedora arrogancia no debería confiar tanto en sus lectores. Adiestrados para descifrar la versión del mundo que un periódico ofrece, buscaremos la lógica y la congruencia de las partes. No hay remedio, estamos maliciados. Sin formar parte del pelotón de los suspicaces que denuncian que el periodista se ha vendido o de los virtuosos que le exigen una ascética estoica, tampoco nos vamos con la feligresía que cree en los santos laicos, por mucho que salgan en la foto rodeados por el halo refulgente del misticismo nakensiano. Pero es que no buscamos estampitas de venerables jubilados para montarles altarcitos y sahumarlos con cirios votivos, lo que procuramos es el encuentro con la inteligencia periodística en el contexto que le sea posible o que adivina, según ha declarado, más divertido. Por otra parte, a estas alturas, la plaza no parece mejor ni peor que otras. Entonces, ¿a qué tanto escándalo?