Hoy no me acuesto yo

Ante la más que probada y pertinaz resistencia de la pereza a los tratamientos de choque a la que la he sometido y visto que muestra síntomas inequívocos de hacerse crónica, comienzo a creer que no queda otro remedio que rendirme a ella. Me parece que lo mejor sería evitar enojosos rodeos y quedarme directamente en la cama, siguiendo la prescripción de Chesterton y las advertencias del prospecto:

“Es preciso añadir una enérgica advertencia para los estudiosos del noble arte de quedarse en la cama. Incluso para quienes pueden hacer su trabajo desde la cama (como los periodistas), pero más aún para aquellos cuyo trabajo no puede hacerse desde la cama (como, por ejemplo, los arponeros profesionales de ballenas), es evidente que la indulgencia debe ser muy ocasional. [...] La advertencia es la siguiente: si te quedas en la cama, asegúrate de que lo haces sin razón ni justificación alguna. [...] Si un hombre sano se queda en la cama, que lo haga sin la menor excusa; de este modo se levantará sano. Si lo hace por alguna razón higiénica secundaria, podría levantarse convertido en un hipocondríaco”.

Como no soy arponera, podría trabajar metida en la cama, pero no veo cómo cambiaría eso las cosas o la ventaja que obtendría. Y administrar una sobredosis de cama con la esperanza de aborrecer de la abulia es una excusa que, al parecer, podría conferir al tratamiento muy serias contraindicaciones. Lo que pretendo es incubar la pereza y para eso sería estupendo ser capaz de quedarme en la cama, pero despreocupada y felizmente, sin fin alguno, sin excusas ni tampoco remordimientos, como cantaba Chicho Sánchez Ferlosio en “Hoy no me levanto yo”:

“Una cosa hay bien segura
hoy no me levanto yo
tengo sábanas y mantas
buena almohada y buen colchón
tengo tabaco y cerillas
y buena imaginación
y aquí en la cama he llegado
a la clara conclusión
de que pase lo que pase
hoy no me levanto yo.
Cerca ya de mediodía
entran en mi habitación
mi mujer y mi cuñada
y mi hija la mayor
y mi suegra con su hermana
que está aquí ahora de pesión
y confirma mi designio
constata su irritación
cada vez que les repito
que hoy no me levanto yo.
Hablando todas a un tiempo
reclaman una razón
no siento molestia alguna
ni tampoco desazón
no me ha despertado el niño
he dormido de un tirón
digerí bien la fabada
pesadillas no señor
pero aquí estoy en la gloria
y hoy no me levanto yo”.

En casa no tengo una cuadrilla que venga a incordiar reclamando motivos y amargando la alegría que promete quedarme en la cama, pero la conciencia está atenta y sanciona la sola idea y frustra el proyecto.

Así que me levanto por la mañana al toque del despertador que ha programado la mala conciencia. Y comienzo el día con la conocida e irreductible pereza a más de una somnolencia que también es vieja amiga, pero que tiene la docilidad de dejarse reducir por el café y la ducha. Porque en las últimas noches decidí automedicarme y retrasar el momento de irme a la cama, regalar a la vigilia esas horas de la madrugada en las que todos duermen. Es entonces cuando los trabajos del día pierden sentido, cuando puedo darme feliz y sin remordimientos a las distracciones y tentaciones en las que se deleita la pereza y que durante el día serían ocupaciones culposas. Es a esas horas que no se roban a nada ni a nadie cuando la pereza cambia su nombre por otro que desconozco y cuando la alegría canta “aunque vengan dios y el diablo/ hoy no me acuesto yo”.

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Pereza

No encuentro el modo de sacudirme la pereza, que se complace en encontrar su perfecto correlato en las calles de Madrid desiertas de coches y de gente y una poco convincente coartada en los libros.

“¡Cuánta actividad hay en el mundo –escribió Unanumo- que no es más que pereza! ¡Cuánto trabajo que no pasa de ser ociosidad! Nos dormimos en ciertas actividades, en el ardor de ciertos estudios, y no queremos despertar de nuestro sueño a la realidad. ¡Cuánto daño hace el dejarse envolver de una afición, por elevada que parezca! Hay quien dedicado a la investigación científica desprecia al que se pasa gran parte del día jugando al dominó, y no ve que no lleva él otro espíritu a su actividad”.

No me engañaba, ya sabía yo que la actividad de estos días agosteños y agostados no es más que el disfraz de una pereza abisal. Lo que no adivino es la manera de embaucar al laborioso y diligente septiembre para convencerlo de que sus afanes no son más que lánguida molicie. Con lo bien que disimula…

Decus in labore


Desde el fin de las vacaciones intento convencerme de la verdad de la divisa latina -“Decus in labore”- que adorna la vidriera del techo de la hermosa librería Lello & Irmão de Oporto. El conato absorbe tantas fuerzas que no me quedan para ponerme a trabajar.


Coartada en forma de posdata:

“La mal llamada pereza, que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas no reconocidas en los formularios dogmáticos de la clase dirigente, tiene tanto derecho a hacerse valer como la laboriosidad”, defendió Robert Louis Stevenson en “Apología de la pereza”.


Absténganse de esa lectura quienes, en mis mismas circunstancias, acaricien la esperanza de culminar con éxito su lucha por desembarazarse de la abulia laboral. Aquellos que deseen engolfarse en ella siquiera sea durante unos instantes más o quizás rendirse feliz y definitivamente a la indolencia posvacacional corran a buscar el texto en la colección de ensayos y artículos titulada Memoria para el olvido (ed. de Alberto Manguel, Siruela, 2005).