Warning




Después de tantas disquisiciones, ¿cómo se están resolviendo en la práctica los problemas que plantea la posverdad? Un ejemplo reciente:

«El presidente Donald Trump dio ayer el primer paso para cumplir la promesa estelar de la campaña que lo llevó a la Casa Blanca: la construcción de un muro entre México y Estados Unidos. La firma del decreto para reforzar la frontera, fundamentado en el falaz argumento de que la inmigración provoca inseguridad y crimen en Estados Unidos, coincide con la visita a la Casa Blanca del secretario mexicano de Exteriores, Luis Videgaray».

La solución que proponía esta crónica no puede ser más expeditiva; consiste en colgar el cartel de Warning. Sólo falta que cunda el método y que muy pronto las informaciones sobre el FMI, el Eurogrupo o la politiquería patria renuncien a la coartada que les prestan los entrecomillados y luzcan sus correspondientes alertas: ¡Ojo, falacia!  Aguardamos impacientes.

Hugólatras



 http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k7521746w/f1.item.r=possible


«Victor Hugo est mort». Nadar corre a tomar una fotografía del escritor en su lecho de muerte, pero los periodistas no se aceleran. 


http://maisonsvictorhugo.paris.fr/es/obra/victor-hugo-en-su-lecho-de-muerte-perfil-derecho


Como la agonía del augusto enfermo se había prolongado más allá de sus cálculos, tenían el trabajo hecho. Las necrológicas estaban escritas y compuestas en plomo desde hacía días. El periodismo es impaciente y, de hacer caso a una historieta que seguía circulando muchos años después, una impaciencia supina consumía a los redactores de la revista Gil Blas:

«La muerte de Victor Hugo era inminente. Armand Silvestre y los demás portaliras de la redacción le habían consagrado necrologías en su alabanza; la de Catulle Mendès, muy festejada, esperaba sobre la platina, como las demás, con el vivo disgusto de su autor que no podía cobrar el importe de sus artículos hasta que veían la luz en el periódico –el cajero había recibido órdenes terminantes–. Catulle Mendès repetía con admiración un tanto enervada: “¡Qué prodigiosa fuerza de resistencia! Esta lucha del maestro con la muerte es gigantesca...”.
Menos diplomático el regente de la imprenta, no ocultaba su desolación ante la enorme cantidad de original compuesto sin finalidad alguna, y mostraba en la sala de redacción su cara de disgusto. Y su voz, tartamudeante, interrogaba:
–¿Monsieur Hugo vivirá siempre?
–Siempre.
–Es que tengo inmovilizados los caracteres de imprenta.
–Paciencia, buen viejo.
Se alejaba, refunfuñando confusas quejas.
En fin; la noticia que esperaban tantas personas llegó el 22 de mayo. El secretario de redacción, nervioso y alborozado, exclamó:
–Amigos, las páginas primera y segunda están enteramente compuestas, el pato será servido a las diez; id a casa de Monfenio y traed las viandas.
La noche fue alegre. ¡Qué de chucruts! ¡Qué de Pilsen! Mendès iba y venía del lugar del banquete a la casa mortuoria, de la que traía las noticias: “Todos los poetas están allí, y algunos individuos que son perfectamente indignos de velar al maestro… Están León Dierx, Paul Arène, Albert Mérat, Arancourt, Jean Aicard…
Nadie le prestaba atención; él apuraba otro “bock” y, tomando el coche volvía a la avenida de Eylau.
Y al día siguiente por la mañana, desplegando el Gil Blas, festoneado por una ancha franja de luto,  que irremisiblemente manchaba de negro los dedos, se podía leer el artículo de Mendès, un hermoso artículo entregado ocho días antes, y en el cual el hugólatra prorrumpía: "Sé en este instante la horrible noticia; sujeto mi cabeza entre las manos y exclamo: 'No, no; no es posible!...'».

http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k7521746w.item.r=possible