La embajada de España en el Vaticano o, para ser más precisos, su biblioteca despertó una poderosa fascinación en Josep Pla. La atracción se fundaba en la sospecha de que los legajos allí conservados contenían importantísimos secretos y noticias que podrían ocupar con provecho las horas de un disciplinado erudito. Pero Pla no pertenecía a ese gremio, por eso -y a pesar de la atracción que el lugar ejercía en él- nunca llegó a frecuentarlo durante su estancia romana en los años de la guerra civil, según su propia confesión:
“Muchos días, después de comer, mientras bajaba la escaleras de la Piazza [di Spagna], me ponía a deliberar sobre si tenía que dirigirme a la biblioteca o al café del Greco, que está muy cerca. Siempre me decidí por el café del Greco”.
Los fantasmas, como todo el mundo sabe, existen. El de Josep Pla debió de creer que en el último texto de este blog se insinuaba que hizo caso a quien lo invitó a abandonar el Greco por haber acogido al “masonazo” de Goethe, así que se apresuró a reclamar el derecho de réplica y me hizo abrir sus Notas dispersas exactamente por la página –la 735– de la cita antes reproducida. Atiendo su solicitud y aclarado queda.
“Muchos días, después de comer, mientras bajaba la escaleras de la Piazza [di Spagna], me ponía a deliberar sobre si tenía que dirigirme a la biblioteca o al café del Greco, que está muy cerca. Siempre me decidí por el café del Greco”.
Los fantasmas, como todo el mundo sabe, existen. El de Josep Pla debió de creer que en el último texto de este blog se insinuaba que hizo caso a quien lo invitó a abandonar el Greco por haber acogido al “masonazo” de Goethe, así que se apresuró a reclamar el derecho de réplica y me hizo abrir sus Notas dispersas exactamente por la página –la 735– de la cita antes reproducida. Atiendo su solicitud y aclarado queda.
0 comentarios:
Publicar un comentario