Pereza

No encuentro el modo de sacudirme la pereza, que se complace en encontrar su perfecto correlato en las calles de Madrid desiertas de coches y de gente y una poco convincente coartada en los libros.

“¡Cuánta actividad hay en el mundo –escribió Unanumo- que no es más que pereza! ¡Cuánto trabajo que no pasa de ser ociosidad! Nos dormimos en ciertas actividades, en el ardor de ciertos estudios, y no queremos despertar de nuestro sueño a la realidad. ¡Cuánto daño hace el dejarse envolver de una afición, por elevada que parezca! Hay quien dedicado a la investigación científica desprecia al que se pasa gran parte del día jugando al dominó, y no ve que no lleva él otro espíritu a su actividad”.

No me engañaba, ya sabía yo que la actividad de estos días agosteños y agostados no es más que el disfraz de una pereza abisal. Lo que no adivino es la manera de embaucar al laborioso y diligente septiembre para convencerlo de que sus afanes no son más que lánguida molicie. Con lo bien que disimula…

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