El hombre-sándwich o el hombre-anuncio nació a finales de la década de 1830 en Inglaterra después de que un decreto de la policía metropolitana londinense prohibiese fijar cartelería en propiedades privadas ante la abigarrada saturación publicitaria que lucían las calles de la ciudad. A este personaje urbano dedicó Julio Camba un artículo en 1913:
“La profesión de hombre sandwich no es muy lucrativa, pero es filosófica; es de una filosofía escéptica y peripatética, que se aviene muy bien con todos mis principios. Antes de endosar la chistera del business-man e irme a trotar por las calles de la City, yo prefiero ponerme un cartel en el pecho y otro en la espalda y pasar lentamente por Picadilly y Regent Street. El cartel yo puedo soportarlo; al fin y al cabo, un cartel es publicidad; cuando me encartelen, me haré cargo de que me he trasladado de las primeras a las últimas páginas de la prensa. En cambio, esa odiosa chistera que se pone aquí todo el mundo para ir a la City, yo no la aceptaría nunca”.
Camba, que presumía de ser un vago redomado y que siempre discutió la mitificación burguesa del trabajo, confesaba no tener otra vocación que la de flâneur, que en realidad es lo que era, pero flâneur liberado de la obligación de escribir unos artículos que justificaran económica y socialmente su verdadero temperamento. Incluso cuando toda la publicidad de la prensa se reunía en las últimas páginas y no se desperdigaba por el periódico como ahora, logrando emparedar a los periodistas y sus crónicas entre el anuncio de un chalet junto a un campo de golf en Granada y el del último modelo de BMW, Camba intuía que su condición de flâneur peripatético encontraría mejor acomodo en las calles como hombre-sánchwich que en la vanidad de la firma estampada en la portada del diario.
Corren malos tiempos para los discípulos de la filosofía peripatética del hombre-anuncio, idealizada por Camba para sacar el máximo partido de la metáfora. No comulgan con ella ni el Ayuntamiento de Westminster ni el de Madrid: ambos han prohibido su actividad. El alcalde Ruiz-Gallardón ha dicho que tal ocupación es “denigrante”. La coherencia exige que a la reciente ordenanza sigan otras en una campaña implacable para acabar con los trabajos indignos. De este modo, cabe suponer que ya se estará preparando a toda prisa una contra los business-men que si no tocan ya sus cabezas con chisteras para pasear por la City, van muy trajeados camino de las ocupaciones especulativas que han tenido por último y estruendoso resultado una crisis que servirá de perfecta excusa para imponer denigrantes y oprobiosas condiciones a dignos trabajos y trabajadores. Así lo supondríamos si no fuésemos discípulos de una filosofía, además de peripatética, profundamente escéptica.
“La profesión de hombre sandwich no es muy lucrativa, pero es filosófica; es de una filosofía escéptica y peripatética, que se aviene muy bien con todos mis principios. Antes de endosar la chistera del business-man e irme a trotar por las calles de la City, yo prefiero ponerme un cartel en el pecho y otro en la espalda y pasar lentamente por Picadilly y Regent Street. El cartel yo puedo soportarlo; al fin y al cabo, un cartel es publicidad; cuando me encartelen, me haré cargo de que me he trasladado de las primeras a las últimas páginas de la prensa. En cambio, esa odiosa chistera que se pone aquí todo el mundo para ir a la City, yo no la aceptaría nunca”.
Camba, que presumía de ser un vago redomado y que siempre discutió la mitificación burguesa del trabajo, confesaba no tener otra vocación que la de flâneur, que en realidad es lo que era, pero flâneur liberado de la obligación de escribir unos artículos que justificaran económica y socialmente su verdadero temperamento. Incluso cuando toda la publicidad de la prensa se reunía en las últimas páginas y no se desperdigaba por el periódico como ahora, logrando emparedar a los periodistas y sus crónicas entre el anuncio de un chalet junto a un campo de golf en Granada y el del último modelo de BMW, Camba intuía que su condición de flâneur peripatético encontraría mejor acomodo en las calles como hombre-sánchwich que en la vanidad de la firma estampada en la portada del diario.
Corren malos tiempos para los discípulos de la filosofía peripatética del hombre-anuncio, idealizada por Camba para sacar el máximo partido de la metáfora. No comulgan con ella ni el Ayuntamiento de Westminster ni el de Madrid: ambos han prohibido su actividad. El alcalde Ruiz-Gallardón ha dicho que tal ocupación es “denigrante”. La coherencia exige que a la reciente ordenanza sigan otras en una campaña implacable para acabar con los trabajos indignos. De este modo, cabe suponer que ya se estará preparando a toda prisa una contra los business-men que si no tocan ya sus cabezas con chisteras para pasear por la City, van muy trajeados camino de las ocupaciones especulativas que han tenido por último y estruendoso resultado una crisis que servirá de perfecta excusa para imponer denigrantes y oprobiosas condiciones a dignos trabajos y trabajadores. Así lo supondríamos si no fuésemos discípulos de una filosofía, además de peripatética, profundamente escéptica.
Fotografía:
WALKER EVANS: Sandwich-man advertising Washington Street Photo Studio (1930).
1 comentarios:
JOSEP PLA: "En el mundo urbano de la City hay un elemento de unificación: cuando no llueve, es el paraguas. Vista desde una ventana, la agitación de la City es un mar alternado de paraguas y de sombreros hongos. ¿Quién osaría entrar en ella, por la mañana, desprovisto de estos prodigiosos objetos? Son como un uniforme, el uniforme de la excelsa vida burguesa". ("Fleet Street", en CARTAS DE LEJOS, Destino, 1997).
Publicar un comentario