Plumas y pullas (CXVIII)





“La Prensa del porvenir no necesita telegramas, ni telefonemas, ni cartas, ni corresponsales.
El siglo XIX fue el siglo del telégrafo y el teléfono. El siglo XX es el siglo del Fotocinematotelefonógrafo.
¿Y eso qué es? Pues nada, la última maravilla, la cumbre de los descubrimientos de la electricidad, el ‘non plus’ de la telegrafía, de la telefonía, de la fotografía, de la cinematografía, de la chismofonía. ¡El invento del siglo, en fin!
No es obra de Edison, sino del mismísimo Lucifer.
El primero de los resultados del fotocinematotelefonógrafo es la muerte violenta de la Prensa periódica. Se acabaron  esas hojas diarias, encargadas un día de la difusión del progreso; se acabaron las informaciones, los artículos, los telegramas, los telefonemas; se acabaron las letras de molde. La Prensa ha muerto. ¡Viva la Prensa! […] El Fotocinematotelefonógrafo, con sólo oprimir un resorte, ofrecerá a la vista y al oído del abonado la sección que prefiera del periódico. […] El aparato reproduce esos sonidos y esas imágenes, con exactitud tan perfecta, que al admirar aquella maravilla, se duda, como le ocurre a Tenorio, ante las legendarias tumbas, si es realidad o delirio. Cuando el abonado quiere enterarse de la sesión del Senado, por ejemplo, oprime el botón de la Cámara de edad, y surge ante su vista el viejo palacio de doña María de Molina, con una temperatura de cuarenta y cinco centígrados. En los escaños aparece la venerable figura de Rodríguez San Pedro, esa siempreviva parlamentaria, que está consumiendo un turno en contra, turno comenzado en la anterior legislatura y que continuará en la siguiente, cuando al curioso espectador vuelva a ocurrírsele oprimir el botón de Montero Ríos.
El aparato reproducirá con la más escrupulosa fidelidad, como las sesiones parlamentarias y los Consejos de ministros, el último incendio y la postrera inundación, los sucesos más sensacionales, los crímenes más atrayentes. […]
¡Todo, todo sin la intervención de los aborrecibles periodistas, falseadores de la verdad, enemigos de la tranquilidad pública, perturbadores del orden, a quienes se ha combatido desde algunos centros oficiales con el más santo de los odios africanos, hasta lograr así su destrucción definitiva, por obra y gracia del fotocinematotelefonógrafo!”.

M. Martín Fernández
“La prensa del porvenir”
El libro de la prensa (Madrid, Renacimiento, 1911)



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