



“Se sienta en cafés extraños y aguarda -¡cuánta miseria!- a que le pasen el periódico. Richard, en su día señor absoluto de la prensa nacional y extranjera, espera a que los camareros le traigan los periódicos. Él, que por así decirlo tenía el ius primae noctis, el derecho de pernada sobre las ediciones acabadas de imprimir, recibe ahora periódicos de segunda mano…”.
Joseph Roth colocó entre exclamaciones la intuición del insondable drama íntimo de Richard: “¡Quién sabe cuánto dolor no sintió al llegar a su patria en calidad de cliente y forastero, reclamando periódicos en lugar de repartirlos!”. Leyendo aquella prensa de segunda mano, “su alma pasea por los campos del pasado”, los campos que le pertenecieron y a los que él pertenece. Y así fue como Richard “fue olvidado por motivos históricos, como un escritor pasa de moda”. Roth firmó en 1923 esta evocación nostálgica.

“Jamás se había asomado a un periódico, ni había hablado nunca con otra persona. Pero, incluso cuando los vendedores ambulantes de periódicos armaban aquel escándalo para anunciar las ediciones extra y todos los demás se arremolinaban a su alrededor, él nunca se levantó ni prestó atención”.
Su aislamiento no lo salvó. Mendel había rehuido de su tiempo, pero el tiempo fue a buscarlo al café. Su inocencia o su ingenuidad no impidieron que la Gran Guerra lo arrancase del café, al que ya no pudo volver: “Mendel ya no era Mendel, como el mundo ya no era el mundo”. De igual modo que el café Gluck, ya no era el café Gluck.
Stefan Zweig se sirvió de Mendel para hacer el retrato y la crítica de sí mismo y de una parte de su generación, a la vista de lo que escribió en sus memorias:
“[…] nosotros, los jóvenes enteramente encapullados en nuestras ambiciones literarias, reparábamos poco en aquellas mutaciones peligrosas que se apoderaban de nuestra patria; sólo mirábamos cuadros y libros. No teníamos ni el más remoto interés en los problemas políticos y sociales. ¿Qué significaban aquellas contiendas aguadas en nuestra existencia? […] No vimos los signos de fuego escritos en la pared […]. Y sólo cuando, decenios después, los techos y las paredes se desplomaban sobre nuestras cabezas, reconocimos que, desde mucho tiempo atrás, los fundamentos estaban ya socavados y que, con el nuevo siglo, había comenzado simultáneamente en Europa el ocaso de la libertad individual”.
Los hombres nacidos en el café conocían perfectamente el espíritu de la institución. Por eso supieron advertir tan certeramente cómo algunas transformaciones eran heridas mortales. Los hombres nacidos en el café, siempre fueron del café, incluso cuando éste dejó de existir. Desterrados de una patria extinta, de un mundo derrumbado, de un tiempo periclitado, intuyeron la formidable potencia metafórica de la desaparición del café, sobre la que se sintieron impelidos a escribir, quizás en un ejercicio necesario para comenzar a comprender hasta qué punto el ocaso y muerte del café, como síntoma de tantos otros cambios, iba a afectar a su biografía. Es seguro que Zweig concibió a Mendel, el de los libros, para hablar de sí mismo. Quizás Roth también se sabía escribiendo sobre sí mismo cuando esbozó el retrato de Richard, el de los periódicos. Mendel, en el cenobio ensimismado del Café Gluck, ajeno a su tiempo y a los periódicos, y Richard, en la atalaya sobre el mundo del Café des Westens, viviendo su tiempo y dueño de los periódicos; Mendel y Richard, tan distintos, y, sin embargo, compartiendo destino: el exilio de una patria y de una época que dejó de existir, la que se resumía para ellos en el cálido refugio del café.