Tarantola


Dicen que es ineluctable: el e-book terminará con el libro de Gutenberg y de Manuzio. Aseguran que el pronóstico es tan infalible como estéril cualquier resistencia. Habiendo sido despojados de la posibilidad de rebelarnos, la literatura ha comenzado a escribir evocaciones prematuramente nostálgicas (léase, por ejemplo, Firmin, La sociedad literaria y el pastel de piel de patata o Las aventuras de un libro vagabundo), mientras que el periodismo ejerce el derecho al pataleo. Precisamente así, “Derecho al pataleo”, titulaba Rafael Reig su colaboración en el suplemento de cultura de ABC hace algunas semanas. Y también pataleaba Carlos Boyero ayer mismo en las páginas de Babelia, al comentar el libro de conversaciones de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière Nadie acabará con los libros.

El artículo de Boyero apareció ilustrado por una fotografía de la librería veneciana Tarantola. En realidad, la librería de Campo San Luca ya no es tal. Es cierto que el establecimiento ha preservado el nombre, pero lo que expone su escaparate y se vende en su interior es bisutería y otras baratijas. El pie de foto no lo advertía, por lo que cabe deducir que la elección de una librería que ya no lo es para ilustrar un texto sobre el inminente apocalipsis de los libros de papel no fue intencionada. Nadie acabará con los libros, decía el artículo; o sí, proclamaba irónicamente la foto.



Si los que profetizan que el futuro será el e-book están en lo cierto, si oponer cualquier resistencia es perfectamente inútil y si el pataleo sólo sirve para agriar el humor, quizás la única causa que escritores y periodistas puedan abanderar hoy es la defensa del bar Torino, también en Campo San Luca, y de los spritz que allí sirven todavía. Hay que ir preparando la batalla para el día más que previsible en que alguien tenga la ocurrencia de hacer una versión electrónica y virtual del cóctel veneciano.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

(Creo que deberías añadir en tu blog el gadget "Cuadro de búsqueda". Facilitaría a tus lectores la búsqueda de antiguas entradas de tu blog)
Por otro lado, si, por ejemplo, utilizaras etiquetas y negritas, google te haría más caso y más gente podría encontrar y leer tus textos.

Lieschen dijo...

Muchas gracias por la recomendación, que intentaré atender... De todas formas, no tengo nada en contra de que Google me ignore!!!

Lieschen dijo...

Manuel Rodríguez Rivero, sobre los ataques de nostalgia preventiva:

"La ofensiva de la nostalgia" (EL PAÍS, 21-IV-2010)

La nostalgia siempre vende. También libros, aunque a veces no de primera mano. Las subastas y los catálogos de las librerías de viejo reflejan la creciente demanda de temas que, en cualquier caso, siempre estuvieron en los desiderata de los bibliófilos. Del mismo modo que la inminencia del cambio de las divisas nacionales al euro suscitó un muy extendido coleccionismo nostálgico de los billetes y monedas que estaban a punto de desaparecer (la gente quería guardarlos como recordatorio de lo que fue moneda corriente), ahora se buscan libros acerca de lo que se sospecha (con razón o sin ella) que tiene sus días contados. Entre las temáticas en alza en el mercado secundario del libro están la tauromaquia (y la "fiesta nacional") y todo lo que se refiere al arte del libro clásico: dos asuntos muy diferentes que se perciben como inmersos en cierta atmósfera de final de época.

La ofensiva nostálgica por el libro tal como se había entendido hasta hace poco (es decir, como todavía lo define la primera acepción de la entrada correspondiente en el DRAE) se refleja de diversos modos. En el corazón de todas las nostalgias por lo que se va existe un núcleo de aprensión hacia lo que llega. Y con motivo. Hacia 1500, menos de cincuenta años después de la bendita invención de Gutenberg, circulaban más de un millón de libros fabricados por 250 nuevas imprentas dispersas por todo el continente. En el ínterin se habían perdido miles de empleos (los de los copistas, por ejemplo) y se había transformado radicalmente el negocio, condenando a la ruina a innumerables artesanos y no pocos empresarios.

En el actual sistema del libro hay gente que ve el ciberlibro como portador de difusas amenazas. Y no les falta cierta razón. Los días de la hegemonía indiscutible del libro de papel parecen contados, y esa gigantesca transformación dejará obsoletas, necesariamente, determinadas actividades, oficios, procesos y rutinas vinculadas a su producción, distribución y comercialización. No va a ser para mañana, pero terminará ocurriendo. Y lo mejor que podemos hacer es irnos preparando para ello, tanto individual como colectivamente.

Sintomáticamente, y coincidiendo con la noticia de que Apple ha vendido más de medio millón de ejemplares de su iPad en la primera semana de su comercialización en EE UU, se han multiplicado en la red y en los medios las manifestaciones de esa nostalgia por el libro sin adjetivos. Algunos pronunciamientos son ingeniosos y entrañables, como el visitadísimo vídeo leerestademoda que está colgado en YouTube. Otros, resultan más patéticos, como un reciente artículo en The New York Times en el que se lamentaba, entre otras cosas, la pérdida de la cubierta en los libros electrónicos con el argumento de que ahora será imposible saber qué lee la gente en los transportes públicos. Ya ven.

Lo peor de estos ataques de nostalgia preventiva es que no tienen en cuenta algo esencial: salvo catástrofe universal, el libro nos sobrevivirá. Desde la invención de la escritura en adelante ha existido en uno u otro de sus variados avatares: está por encima de la contingencia de nuestras vidas, de nuestras inquisiciones, de nuestras miserias. Libros, a su manera, también lo son las tablillas mesopotámicas, los rollos y los códices. Porque de lo que se trata es de la continuidad del milagro de la cultura escrita, de ese depósito inmarcesible de sabiduría y sueños, de horrores y triunfos, que los hombres y mujeres de este mundo han dejado como testimonio de su paso por él. Ahora nos encontramos en la charnela de un tiempo nuevo para el libro. Uno puede preferir el soporte viejo al nuevo. O, a veces uno y a veces otro. El libro, no lo duden, sobrevivirá a su nostalgia. Y no se preocupen: en el peor de los casos, siempre nos quedará el mercado del libro de viejo. Afortunadamente.