Como dios


Joseph Pulitzer, que sabía bien de lo que hablaba, escribió: “El periodismo lleva implícito el arte y el deber de la omnisciencia”. Creo que la síntesis aforística sería perfecta si dijese así: “El periodismo lleva implícito el arte y el deber de aparentar la omnisciencia”.

El periódico presenta a sus lectores una versión del mundo que se pretende completa, perfecta, cerrada: los acontecimientos y su interpretación. En cierta forma, el periódico niega que algún hecho importante escape a su mirada y que exista otra lectura más atinada, justa y cabal de los sucesos que la propia. El discurso del periódico es totalizador y totalitario. Resultaría tan insólito como inconcebible aquel diario que admitiese: le contamos lo de Japón, pero lo que ha pasado hoy en Perú no me pregunte, porque ni idea; le hacemos un relato de los movimientos de tropas en Libia y de las últimas declaraciones de Gadafi, pero se me escapa cómo estalló todo esto y qué y quién está detrás; le informo de la publicación del remake de El hacedor, no obstante, estoy lejos de tener claro mi juicio literario sobre él.

Los diarios necesitan que hasta los ateos, que niegan un dios omnisciente, crean en el periódico omnisciente. Tanto es así que a los periódicos, a todos, les convendría el título de un diario –católico y antiliberal, para más señas– editado en Lugo a principios del siglo XX: La Voz de la Verdad.

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